domingo, 29 de noviembre de 2009

De primera, cambiando de suerte

29 de noviembre de 2009
Ram Pura
Udaipur
Mes 6.5


De primera, cambiando de suerte

La última mañanita en Katmandú me levanté temprano en un día hermoso, una ducha reconfortante, una afeitada perfecta, tarta de manzana deliciosa con limón caliente con miel para el desayuno. Todo perfecto. El taxi estuvo puntual y llegué al aeropuerto dos horas antes del vuelo, como estaba planeado.
Las medidas de seguridad son ridículas y circenses en todos los aeropuertos del mundo a esta altura, pero en Katmandú es una payasada mayúscula. Para empezar hay una barricada del ejército en la propia puerta del aeropuerto donde te escanean las valijas y te hacen pasar por un detector de metales. Todas las valijas son, primero, escaneadas, y, después, revisadas a mano, una por una, así que se forma una tremenda cola con los pasajeros de todos los vuelos justo afuera de la única puerta del edificio. Gente apurada, estresada, gente tratando de colarse, lastimoso, parece que la gente despacha la dignidad con los regalitos, porque puesta no tenía ninguna. Bueno, el edificio no es gran cosa, una práctica construcción de cemento estilo militar, funcional, sin cafés ni kioscos de ningún tipo, austero. En la cola para pedir la tarjeta de embarque una señorita india que, según me contó, estaba volviendo a su país luego de terminar sus estudios en Nepal, me pidió si podía cederle mi espacio en la bodega porque ella venía un poco sobre cargada. Y era cierto, parecía que más que un carrito, necesitaba un camión de mudanzas. Le dije que ningún problema, pero que, lógicamente sus valijas eran suyas y yo no las pensaba pasar como mías, a ver si mi viaje a Udaipur termina haciendo una escala en Argelia y otra en Guantánamo,. En fin, no me permitieron hacer el favor a la niña así que debe haber tenido que pagar un dineral por su mudanza. Como decía Confucio “en un terremoto no nos mata el movimiento sísmico, si no nuestras propias pertenencias que se nos caen encima”.
Con la tarjeta de embarque en mano me dirigí al siguiente sector del aeropuerto, nueva revisión de valijas, por escaneo y manual, una por una y minuciosa, nuevamente a pasar por el detector de metales y a recibir el tanteo del soldado. Luego de recibir la bendición me dirigí al sector de espera, que parecía un cine de barrio, con butacas en largas filas. Lleno estaba de nepalíes partiendo para un destino incierto en el golfo pérsico, con cara de susto y excitación, el primer vuelo de más de uno y hacia unos duros años que con suerte terminarán con algunos de ellos trayendo algún dinero a casa. En este sector no hay altavoces, pero hay un enorme televisor que pasa películas indias de esas que se conocen como soap-operas, una suerte de superproducción con Leo Dan, Juan Corazón Ramón y unas cuantas bailarinas, sonido, luz y color intoxicantes, la gente las ama, por supuesto.
Como no hay altoparlantes, cada vez que llega un avión aparece un oficial del aeropuerto a los gritos nombrando el destino del vuelo. Viste que a los altavoces se les entiende poco y nada, al oficial se le entiende menos todavía, por lo tanto cada vez que aparece se forma un tumulto en torno al buen hombre con todo el mundo empujando, tarjeta de embarque en mano, preguntando si es su vuelo o no es su vuelo. Al cabo de unos cuarenta minutos nos hicieron pasar a otra parte del aeropuerto, donde estaba el sector de inmigraciones, ya sé que el orden no tiene ningún sentido, inmigraciones debería estar antes, no tengo ni idea de porqué, pero este es el orden en el aeropuerto de Katmandú. Antes de entrar a esta otra parte del edificio, nuevamente, todas las valijas a escanear y revisar manualmente, nuevamente el detector de metales y las manitos del militar. Ya cruzando miradas con los otros pasajeros que tampoco podían creer el delirio de los controles adentro del edificio, me hice amigo de una familia que venía de New Orleans, la mujer era mejicana, el marido estadounidense y estaban los padres del marido también, un encanto de gente. Nos reímos bastante en la desgracia. Después de inmigraciones, otro cacheo, otra vez a revisar una por una las valijas, otra vez la delicada intromisión castrense en los bolsillos, las piernas, las axilas, en fin, un poquito irritante.
Después, no sé porqué, nos cambiaron la tarjeta de embarque, a mí me retuvieron la de Jet Airways y me dieron una de Nepal Airlains, que ni sabía que existía. Luego pasamos a otro sector, así que sí, otro cacheo general y ya era no sólo ridículo, es que era una pérdida de tiempo imposible, las dos horas que había previsto estaban quedando muy justas. En el ultimo recinto permanecimos poco tiempo porque enseguida abrieron la puerta de embarque y ya estábamos todos en fila. Por increíble que parezca, antes de subir al autobús que nos llevaría al avión nos cachearon otra vez, y cuando bajamos del autobús para subir al avión, lógicamente, el personal de seguridad de la aerolínea nos cacheó otra vez ¿no es completamente ridículo? quiero decir, a menos que esperen que alguien haya comprado una bomba en el propio autobús, es ridículo, y si esa es una posibilidad es todavía más ridículo, es decir, estaba sólo el chofer ahí, y seguro que a él también lo deben haber revisado hasta el hartazgo.
Bueno, no importa, buen vuelo hasta Delhi, con un único inconveniente. En la butaca de atrás, justo pegada a la mía había un indio enfermísimo, pálido, al cuidado de su hermano, el tipo tosía, se quejaba de fiebre, un cuadro espantoso, y las butacas van pegaditas así que no era nada cómodo. Tan hipocondríaco no soy, pero pasar una hora y media con un desconocido tosiéndote en la nuca no es agradable. Lógico que lo primero que hay que hacer al entrar en el aeropuerto de Delhi, antes de buscar las valijas es pasar el control sanitario, en el que unos doctores con mascarita milagrosa te preguntan si tenés “la gripe”, les decís que no y pasás, listo el control sanitario. En la planilla que hay que llenar me preguntaban si venía de un país con “la gripe”, supongo que sí, me dije, pero por las dudas pregunté a la doctora ¿qué países tienen “la gripe”? todos me contestó, en fin.
Según mi pasaje, en el aeropuerto Indira Gandhi, de Delhi, en donde ahora estaba, tendría que tomar el siguiente avión, a Udaipur. Pero el sector internacional es chiquito, no hay nada ahí más que la cinta transportadora y los militares. Por suerte pregunté. El sector de cabotaje está a cuarenta minutos. Hay que tomarse una conexión en autobús que sale cada veinte minutos, así que si venías justo y te perdiste tu conexión, estás frito. Agarré justito la que me tocaba. En el autobús, de pié y de frente a los pasajeros venía un militar con un fusil que lo cruzaba del hombro derecho a la rodilla izquierda, suerte que no había baches en la ruta...
El sector de cabotaje es mucho más lindo, con confiterías, internet wifi, kioscos de revistas, un aeropuerto más coqueto. Me dio el tiempo justo de hacer todos los controles y despachos y comerme una pizza que me tentó por el nombre: Veg Luxurious. Resultó ser una masa blanda y tibia, calentada al microondas, cubierta con unos parches de queso semifundido y con algunos granos de maíz amarillo y arvejas, horror.
Estaba terminando mi pizza-horror, cuando avisaron que abrían el embarque a mi avión. Salí disparado. Fui el segundo en llegar, siendo la primera una señora noruega que resultó un encanto. Conversamos un buen rato de lo que cada uno hacía en Udaipur y encontramos muchos puntos en común. Me contó en el trayecto en autobús hacia el avión que en el mostrador le habían dichos que como había poca gente en el avión, unas veinticinco personas nomás, la iban a ubicar en primera clase. Genial, cuando subí le dije a la azafata que mi amiga se sentaría en primera y que si yo podía acompañarla le quedaría muy agradecido. Pensó unos segundos y me dijo, que sí, que porqué no, al final había tan poca gente en el avión... Ay, ay, ay, qué viajecito divino, pero me arruinó para siempre eh, ahora nunca más voy a poder viajar en turista, la primera es la única forma de volar, la única

Gordo Kury

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los Dioses Abandonan a Antonio

20 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6.4


Los Dioses Abandonan a Antonio

Cuando de pronto, a medianoche, oigas
pasar el tropel invisible, las voces cristalinas,
la música embriagadora de sus coros,
sabrás que la Fortuna te abandona, que la esperanza
cae, que toda una vida de deseos
se deshace en humo. ¡Ah, no sufras
por algo que ya excede el desengaño!
Como un hombre desde hace tiempo preparado,
Saluda con valor a Alejandría que se marcha.
Y no te engañes, no digas
que era un sueño, que tus oídos te confunden,
quedan las súplicas y las lamentaciones para los cobardes,
deja volar las vanas esperanzas,
y como un hombre desde hace tiempo preparado,
deliberadamente, con un orgullo y una resignación
dignos de ti y de la ciudad
asómate a la ventana abierta
para beber, más allá del desengaño,
la última embriaguez de ese tropel divino,
y saluda, saluda a Alejandría que se marcha.

Constantin Cavafis


Primero las noticias agrias. Hoy me presenté ante las autoridades de la embajada de la India en Katmandú. Aparentemente la visa que yo tenía era especial, pero nadie me lo había dicho. Parece ser que la visa que yo tenía me permitía entre otras cosas trabajar legalmente, y yo pensaba que lo estaba haciendo de forma ilegal. Podía también ser renovada cada seis meses sin salir de la India, no sé ante qué autoridad había que presentarse, eso sí. Cuestión que ahora me anularon esa visa y me dieron una visa normal de turista con una duración máxima de tres meses. Yo pedía seis. Así que me quedé desconcertado. Es muy pronto para decir si es una buena noticia o una noticia mala, pero seguro que al cabo de esos tres meses dejaré la India.
Esta noche y a la mañana había habido presagios de que las cosas no saldrían como yo esperaba.
Sorprendentemente, mientras escribo esto, en un lindo bolichito donde sirven una sopa fabulosa, suena Mercedes Sosa cantando Alfonsina y el mar, de Féliz Luna. Triste y final. Argentina. Pucha con las coincidencias. Y sí, es un ciclo que termina.

En compensación, el tío Leo, con su delicadeza, bondad, consideración y generosidad habitual me compró pasajes de avión de Katmandú a Delhi y de Delhi a Udaipur, así no tenía que repetir la experiencia de Odiseo. Con tacto delicado no me consultó, compró y mandó. Cómo decir que no. Y viene tan bien, es tan reconfortante no volver, además de derrotado, plegado. Mil gracias querido, de corazón.

Y sigue cantando la negra... la cigarra, sólo le pido a dios, y sigue y sigue, desde donde esté, canta en vivo, con León Gieco y con Charly García. Canta cuando ya me empiece a quedar sólo., canta volver a los diecisiete.
En fin, falta sólo que se largue a llover y que me llame mi madre por teléfono. No hay nada que hacer, por más lejos que me vaya soy porteño y la melancolía tiene un gusto dulce también para mí, la evito, me escapo, le quito el cuerpo, pero, como dice mi viejo “al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen”

Gordo Kury

miércoles, 18 de noviembre de 2009

el canto del feriante

19 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6.3

al caminar entre la gente
sin apuro
me paro a conversar del sol del aire
y de los siglos venideros
oh los placeres de mi nueva habitación
de la mano amistosa que retiene la mía
conozco el fuego de la pequeña cocina
y otras llamas más sorpresivas
que abaten nuestros sentidos
conozco conozco otros barcos otras piedras
otros reflejos de luz y plata
pero llevo con placer al nuevo albergue
la ristra de cebollas una esquela
y el canto del feriante
los ojos muy pintados de la niña
y la amapola

Edgar Bayley, La amapola



El lunes estuve a las cuatro de la madrugada en la puerta de la embajada de la India. Como estaba avisado de que habitualmente la demanda de visas supera grandemente la capacidad de la embajada, me abrigué y estuve ahí varias horas antes de que abrieran. Me llevé un libro de matemáticas que estoy estudiando y que me tiene fascinado así que el tiempo voló. Un perro-lagarto de los Himalayas se hizo ovillo en el suelo recostándose en mi pierna izquierda. Por más de dos horas fui el único en la fila, el segundo llegó seis y media, así que puede ser que haya exagerado un poquito, como de costumbre. Montando guardia en la arbolada calle había dos soldados con casco y fusil, un fusil igual al FAL argentino. Se pusieron a conversar conmigo, sorprendidos de verme ahí a esas horas y estudiando matemáticas. Resulta que no eran soldados del ejército ¡esa es la policía! Muy buenos pibes, de veinte años uno y diecinueve el otro. El de veinte peleó en la guerra civil que terminó el año pasado, que terminó más o menos.
En la cola me hice amigo de un francés, Ben, y un italiano, Andrea. Increíble la afinidad, viniendo de lugares y vidas tan distintas teníamos, sin embargo, tanto que ver. Después de terminar nuestros trámites nos fuimos a desayunar a un lugar precioso y caro, después a dar unas vueltas y vuelta a comer porque el frío te da hambre, a un bolichón bueno y barato. Cada gaucho a su rancho y a la noche a otro bolichito muy lindo con otra gente que conocimos. Bueno, sí, todas niñas y nosotros tres. La pasamos bien, comimos, nos reímos, hablamos de mil cosas. Me fui temprano con Ben. Yo porque estaba cansado y él porque estaba de mal de amores, la novia francesa lo dejó por un nepalí buenmosísimo que para colmo de males estaba en el mismo bar, sin Roxanne, y se juntó a nosotros. Para desastre absoluto resultó ser un muy buen tipo y muy tranquilo y buena onda, pobre Ben, no le dejaron ni el odio para defenderse.
Yo pasé mala noche. El viaje me había debilitado y el frío abrió las puertas a enemigos invisibles. Fiebre, catarro, leve dolor de garganta. Nada. Ayuno y reposo. Hoy estoy bien. Me tomó todo el martes y el miércoles reponerme y hoy, jueves, voy a andar tranquilito para no forzar la máquina. Lamento que perdí unos días de los pocos que tengo para ver Nepal, pero el descanso me vino muy bien y estoy seguro de que volveré, este lugar me encanta.
El poema de Edgar Bayley resume muy bien lo que siento cuando camino por las callecitas de Katmandú, que tienen ese no se qué ¿viste?

Gordo Kury

domingo, 15 de noviembre de 2009

Katmandú, segunda mirada









15 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6.2


Katmandú, seguda impresión

Francamente, Katmandú es todo lo que esperaba y más. El primer día me di una vuelta cortita por el barrio de mi hotel porque estaba muy cansado y no me pareció gran cosa. Pero ahora que la recorrí más, tengo que reconocer, es espléndida, magnífica, soberbia.
El barrio donde yo estoy está entregado a los hoteles y confiterías para occidentales, al menos de día, y no dice mucho. Pero incluso este mismo barrio, de noche cobra vida propia y es maravilloso y decadente. Me hace acordar mucho a la noche underground de la Buenos Aires de los noventas. Muy decadente y sórdida, pero muy vital también, y agitada. Hay miles y miles de bares y cafetines, bolichitos y fondas. En cada puesto sirven especialidades diferentes y son más o menos baratos, pero con muy buen ambiente, bien atendidos y con comida de muy buena calidad. En muchos bolichitos tocan bandas tibetanas en vivo. Muy buena calidad. Más que nada crooners haciendo covers tranquilos de the doors o the rolling stones, algo de regae también y algunos hits de los ochentas. Muy buenos músicos, y me sorprendió muchísimo que tocaran esa música y lo hicieran tan pero tan bien, no me lo esperaba porque no es algo que en la India se vea. El ambiente en los barsitos es muy lindo, con mucha gente de más de cincuenta y más de sesenta también a la que se le nota que son trotamundos desde chicos, que no es la primera vez que están por acá. Muchos franceses y belgas. Tipos con espléndidas barbas blancas fumando en pipa en la barra. Gente de todos lados y de todos los colores y tipos. Muchos locales, gurkas, tibetanos, sherpas, kashemires, incluso vi dos sirios que estarían reclutando trabajadores para medio oriente o quién sabe si reclutando para otros fines, ellos sabrán, yo no quise preguntar. Gente muy joven también hay, de veinte años, muy jovencitos. Lo que hay menos es gente de mi edad, vaya uno a saber porqué. Bueno, mezclado con el ambiente de bares, bachas, bachatas, hay también tugurios de mala muerte donde ofrecen un espectáculo que llaman shower dance, baile en la ducha, o con la ducha o de la ducha, no sé ni quiero saber. Vendedores de hachís por doquier, como moscas, me tienen harto, excuse me sir, hachis? al menos son educaditos los malditos. Y también algún grupo de chicos pobres tocando la triste gaita del poxirrán, sí, acá también, una tristeza total.
Hoy por la mañana anduve caminando por otras áreas más alejadas de mi hotel. Este lugar es fantástico, la gente es muy agradable, las chicas son de mirarte fijo, cosa que me asustó un poco porque los últimos 6 meses los pasé en la India donde eso es casi imposible. Gente muy graciosa, simpática, se la ve sana. Son chiquititos en general, de uno sesenta los varones y las chicas un poco menos, con cuerpos enjutos y fuertes, compactos.
Mucha venta en las calles de todo tipo de comida, algunas cosas muy tentadoras, casas de té divinas, mucho comercio de seda a cargo de los kashemires, esculturas de bronce muy bien terminadas, antigüedades, lindas cosas, más lindas en general, de mejor calidad de lo que se encuentra normalmente en la india, menos truchada se ve.
Lo que sí, Katmandú es tirando a mugrienta. No parece haber servicio de recolección de basura, así que la van juntando en montones y a la nochecita la queman, pero mientras está ahí. Las calles son de bloques de piedra y tierra en su mayoría, y están cubiertas casi totalmente de escupitajos. Escupir es afición nacional como en la India.
Muchos perros de la calle. Lindos bichos, de tan fuleros. Son todos muy parecidos y raros, podrían ser una raza: el perro lagarto de los Himalayas. Son cabezones y con los ojos saltones. El cogote, compacto y fuerte, es corvo. El tronco muy largo y las patitas cortas y hacia afuera. Caminan como ondulando. La verdad es que son preciosos de tan feos, parecen esas esculturas chinas de perros quimera, pero son de verdad. Los deben tratar muy bien porque andan tranquilos y son muy dados, no como los de Udaipur que andan toda la noche ladrando como desaforados y que de día son desconfiados, asustadizos y traicioneros. Claro, en la India no los tratan nada bien pobres bichitos.
Me enteré de que acá también está prohibido matar vacas, hay una pena de dos años en prisión y parece ser que la cárcel acá no es chiste. A resultas de esto se ven vacas viejas, que yo, viniendo de uno de los mayores productores de carne del mundo, nunca había visto, son lindas las vaquitas. La raza que vi por acá es bastante peluda y con cuernos cortos. Con pinta de lechera pero no flaca ni huesuda, robusta.
En fin, el frío sigue, en este momento, siendo las dos y media de la tarde hacen 27 grados pero la sensación térmica es de 12, hace un ratito, menos de dos horas la temperatura era de 16, con 4 de sensación térmica. Bueno, subo esto y unas fotos que saqué hoy temprano y me voy a comer unos kothey, momos fritos, que son la especialidad del lugar, una delicia. Por si ayuda se podría decir que el kothey es al momo lo que el spring roll (arrolladito primavera) es al canelone. Uno es hervido, blanco y blando y el otro es frito, doradito y crocante, delicioso.



Gordo Kury

sábado, 14 de noviembre de 2009

odisea de un porteño

14 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6


Viaje a Katmandú, odisea de un porteño



Llegué a Katmandú... finalmente. La odisea duró unas 80 horas. Por el camino paré varias horas en Delhi y pude pagar una habitación barata para ducharme, paré otra vez justo después de cruzar la frontera con Nepal e hice lo mismo, así que me mantuve más o menos digno.
Katmandú es más pintoresca que bonita, la parte comercial es igualita, pero igualita a Villa Gesell después de que la arruinaran, así que uno puede ver que fue linda, pero hay que mirar con cariño. La gente sí que es muy agradable. Hay unos pocos que parecen chinos, pero la mayoría son gurkas, hay algunos sherpas también, bastantes kashemires, que son muy pintones, y otros que parecen indios pero se visten distinto. Hay tanta campera de cuero negro que parece un mítin de la CGT de los ochentas y se vende todo tipo de alimento en la calle, frutas y verduras de gran calidad y buen tamaño, no como en la India que venden coliflores, cebollitas y berenjenas diminutos. Variedad de frutas, varios tipos de manzanas incluso y algunas que no había visto nunca. Y venden los chanchos cortados por la mitad, descuartizados y pintados de naranja fluorescente, no es una imagen muy noble del amigo chanchito, tampoco del ser humano, en fin, en todos lados se cuecen habas...
El hotelito que conseguí es muy acogedor, muy cálido y bien atendido y tiene la mejor ducha caliente que me di en años, parece las cataratas del Iguazú pero a temperatura a gatas tolerable. Lo fantástico es que en la puerta del hotel crece alta de unos 4 metros una estrella federal, de cómo llegó a Katmandú, no tengo ni idea. Está flaquita, claro, no es su clima, pero ahí está la loca, plantada, señalando el camino de la federación. El dueño del hotel es un gurka que tendrá unos ochenta y pico, muy querido el viejito.
Bueno, pero así me salteo todo el viaje...
Desde Udaipur no pude comprar los pasajes del itinerario completo porque estaba todo vendido, así que compré sólo el tren gallinero nocturno a Delhi. Normalmente yo hago ese tramo en segunda clase con aire acondicionado, pero como no había lugar me contenté con tercera sleeper, que es casi lo mismo pero en vez de seis personas, uno viaja con nueve. En fin, un poquito más incómodo pero sin mayor inconveniente. A la moto la dejé en el taller para que me la dejen nuevita y le pedí a los vecinos que me rieguen las plantas. Noche de tren sin nada que anotar, dormí largo y tendido y calentito.
Llegando a Delhi, a las cinco y media de la mañana, me tomé un tuc-tuc al otro lado de la ciudad, a la estación de pahargañj, donde está el International Tourist Boureau que vende la reserva que guardan para los turistas. Siempre compré ahí, sin problemas. No esta vez. El señor que me atendió reparó, por primera vez, y siempre me atiende el mismo, en que mi visa no es de turista si no de trabajo o estudio, yo no tenía ni idea de eso, nadie nunca me informó. Las ventajas no las usé nunca y la desventaja es que el ITB no me puede vender si no tengo visa de turista. Eso fue un problema, porque me tuve que cruzar enfrente a la estación a negociar con los piratas de los puestuchos mugrientos que ellos llaman agencia de viajes. Todos, sin excepción tienen colgado algún cartelito tramposo que dice que son parte del ministerio de turismo o agencias del gobierno, o cosas por el estilo, son de lo peor, pero tuve que caer ahí porque otra no tenía. Así que perdí la mañana entera defendiéndome de los cocodrilos. Al final arreglé con uno que me quería cobrar 2400 rupias por el tren cama hasta Gorakhpur, en la frontera. Lo bajé a 1600. Quería que le pagara el 100% contra un papelito que el mismo escribió en su talonario trucho. Le dejé 500 rupias. Me fui para volver unas horas más tarde a buscar mi pasaje real. Mientras me conseguí una habitación y me duché, comí alguna cosita más o menos en ese barrio espantoso que es el Pajargañj, lo peor de Delhi. Cuando volví a la “oficina” lo único que tenían para mí era un pasaje provisorio que decía que yo estaba en lista de espera. Lógico que no les pagué, pero como ya había perdido casi todo el día no podía pedir el dinero e irme, quedamos en que volvía en dos horas y ya tendrían el pasaje confirmado. Así lo hice, pero resulta que antes de pagar, porque ya estoy avisado, revisé todo, y hete aquí que figuraba el precio: 1000 rupias. Le dije que no pensaba pagar ni un centavo más de lo que figuraba en el pasaje. Se puso furioso, me dijo que había pagado por abajo del mostrador para saltar en la lista de espera, se animó a levantar la voz y ponerse de pié, me levanté también y yo medía como tres cabezas más y si quiero gritar grito y si me hacen enojar se me pone la cara como demonio tibetano, así que se amansó rapidito el tarambana. Cuestión que pagué lo que figuraba y me retiré. Muy bien Jorgito Luis, diría mi tía Porota si estuviera con nosotros. Pero no es pa tanto. Ya se verá. Mi tren, que no era ninguna maravilla, salía de Old Delhi, que es un horror de tráfico, así que me monté en un rikshaw (estos sulkis humanos a pedal) y, cuando llegué tenía sólo 40 minutos. El único lugar que, por lo caro, estaba limpio y vacío en esa estación era un mac donals, pecado capital, entré. Me comí una hamburguesa vegetariana y compré otras dos para el viaje. El asunto es que cuando al final me pude subir a mi tren, mi cama había sido vendida también a otra persona ¡por supuesto! pensé, los malditos cretinos del puestucho. Pero no, parece que la autoridad del transporte decretó la emergencia por la sobredemanda y eso habilita a los ferrocarriles a meter dos tipos por litera. Horror.
Lo que viene ahora es difícil de explicar. El tipo que me tocó era del campo, con cara de bueno pero muy rudo en sus movimientos, como quien está acostumbrado a estar siempre en espacios más amplios, y este camarote es lo más parecido a un minisubmarino sobre rieles que se pueda uno imaginar, así que ahí estaba él: elefante en el basar. Venía cargadísimo además y tuvo que apilar cajas enormes llenas de paquetes de frutos secos, higos, orejones, castañas de cajú, todo ese tipo de cosas que seguro que había comprado en Delhi para vender en sus pagos. Lo increíble es que era exactamente igual a mi tío Patacho, pero igual eh, calcado, como un clon, pero un clon gordo, oscuro y retacón, y muy poco fino, sacando eso era igual. Eso es lo difícil de explicar porque Patacho es gallardo, rubión y con los ojos azul claro, pero es así, creer o reventar, era el clon de Patacho, pero indio. Best quality como dicen acá. Bueno, con el clon tuve que sentar los principios básicos del espacio vital de forma rápida, brutal, clara e indolora. Cuando el hombre se empezó a abrir paso a los codazos y empujones recibió una fuerza de intensidad un poco más contundente pero en sentido contrario de forma que quedó claro que no convenía forzar la confianza. El gordo Kury al mejor estilo primera escena de película carcelaria, pero es así, espero que mi madre no se avergüence, pues así es la cosa en el brutal mundo de la guerra de los clones, o te comunicás o te comunican.
Así pasamos medio apretados la primera horita o cosa así, del viaje, pero cuando apareció el revisor, le pedí otra ubicación mostrándole que por el largo de mis piernas la situación era poco menos que criminal. Yo pensé que estaba apelando a la lubricada corrupción, pero no, el hombre me consiguió una cucheta y se fue sin esperar la recompensa que yo ya tenía preparada, bien por el tipo, vergüenza para mí. Bueno, con la vergüenza esa me pagué la siguiente ducha así que no me dolió tanto el orgullo.
Doce horas después llegábamos a Gorakhpur y en pocos minutos yo estaba arriba de un destartaladísimo local bus que podría ser igual una guagua bogotana o un colectivo de línea del gran Buenos Aires. Tardó cuatro horas, pero me dejó en la frontera de Sonauli. Por el camino espectacular y peligrosísimo vi monos y ciervos, selva y rastrojo quemado y una cosa que me llamó muchísimo la atención: emparchan los baches sin cortar el tránsito. Una cosa rarísima, largan el alquitrán directo sobre los baches y arriba le tiran paja, no sé si para dar fibra o para que se seque más rápido o para qué, pero la cuestión es que funciona. No lo apisonan, los propios camiones lo hacen gratis al pasar, la cuadrilla son tres tipos una carretilla y un par de latitas.
A las cuatro horas el local bus me dejó en Sonauli, que parece un puerto pirata de la Guerra de las Galaxias, una especie de Tatween, pero sin tecnología. Me apuré a conseguir otro rikshaw que me orientara un poco y el tipo me llevó directamente a la oficina de aduanas de la parte india. Por el camino insistió tanto en que me convenía cambiar todo el dinero indio que tuviera que desconfié y le dije educadamente que no, unas ochentaycincomilquinientas veces, Dios, qué insistentes que son los indios, un infierno. La aduana india es una mesa de madera con un tipo que recoge tu pasaporte y te da los papeles para llenar, otro que te sella el pasaporte y otro que te lo da. El que me dio el pasaporte me dijo en confidencia, porque parece que de pronto este oficial de la aduana era mi mejor amigo, que me convenía cambiar todo el dinero indio que tuviera porque es, atenti, ilegal ingresar rupias indias al Nepal ¿ilegal? le pregunté. Sí. sí, cambio chico podés entrar pero billetes grandes no porque hay un retén a pocos kilómetros de la frontera y si te encuentran rupias te las van a incautar, así que haceme caso y andá con el buen muchacho del rikshaw que te quiere ayudar. Muy amable señor, le dije, pero ahora, más alertado que nunca, me los tomé como el India Last Stand, y le dije al del rikshaw que me cruzara para el otro lado. Mientras el muchacho insistía un par de veces más el funcionario cruzó la calle y me aconsejó de nuevo. Fue demasiado, me bajé del rikshaw y le dije, macanudo pibe, no me querés llevar a donde voy, no cobrás ta luego y que te garúe finito. Compungido se resignó a llevarme a la aduana nepalí. Lo primero que pregunté fue si eso de las rupias ilegales iba en serio o era un cuento indio, se rieron con ganas los nepalíes: cuento indio. Y eso es lo primero que uno nota al cruzar la frontera, un alivio que uno primero no sabe que es y de repente aparece clarito: nadie te está empujando ni tocando ni queriéndote meter en un negocio, ufff, gracias a dios, estoy en Nepal.
Me compré el pasaje a Katmandú y me alquilé una habitación barata para ducharme y cambiarme otra vez la ropa, comí alguna cosa mientras en las noticias del mediodía mostraban manifestaciones multitudinarias en la capital y ya era casi la hora de la partida. Oh, el cacharro este era de terror, y yo que pensaba que algo peor que lo que me llevó de Gorakhpur a Sonauli no podía existir. Existe. Es una especie de celda guantanamera sobre ruedas. El techo debe estar a un 1,65 m así que de pié yo, ni pensar. Pero para peor entre asiento y asiento la medida es menor al largo de mi fémur, sin contar cadera ni rodilla. Más de 12 horas en esa cafetera. Para colmo en el techo hay cuatro lámparas enormes, una verde, una amarilla, una roja y una naranja, y por dentro es todo espejado. Parece el sueño de un solterón de los años 70s, le faltan nomás los sillones de símil cuero de color marrón rojizo y la licorera. El conductor, se supo, siente debilidad por la música india de la peor calidad, y nos martirizó durante todo el viaje con el único volumen que hay en la india: el máximo. Sí, el chofer era indio, paciencia. Tuve la enorme suerte de que a mi lado fuera sentada una señora italiana de 48 años, muy agradable, con la que nos hicimos amigos en la desgracia. Ella es monja en un ashram. Como yo hablo italiano más o menos bien, nos divertimos mucho y como tenía mi lector de mp3 cargado de música italiana fuimos matizando la música india con Franco Battiato, Paolo Conte y el inmortal Carusso. Nos divertimos, pero hace un frío acá en los Himalayas en pleno invierno, un frío. En el camino paramos mil veces por mil problemas distintos, retenes militares, accidentes, falta de infraestructura con caminos llenos de cráteres y de un único carril por tramos pero con doble circulación. Todo de noche y por caminos de cornisa ¡molto pericoloso! En varias paraditas que hicimos nos pudimos tomar unas sopas calentitas por muy poca plata para mantener el espíritu.
En fin, el asunto es que llegué bien, a las 6 am, conseguí el hotel divino que me habían recomendado, me recontraduché en las hirvientes cataratas del Iguazú, me cambié y me fui a regalar con un paseo matilnal y un enorme desayuno. Frente a mí en la cafetería estaba sentado el clon indio de Manuel Antonio Noriega, el ex agente de la Cia, probable asesino de Torrijos, ex dictador y entregador de Panamá, ex narcotraficante, ex presidente y próximamente ex convicto. Ahí estaba, el mismísimo Noriega, en clon nepalí.
Después de mi desayunazo volví menos congelado, me di otra duchita caliente y me metí a la cama bien tapado para una siesta divina. Hoy no me queda otra que descansar porque no son todavía las 6 de la tarde y ya es noche cerrada y hace un frío que ni te cuento, mañana será otro día.



Gordo Kury

domingo, 8 de noviembre de 2009

Camino de Kathmandú: la epopeya de un gaucho en los Himalayas

8 de noviembre de 2009
Rám Purá
Udaipur
Mes 6


A Kathmandú: la epopeya de un gaucho en los Himalayas

Finalmente mi permiso de estadía de seis meses en la India está a punto de expirar, señal que, junto con el pelo que me ha crecido desparejo hasta dejarme parecido a un oso flaco, me marcan el paso de los meses.
En unos días más, el miércoles 11 comienza el épico camino a Kathmandú para mí. A las 6 de la tarde del miércoles estaré ya esperando a que arranque mi tren a Dheli. Sin lujos, el viejo tren gallinero que ya me conozco bien, me dejará a las 5 de la mañana en la capital. Como los trenes están todos con ocupación completa, tendré que encontrar algún omnibus (autobús) a la frontera. Espero conseguir algo decente que me deje en Sonali o en Gorakhpur antes de que caiga la noche del jueves. Si llego muy tarde cruzaré la frontera, pagando mi visa para Nepal a los gendarmes, que es el procedimiento estándar, y buscaré una posada para pernoctar. Al día siguiente me montaré en otro omnibus, esta vez del gobierno nepali, para llegar a Kathmandú, espero, antes de que caiga una nueva noche. Conseguiré alojamiento y ducha, comidita caliente y el lunes 16 me presentaré bien afeitado y planchado ante las autoridades de la embajada india en Nepal para solicitar una nueva visa por otros seis meses. Lo normal es que la concedan. Para los argentinos es gratuita por un convenio bilateral. Demora al menos 7 días, así que durante ese tiempo pasearé un poco por este país que es lo más parecido a un Macondo de los Himalayas. Tiene, por ejemplo, dos ejércitos con mandos distintos, uno es el ejército nacional, que perdió la guerra civil pero no fue desmantelado y el otro es lo que era la guerrilla maoista, que ganó pero sin la fuerza o la presencia suficiente como para gobernar. Según me cuentan, en huelgas y piquetes la Argentina saldría medalla de bronce y Nepal se llevaría la de oro y la de plata. En todas las disciplinas olímpicas del conflicto social Nepal es campeón indiscutido. Lanzamiento de piedras y cócteles molotov, voladura de infraestructura, levantamiento de ripio (asfalto parece que ya no se molestan en poner), lluvia de gases lacrimógenos, masacres de campesinos. En fin, la vieja y siempre activa lucha de clases a plena potencia. El autor se encomienda a la fe de los lectores y les solicita prender sendas velitas a la Vírgen y a todos los Santos. Religiones minoritarias son también muy bienvenidas, y supersticiones varias mejor que mejor.
Para alivio de mi madre y defraudación de mis enemigos aclaro que, según me cuentan, todas las partes en conflicto reconocen la necesidad de proteger la decadente industria del turismo y por lo tanto no tocan a los extranjeros ni los retrasan, al parecer los portadores de pieles claritas tienen un salvoconducto asegurado. Se verá


Gordo Kury

domingo, 25 de octubre de 2009

Engayolados

















26 de octubre de 2009
Udaipur Central Prison
Udaipur
Mes 5


En gayola

Ayer tuve el privilegio de participar en un evento muy interesante. La gente de un grupo religioso hindú invitó a mi profesor de bansuri a hacer un recital en la cárcel para los presos, él me invitó a mí y fuimos. La experiencia fue muy linda, muy positiva, me da la impresión de que fue como mínimo una distracción para los mil y pico de presos que pudieron asistir y para nosotros fue más que interesante.
Viniendo de Sudamérica lógicamente uno espera de la cárcel algo más que mero confinamiento, uno se ha acostumbrado a pensar en la cárcel como una suma espantosa de castigos legales, ilegales, burocráticos, especiales, colectivos, individuales, físicos, espirituales, institucionales, personales, caprichosos, perversos. Merecidos o no, ese no es mi interés y no tengo ni cómo empezar a pensar en esos términos. Pero sí que uno espera encontrar miseria, inmoralidad, gente destrozada por sí misma, por sus actos, por la sociedad como máquina, por algún carcelero tan destrozado y tan a una vez víctima y victimario como los internos, en fin, el infierno más horroroso e impensable, el último lugar donde uno querría entrar es una cárcel en Sudamérica ¿no? sin distinción de países que ahí no hay muchos matices, la Argentina europea del mito se derrumba convulsa en sus propias perversiones, en la Argentina mejicana, turca, la Argentina africana, en cada “correccional”. No se tome esto como una declamación puritana, que no hay ninguna intención de pontificar, sólo quiero comparar lo que tenía en mi mente con lo que vi ayer en la cárcel central de Udaipur.

Bueno, antes que nada, es una cárcel, así que uno se alegra de poder salir. Sin embargo hay muchas diferencias. El clima general no es deprimente, el edificio en sí es una especie de fortaleza con un enorme patio interior de tierra, abierta al cielo y muy arbolada. El lugar es aceptablemente limpio, al menos tan limpio como el propio barrio en el que está.
Así como uno puede decir si un perro es maltratado, lo mismo lo vería, pienso, en un ser humano. No me dio esa impresión. Los presos están todo el día en el patio conversando entre ellos y a las seis de la tarde, ahí sí, los mandan a las celdas. Francamente, me pareció que el castigo que padecen es el no poder salir de la prisión, pero no mucho más que eso, el ambiente recuerda más a una escuela secundaria (que no es tampoco un ambiente muy sano ni muy libre, ni nada de eso ¿no?), uno ve mil hombres institucionalizados, no es una cosa linda de ver ni de desear, pero no parecía nada diferente de un ejército indisciplinado y desalineado. La institucionalización forzosa, la falta de libertad, es una cosa tremenda, pero, sinceramente, es la vida de mucha gente afuera de esas paredes también, prisioneros sin paredes, presos de muchas fuerzas que no ven. En fin, derivo en pensamientos que pueden parecer bobadas así que vamos a la descripción directa, me disculpo por las disgresiones, es que es algo que te hace pensar mucho.

Al entrar no nos cachearon, no revisaron las carteras ni los bolsos, no pasamos por ningún detector de metales, simplemente nos pidieron los teléfonos celulares y los cargadores si teníamos, nada más. Nos pusieron un sello en el antebrazo para que pudiéramos salir después y nos dejaron entrar., sin guardias que nos acompañaran Entramos directo al patio central donde los presos estaban caminando, o sentados, o charlando, sin aparente restricción. Algunos se vinieron a conversar con nosotros inmediatamente, no estábamos rodeados de policías ni nada de eso, era como estar en el mercado, nada especial, sólo que no había mujeres, pero eso es común en varias zonas u horarios en la India, las mujeres no están en público todo el tiempo ni en cualquier lugar y en muchos momentos uno puede mirar alrededor y no ver ni una sola. En el patio había sólo tres guardias de uniforme y dos más en unas torres, al menos que yo pudiera ver. Estaban relajados conversando entre ellos bastante lejos de nosotros. El personal jerárquico no usa uniforme, pero sí lleva una especie de batuta que funciona muy bien como símbolo de autoridad.
En total habremos estado unas tres horas, pero como en todo momento estuvimos en contacto directo, incluso físico con los prisioneros, porque algún preso nos dio la mano y algún otro un abrazo, la impresión que me llevo es que no es un lugar de perversión y destrucción. Me hago cargo de que tres horitas no es suficiente para una visión verdadera.
Una diferencia enorme con lo que tenía en la imaginación es que están al aire libre casi todo el día en un lugar amplísimo y la cárcel no está superpoblada, incluso está menos superpoblada que los barrios.
El recital fue bien, la gente lo disfrutó, y para nosotros, al menos para mí, fue una cosa linda de hacer.
Al terminar el director nos llevó a recorrer las instalaciones con su batuta. El director y nosotros, ninguna guardia especial, caminando en medio de los presos como quien camina por las ramblas de Barcelona o por Lavalle en Buenos Aires, ningún problema, los presos saludando, sonriendo, qué puedo decir, es lo que vi, por surrealista que parezca.
Me dejaron filmar y sacar fotos libremente, salvo una única restricción: el área de máxima seguridad. Cuando entramos a esa parte, donde tienen metidos a unos 100 tipos, ahí sí que es un lugar espantoso y deprimente como las cárceles nuestras. Los presos están en unas celdas pestilentes, sin luz natural ni ventilación, bastante apretados. Las jaulas dan a un patio del tamaño de un potrero, piso de cemento alizado y cielo raso, están, como diríamos en la Argentina, a la sombra. Esto sí es igualito a aquella canción de Baglietto, “Mirta, de regreso”, igualito, siniestro, espantoso. Cuando salíamos del pabellón de máxima seguridad uno de los presos me dijo en inglés nos vemos... Uy, escalofriante, me miré el sello en el antebrazo y seguía ahí, menos mal.

Quiero dejar una reflexión de Aldous Huxley, extraída de Brave New World, un Mundo Feliz, de 1958:
"It is perfectly possible for a man to be out of prison, and yet not free - to be under no physical constraint and yet to be a psychological captive, compelled to think, feel and act as the representatives of the national state, or of some private interest within the nation, wants him to think, feel and act".
"Es perfectamente posible para un hombre estar fuera de la cárcel, y aún así no ser libre - no estar bajo ninguna restricción física y, sin embargo, ser un prisionero psicológico, forzado a pensar, sentir y actuar como los representantes del Estado Nacional, o algún interés privado de dentro de la nación, quieren que piense, sienta y actúe".
"The nature of psychological compulsion is such that those who act under constraint remain under the impression that they are acting on their own initiative. The victim of mind-manipulation does not know that he is a victim. To him the walls of his prison are invisible, and he believes himself to be free. That he is not free is apparent only to other people. His servitude is strictly objective".
"La naturaleza de la compulsión psicológica es tal que quienes actúan bajo coacción permanecen bajo la impresión de que actúan por iniciativa propia. La víctima de manipulación mental no sabe que es una víctima. Para ella, los muros de su prisión son invisibles, y se cree libre. Su falta de libertad sólo es evidente para otras personas. Su servidumbre es estrictamente objetiva."

para ver más fotos basta con copiar y pegar lo siguiente en el navegador: http://picasaweb.google.com/kury.es/EnGayola



Gordo Kury

sábado, 24 de octubre de 2009

nueva etapa

24 de octubre de 2009
Rám Purá
Udaipur
Mes 5

Questo secolo oramai alla fine, sàturo di parassiti senza dignità, mi spinge solo ad essere migliore, con più volontà




Dura lección recibí en los últimos tiempos. Conmovido por la pobreza en que vive la familia de un amigo indio le di un dinero equivalente a casi 5 meses de su salario para que pudiera empezar su propio negocio. Big mistake. Después de muchas vueltas, esta semana consiguió otro fajo de dinero de un alemán del que me hice muy amigo también y que es un gran tipo, Jörg, a él le hizo el cuento de que tiene que operar del corazón a su hijo y no hay dinero para la operación, ahí nomás Jörg ayudó con una buena cantidad. El amigo indio, que no nombro, pidió también un adelanto de varios meses de su salario y desapareció, se rajó a las cuatro y media de la madrugada, como un delincuente. Entre otras cosas se llevó mi heladera porque se la había prestado por unos días. En fin, ánimo, el costo de la lección es asimilable, al menos el económico, el emocional es duro, pero deja una enseñanza importante. Ahora ¡qué didáctica caramba!

En fin, a otra cosa, que hace mucho que no escribo acá y tengo mucho en el tintero.
Primero la actualidad, que para las anécdotas ya habrá tiempo. Estos últimos meses estuve estudiando medio en secreto música clásica de la India. Clases de dos horas por día, todos los días, con un buen profesor, más práctica y estudio en casa. Mi instrumento es el bansuri, una flauta de bambú que me tiene enamorado. En poco tiempo tuve buenos resultados y ya la flauta me paga las clases, porque me contrataron en un hotel cinco estrellas para tocar cada día durante el desayuno y me pagan por media hora lo mismo que yo pago por dos horas de clase, así que salió, kármicamente, redondo. Me estoy levantando a las 5 de la mañana para tener tiempo de hacer mis prácticas de Yôga y de bansuri y salir en la burra, mi suzuki C100 azul, atravesando montañas y campos para llegar a tiempo al Fateh Garth Hotel. El lugar es precioso, es un santuario ecológico y está todo alimentado con energía eólica y solar. En la cima de la montaña más alta de su área, tiene una vista de sueño, sobre todo a la mañana con la bruma cubriendo los valles y durante las noches de luna llena (toqué en alguna fiesta también).
Y por las tardes estoy enseñando Swásthya Yôga en una ONG que se llama Seva Mandir. Un lindo grupo de 15 jóvenes de menos de 30, europeos, australianos, neozelandeses y estadounidenses. Todos están en Udaipur para ayudar con el desarrollo rural y el fortalecimiento de la autoridad de las mujeres. Muy linda gente, con muy buenas intenciones y mucho entusiasmo.
Así que estoy enseñando Yôga en la India ¿qué tal? al menos una nota al margen merecerá el dato ¿no? Estoy contento.
El hindi va mejorando también y la casa se va poniendo cada vez más linda. Ya mi huerta me da espinacas y los tomates y porotos van prometiendo pronta entrega.
La lluvia desapareció hace como un mes ya para no volver hasta el próximo año y el frío viene cada noche y se va tarde por la mañana, el resto del día es cálido, pero ya me conseguí unas mantas y para la moto calzo la campera verde que me dejó mi viejo cuando estuvo de visita.
Estoy tan flaco y con la piel tan curtida que parezco indio casi, pero sin la gracia ¡ánimo!
Bueno, primera entrega de la nueva etapa, por fuerza sucinta para agarrar la costumbre de nuevo, espero que sea bienvenida.


Gordo Kury

jueves, 10 de septiembre de 2009

La cofradía de las tres ces






10 de septiembre de 2009
Delhi
Karol Bagh (el jardín de Karol)
Día 107
La cofradía de las tres ces


Nuestra última comida juntos fue en un restaurante de Delhi que parecía sacado de una Saigón de película. Iluminados apenas por las lucesitas rojas elegimos, del menú de comida china e india, platos cocinados en el horno de barro tanduri, pollito Leo, cordero papá, brócoli yo. El tugurio sirve comida china e india, la clientela es india, el maitre es nepalés y el mozo que nos atendió, gurka. Cerveza fuerte fisherking para los mayores, agua mineral con limón para mí. Conversamos sobre Agamenón, Troya, el Peloponeso, Anatolia, Asia Menor, Cnosos, Homero y acompañando de fondo sonaban éxitos de Riky Martin, la Macarena, Aserejé a teré tikiritaqueterelaqueterecuajé, y en la infaltable pantalla se sucedían, tóxicos e hipnóticos, los videclips indios de moda.
Después del almuerzo, un último paseo rápido por las dos Delhis y al rato ya estábamos de breve despedida en el aeropuerto Indira Gandhi. Tempus fugit.
En la última semana visitamos juntos varias ciudades extraordinarias. El caos en Delhi, la desesperación y la fatalidad en Varanasi, lo grande y lo sutil en Agra, el futuro posible en Jaipur y la belleza delicada en Udaipur.
De Delhi nos fuimos en avión a Varanasi, antes Benarés y mucho antes Kashi. Llegamos a un hotel fantástico de las afueras a las márgenes del Ganges. Descansamos un poco, nos dimos sauna y baño turco, un rato en la pileta al aire libre, y estábamos listos para conocer la ciudad. En la parte vieja las calles son tan angostas que nuestro chofer sólo nos pudo acercar hasta un punto donde nos esperaba el guía, quien se presentó como Pablo, supongo que para no darnos un nombre indio difícil de pronunciar. Pablo debe medir un metro cincuenta y cinco y llevaba unos zapatos enormes, tenía que pisar firme en los talones para no lastimarse los tobillos y las puntas se le arqueaban hacia arriba. Muy simpático, tenía un acento como de turco recién llegado y hablaba un castellano comprensible pero roto. Una de las primeras cosas que nos hizo notar es que en las puertas de las casas de Varanasi hay siempre un Ganesha y quien entra debe tocarlo y luego tocarse la cabeza y el corazón. Enfatizó: Ganesha, cabeza, corazón.
Nos llevo hasta un Ghat. Los Ghats son unos baños, a la margen de un río o la orilla de un lago, en forma de escalera, son a la vez baño, lavandería y muelle y varias cosas más que se me escapan. Era casi media noche y subimos a un bote de remos que Pablo llamaba barca. Nuestro Karonte nos llevó al centro del Ganges, donde depositamos nuestra velita flotante, pensando en mamá sobre todo que estaba esperando una operación. Una ayudita de los dioses a los doctores.
En el bote recorrimos un poco el muy transitado Ganges, que uno sabe bien que está contaminado y lleno de bacterias, pero que no tiene olor a nada, que está lleno de camalotes y peces, pero por las dudas evitamos todo lo posible las salpicaduras. Llegamos a tiempo para la celebración del fuego en honor a Shiva y Gañgá. La ceremonia fue para mí impactante, con mantras frenéticos a todo volumen, amplificados eléctricamente, humo por todos lados, fuego, colores, incienso, movimientos coreográficos y la repetición obsesiva que es la clave del rito. Leo no paró de sacarnos de la hipnosis con burlas y payasadas, sacrílego y profano, pero cómico como muy poca gente me he cruzado, dios mío cómo me hace reír el entrerriano renegado este.
Terminado el ritual, de vuelta al bote, y de ahí a nuestro Ghat. El regreso a pié cruzando vacas medio dormidas, moribundos, leprosos, bicicletas, niños, motos y todo casi sin luz fue una odisea. El afortunado de leo metió el pie izquierdo en un kilo de bosta verde, para gran deleite de nuestro guía, que se explayó sobre las virtudes de la bosta y explicó que todo lo que viene de la vaca es, como ella misma, sagrado. Caca, corazón, cabeza, las tres ces que fueron saludo y leit motiv de todo el resto del viaje y dieron nombre a la cofradía de las tres ces.
Lógicamente, llegados al hotel, baño ritual de purificación intensiva para tres y luego, la cena.
De noche Varanasi parece más normal de lo que es, incluso siendo el espanto que es sin luz, el día siguiente fue de pleno impacto. Nos despertamos tempranito como siempre y a las cinco y media ya estábamos bañados y desayunados esperando el auto. El plan del día incluía una visita al crematorio más grande y más famoso de Varanasi, un lugar donde, según la tradición, Párvati perdió su arito y Shiva buceó para buscarlo. Para mí fue demasiado, el olor es mezcla escandalosa de bosta, carnicería, churrasco y cloaca. Mosquerío infame y húmedo que se te para encima cada vez que frenás. Mendigos que te tocan pidiéndote rupias, gente amontonada que casi se te friega para pasar. Leprosos, inválidos, moribundos, fakires, gente tirada y sucia, vacas vivas, vacas muertas y el piso es una alfombra de excrementos. Nunca en mi vida vi una cosa tan indecente. Y no me gusta criticar lo que no entiendo, pero Varanasi pasa todos los límites de lo digno. Sólo un espiritualista muy separado de su propio cuerpo y sus sentidos puede llamar a esta ciudad santa.
Ah la trascendencia, sí, trascender trasciende, trasciende los límites de lo mugriento y la decadencia. Y pensar que en otro tiempo, Varanasi, se llamó Kashi, la esplendorosa. La Kashi de VishvaNatha, el Shiva del Ganges. Pero bueno, Caca-Corazón-Cabeza.





Gordo Kury

domingo, 30 de agosto de 2009

Último momento: tropilla de opíparos desenfrenados ataca Delhi. Estragos, vejámenes y contusiones





30 de agosto de 2009
Karol Bagh
New Delhi
Día 96
Llegaron mi papá y el tío Leo de visita, la estamos pasando regio


Este relato es más bien personal y familiar así que no sé muy bien a quién pueda interesarle, pero, en todo caso, lo mismo podría decir del blog entero y, sin embargo, estoy desconcertado con la cantidad de personas que lo leen, no sé bien si por deleite o por morboso espanto, o ambos, o alguna otra razón inexplicable. Seré breve.
Así que es así nomás, mi querido viejo y su hermano del alma Leónidas Theodoro me vinieron a visitar. Es lindo, es lindísimo poder encontrarse con gente tan querida en el otro lado del mundo y, además mi papá me venía hablando de la India sin conocerla desde que nací: que la lámpara de Aladino, que Ghandi y los ingleses, que los tigres, Kipling esto, los seguidores de Khali aquello, los yogis míticos, Sandokán, el tigre de la Malasia y pirata del Índico. Desde chiquito la fascinación con la riqueza, la confusión y la magia de este país aparecía totalmente barajada con selvas, mercados, Oriente, Asia, epopeyas de todo tipo, mil colores y perfumes. Y era mi viejo el que me contaba, y su madre María Luisa, mi abuela, las historias del Libro de la Selva o de Kim. Y ahora el loco se cruzó en avión medio mundo para venir a visitarme y conocer conmigo la tierra de los sueños. Y su amigo Leo, un capo total. El Leo fue el inventor de este viaje, il mago propiciatore.
Y acá estamos, los tres en loco frenesí cultural, intoxicados de tránsito y colores, en este deporte de riesgo que es aventurarse en el Hindustán. En las valijas venían una botella de vino californiano de 80 dolarines que ya desapareció bien disfrutada entre los dos conocedores, como seis kilos de yerba mate muy bien recibida por mí, una lata de dulce de batata y otra de dulce de batata con chocolate que no tengo ni idea de cómo atacar, planearé bien la estrategia, no sea cuestión de ser derrotado por un tubérculo blindado.
El primer día en Delhi, capital de varios imperios, nos tocó monzónico, gran empapada gran. Pero igual nos recorrimos todo. No quiero hacer lista de paseos e itinerarios, pero en el recorrido perdimos una cámara, compramos otra, yo me saqué los talones con los zapatos, corrimos carreras de rikshaws, coqueteamos con unas japonesas divinas que parecían muñequitas, regateamos por una escultura de bronce de 35 kilos sin pensar en cómo transportarla, comimos como una tropilla de opíparos desenfrenados, nos hicimos pilcha en el sastre, en fin, nos divertimos como locos. Único límite, la gravedad. Los viejos aguantan bien, son modelo 41 y parece que la madera que se usaba antes aguanta muy bien los sacudones, porque los dos gauchos se jugaron un partido de rugby hoy que ni los all blacks se hubieran bancado, ahora, no sé si los veo a papá y a Leo haciendo el haka, eh, pero quién te dice.



Gordo Kury

miércoles, 26 de agosto de 2009

del otro lado del espejo




25 de agosto de 2009
Monsoon Palace Reserve
a dos pueblos de Udaipur
Día 91
Del otro lado del espejo todo es igual pero distinto


Todo es distinto acá, para mí es todo fascinante, ya por la propia diferencia que hace todo extravagante. Por ejemplo el cine, acá el cine es casi todo musical, al menos el cine que la gente normal ve, el Rambo de la India canta y baila. Hay historia, por lo demás boba, pero es la excusa para el espectáculo de danza y canto, la historia es igual que en las películas porno, una necesidad de coherencia entre escena y escena, o como en Holiwood, entre explosión y explosión. Por eso cuando te invitan de noche a la casa, a veces los anfitriones te ponen a ver una película en hindi, aún sabiendo que uno no entiende ni jota, porque total, a quién le importa el contenido, lo importante es la canción y los colores. Para colmo a todo el mundo parece encantarle una película espantosa y larguísima llamada Mister India. El héroe de Mister India es una mezcla siniestra de Jerry Lewys con Leo Dan y su némesis, Mogambo, es la cruza de Lex Luthor con Napoleón Bonaparte y repite como un leit motiv, cada vez que algún plan demencial de destrucción absurda le sale bien: Mogambo Kúsh hua, que quiere decir, literalmente, Mogambo se regocija, o sea que habla de sí mismo en tercera persona, como si a la combinación genética le hubieran agregado dos chorritos de Diego Armando Maradona y unas cuantas cucharadas soperas de Eduardo Duhalde. Bueno, esta película ya la debo haber visto 108 veces, así que ya tengo varios diálogos aprendidos, como todos los indios, que esperan el momento para corear las escenas más (in)trascendentes. El argumento de la película es que Mogambo, que viste una chaquetita de generalísimo mejicano, con charreteras y todo, quiere conquistar la India para destruirla, pero una casa que vaya uno a saber porqué es tan esencial para su plan, está justo ocupada por Mister India, que es un simple muchacho que vive allí con unos 20 niños huérfanos que rescató de la miseria. Bueno, resumiendo, Mister India tiene un anillo que lo hace invisible, por lo tanto en varias escenas Mister India es el bien visible hilo de pescar del que cuelga un revólver plateado. No se sabe porqué cuando está invisible su voz se vuelve también retumbante, en fin, la última escena es de lucha mano a mano entre el héroe y el villano, el primero con anillo de la invisibilidad, el último con anteojos de celofán rojo que le permiten ver a su enemigo. Lógicamente los huérfanos están atados junto a la joven periodista que en secreto Mister India ama platónicamente, y todos cuelgan de un puente sobre un estanque lleno de ácido. Era de esperar, en un último golpe de justicia, nuestro héroe logra esquivar el puñetazo del malvado, quien cae en su propia pileta de ácido, lo vemos pasar de Megambo a esqueleto y después a nada en varios fotogramas que son dignos del museo del kitch.
Tan poco importa el argumento, la trama, los diálogos, la dirección, que en la bucólica Jamburá un día, entre corte y corte de luz, toda la familia y amigos vieron, conmigo como atónito testigo, Pulp Fiction, de Qwentin Tarantino. Para empezar ninguno habla un inglés suficiente para verla sin subtítulos, Suresh puede hablar, pero hasta ahí llega, pero el colmo es que estaba subtitulada en alemán, y eso no es todo amigos, no tengo ni idea de porqué, pero las únicas partes con sonido eran las partes de música o baile, el resto viene silenciado de origen, cuál es el origen no sé, pero espurio seguro que era. Así que nos pasamos la hora y media de rigor viendo una película muda, subtitulada en alemán, con bastante violencia y una música buenísima. Yo aguanté por no defraudar a los anfitriones, ayudado solamente por Uma Thurman. En fin, así son las cosas de este lado del espejo, vagamente reconocibles.
Otra anécdota, los otros días una hipocondríaca estadounidense que conozco, aquejada de fuertes dolores de vientre (sí, señores, durante el período menstrual, por si alguno preguntaba), se fue al American Hospital de urgencia y se hizo sacar una radiografía. Diagnóstico: gases. La menstruación produjo constipación, la constipación gases, los gases dolor, el dolor hipocondría y pánico, el hospital produjo una radiografía y el doctor un diagnóstico y le recetó analgésicos, y purgantes, en fin, ánimo. Pero lo gracioso es que en el sobre de la radiografía decía el nombre de la paciente y la edad: 27 años, 9 meses (sic). Aprovecho la oportunidad para confesar mi edad: 35 años, 11 meses, 12 días.
Los otros días, cansado de comer desde hace 3 meses comida india, me tenté y pedí una pizza, recibí con justicia divina un pedazo de masa blanda, bañada con ketchup y con un pedazo de queso panir semifundido, zanahoria hervida y arbejas. Esta es la pizza de este lado del espejo, y yo que de adolescente le criticaba a mi madre sus “pizzetas” de pan lactal con una rodaja de tomate, un pedacito de queso fresco, orégano y mucho amor. Mamá: perdoname.

P/D: por si alguien piensa que exagero con lo del cine indio, acá dejo los primeros minutos de mister India, con Mogambo a todo vapor:



Gordo Kury

Ganêsha cumple años



24 de agosto de 2009
Monsoon Palace Reserve
a dos pueblos de Udaipur
Día 90
Ganêsha cumple años


Escribo desde mi nueva casa. Me mudé otra vez, ahora a dos pueblos de Udaipur. A veinte metros de mi casita está la muralla que separa a la reserva ecológica del resto del mundo, una linda muralla de unos cuatro o cinco metros de alto. Detrás, una selva salvada dios sabe cómo de la deforestación y el aniquilamiento. Ciervos, pavos reales y seis parejas de tigres viven detrás de las murallas. Los siervos de vez en cuando la saltan, y, dicen los vecinos, los tigres también.
Como no tengo luz todavía, me las arreglo con velas y unas preciosas lámparas de kerosenne chiquitas y antiguas. Muy romántica queda la casita y, mientras me dure la batería de la MacBook, alguna cosa podré escribir. A la vez que escribo esto, disfruto de antemano el arroz basmati con pasas y ghee que me estoy cocinando en mi hornallita portátil.
Ayer fue el cumpleaños de Ganêsha y toda la ciudad paró para celebrar; yo cené, con una familia de amigos indios, dal bati y dulces, una cena íntima, preciosa, mientras los dos hijitos del matrimonio de Suresh (otro Suresh, no el cocinero de la vespa verde) y Pramila dormían, sobre el suelo, al lado nuestro.
Suresh Prajapati es músico profesional, toca el sitar y el bansuri y enseña estos dos y tabla, se dice que es el mejor intérprete clásico de Udaipur. Su mujer, Pramila, cocina cada día para las veintiuna personas de la familia, de las cuales once son niños. Son una familia tradicional y viven en la misma casa en lo que se llama joint family.
Cuando se decidió el matrimonio, Pramila estaba aún en el vientre de su madre. La madre del padre de Suresh era la jefa de la familia porque su marido había muerto, así que tenía autoridad para decidir el matrimonio de sus nietos, normalmente bajo consulta con sus hijos, pero no esta vez, ah no. Ocurre que la señora tenía una amiga, vamos a decir, de canasta. Esta amiga tenía una hija embarazada. Y quedaron, pienso yo, entre copa y copa, en que, si la criatura era hembra, la casarían con el nieto de la primera, Suresh Prajapati, que para entonces tenía cuatro años. Cuando supo del acuerdo, el padre de Suresh montó en cólera, pero se tuvo que aguantar porque, le hubieran consultado o no, la abuela tenía toda la autoridad para el arreglo ¡esas son madres!
Cuestión que, cuando Suresh tenía siete años, se hizo la fiesta de compromiso, con cientos de invitados de varias ciudades, caballos, camellos, elefantes, lohores al Señor, címbalos y danza. La novia dormía, a sus tres tiernos años, en el regazo de su madre. El matrimonio se consumó cuando en casa de Suresh hizo falta otra mujer que trabajara todo el día en la casa, porque su hermana se casó y se fue a vivir, lógicamente, a la casa de la joint family del marido, también a trabajar como loca todo el día, y había dejado su lugar vacío en el equipo de limpieza y cocina. Pramila llegó a la casa de Suresh tan virgen como el propio novio, y tardaron varias semanas en hablarse, de lo incómodos que estaban. Parece la fórmula del matrimonio más desdichado del mundo ¿no? pero no, son de lo más compañeros, se adoran, son gentiles el uno con el otro y pícaros, son buenos padres y son fieles. Así que parece que no hay fórmulas, es lo que te toca no más y lo que hacés con lo que te tocó.
Pero estábamos celebrando el cumpleaños de Ganêsha ¿no? Saco el arroz del fuego y seguimos.
Ganêsha es un dios importantísimo, por ser hijo de Shiva y Párvati y por propio peso y hazañas. Es el dios de los nuevos emprendimientos y el que ayuda a superar la adversidad. A Ganêsha de lo representa gordito, con cabeza de elefante, un colmillo sólo, cinchándole la barriga hay una cobra que oficia de cinturón y su montura es una rata, que es el equivalente indio de nuestra zorra, la sagaz, la astuta. Es que Ganêsha es la intuición, y no hay forma de que la astucia le gane nunca a la intuición, por eso se somete y se deja montar, mansa y alparga. Ganêsha tiene un único colmillo, porque el que le falta se lo partió él mismo para escribir con él, como si fuera una pluma, los Vêdas, las escrituras principales del hinduísmo. Se llama por eso Êka Danta, un diente solo. Momento, llaman a la puerta.
Siendo de noche y en el medio del campo me sorprendió que alguien golpeara; era justo Suresh Prajapati, que se hizo los 8 kilómetros de su casa a la mía en moto, para ver si estaba todo bien, si necesitaba algo y, sobre todo, para alcanzarme un pekele que me mandó Pramila, riquísimo, llegó justo cuando el arroz estaba en su punto y conversamos un rato con comidita y castañas de cajú. Ahora que se fue el amigo, podemos seguir con los dioses.
Parece ser que a Shiva, como yôgi perfecto que era, le gustaba alejarse de la casa para meditar y entrar en profundos estados de conciencia, identificado con el Universo. Pero las ausencias de Shiva se prolongaban por años a veces y Párvati, para no sentirse tan sola, un día mientras se bañaba creó a su hijo Ganêsha de una escama de su propia piel, desprendida durante el baño, el primer clon cósmico. Ganêsha creció y se volvió un bravo guerrero y se destacó como jefe de la guardia. Los soldados de la guardia eran conocidos como los Ganá, por eso Ganêsha es también Ganápati, el Señor de los Ganá. En eso Shiva, que faltaba desde hacía añares, decidió volver a su casa y a su adorada cónyuge Párvati, la Hija de la Montaña. Por los caminos del monte Kailash, en los Himalayas, cortándole el paso a Shiva apareció Ganápati, quien no conocía a su padre, y le exigió el santo y seña. Shiva, que no tenía tiempo para estupideces, le cortó la cabeza con un sólo movimiento de su trishúla, temible tridente de punta y filo que es su arma y su símbolo. Como portador del trishula se lo conoce a Shiva por el nombre Trishúladari y por su carácter, se lo llama también Rudra, el iracundo, el terrible, así que parece que Ganápati no eligió bien su contendiente. Sin inmutarse, Trishúladari, siguió su camino, y fue recibido en la puerta por Párvati quien, después de largos besos y abrazos le preguntó que qué le había parecido su hijo ¿hijo? ¿qué hijo? dijo Shiva, Shánkara, el Creador del Yôga, ¿qué hijo? tu hijo, el jefe de la Guardia, él está siempre en el camino, guardando el paso. Uuuy, dijo Shánkara, en seguida vuelvo. Y salió corriendo a buscar la cabeza de Ganêsha para enderezar el entuerto, pero nada de nada, la cabeza había rodado cuesta abajo por el Kailash y no apareció. Así que Rudra se sentó bajo un árbol y lloró. Sus lágrimas, rojas y milagrosas son las Rudráksha, las lágrimas del terrible, y son unas semillas preciosas que tienen poderes antisépticos impresionantes. Lloró Rudra las lágrimas que vienen después de todo arranque de estúpida ira y después se puso de pié y salió a buscar una cabeza substituta, encontró a la elefanta que es montura de Indra, un poderoso dios de los arios, enemigo mitológico de Shiva, le cortó la cabeza a la pobre elefanta y se la puso sobre los hombros a Ganêsha. Parece que Ganápati nunca se lo reprochó y Párvati no emitió consideraciones. Y, la verdad, yo a Rudra no lo criticaría de frente tampoco.
De los miles de nombres que tiene Shiva, Gangádari, JataJúta, ChandraShekaraya, MaháDêva, Mula, Bôm, Hara, Bhagawan, Bolanatha, Nata Rája y otros mil, el que más me interesa es Shabhô, porque es el que se usa para invocar su presencia. Es decir, el hombre tiene mil nombres, pero si uno quiere que aparezca lo tiene que llamar Shambhô ¿soy yo o es evidente que es su verdadero nombre? es como si uno tiene un amigo y lo llama Pedro y no viene, lo llama Juan y no viene, lo llama Juan Carlos y viene ¿cómo se llama el amigo?
En fin, Ganêsha un día, después de escribir los Vêdas, se llenó de dulces la panza y después, muerto de sed, salió al galope sobre la rata sagaz en busca de un río, pero en el camino se alzó una cobra, la rata se encabritó y Êka Danta salió volando, con tal mala suerte que cayó sobre la barriga y se la rajó por la mitad. Pero, siendo como es, el dios que se sobrepone a todas las contrariedades, se levantó, se metió los dulces de nuevo a dentro de la barriga y se la ató con la propia cobra, de ahora en más y por siempre, cinturón viviente de Ganapati, que es también Pahimán y Rakshamán y cuyo mantra es Gan.
Y uno que creía que los Buendía de Cien años de Soledad mareaban, nada que hacer con el panteón hindú, nada que hacer.
Volviendo a la familia Prajapati, el padre de Suresh es un eximio sitarista, y un tipo encantador, de chiquito se quedó completamente ciego porque la viruela le comió los ojos. La India y Brasil fueron los dos últimos países en erradicar la viruela. El bicho ahora sólo existe en laboratorios militares de los Estados Unidos y Rusia, así que si algún día nos levantamos y en las noticias de la mañana hablan de un temible rebrote de viruela ya sabemos a dónde ir a buscar a los responsables eh, no me vengan a echarle la culpa al chancho, que la culpa la tiene el que le da de comer.



Gordo Kury

lunes, 17 de agosto de 2009

Jamburá, amonzonada y fértil







18 de agosto de 2009
Jamburá
Rajasthán
Día 84
Jamburá amonzonada y fértil


A mi retorno, Jamburá me recibe gloriosa, rica, exuberante (pronunciar con acento brasileño exuberanchi por favor). El esperado monzón sacó vida de cada posito y la abundancia tropical es desbordante (transbordanchi). Para mí el trópico siempre se tradujo automáticamente al portugués, el olor y los colores del Brasil y ahora mismo, aún metido en este otro planeta, con un verde distinto, otros colores y perfumes y un idioma que no recuerda al del Brasil ni por asomo, aún ahora no puedo pensar esta abundancia intoxicante sin el acento brasileño. Así que Jamburá me recibe encariocada, embahianada, me recibe belorizonteada, aparaneada, parahibada. Pero es sólo el primer impacto, a segunda mirada es la india del Libro de la Selva, la de Mogli, Balú, Khaa, Vagheera, Sheer Khan. El planeta Kipling, pero atendido por sus dueños.
Ante el idilio y la abundancia de Jamburá me es inevitable preguntarme qué fue lo que nos sacó de esta vida deliciosa y simple. Aún sabiendo que no puedo más que ser superficial y ajeno en mi mirada fugaz, aún así tengo que hacerme la pregunta. Por qué preferimos las ciudades, la especialización y el aglomeramiento. Especializados como insectos, vivimos en hormigueros deformes de millones y millones de bichos-hombre. Pero cuál es la fuerza que nos llevó a esa opción y que nos mantiene ahí. Si el agua caliente, la electricidad y los cines y restaurantes, bibliotecas y leisir nos justifican las jornadas de trabajo para otros, el tránsito y el transporte público, las miles de soluciones-problema como las cloacas y los cinturones ecológicos (?) a mí me da la impresión de que estamos pagando caro unos gustos de gente ablandada como bizcocho en té con leche. Pero claro que la vida en la aldea tiene sus oscuridades también. La gente parece sana y fuerte, pero eso puede ser porque los que no son sanos y fuertes directamente se los lleva el primer virus o la segunda bacteria que pase por ahí, porque no sólo no hay hospitales cerca o medios de transporte o infraestructura vial para ir a un hospital o sala de primeros auxilios, no hay ni siquiera botiquines en las casas. Lo que hay, eso sí, y parece que funciona lindamente, es un gran conocimiento de botánica generalizado, todos desde chiquitos conocen bien las propiedades de todas las plantas de su zona, acá no hay yuyos, todas las plantas se usan para algo.
Las moscas en la época de lluvias son una tortura para mí inaguantable, eso sí. Si no me acuerdo mal el lema del diario Crítica, tomado de Sócrates, creo, era algo así como “Dios nos puso sobre la nación como a una mosca sobre un noble caballo”, bueno, en Jamburá yo vi que las moscas pueden ser una fuerza de repulsión muy intensa, quien te dice que no fue el acicate de las moscas lo que nos sacó del Edén de los trópicos empujándonos a las zonas templadas y frías del planeta, el que lo dude, que se pase unos días en Jamburá en temporada lluviosa...
Pero bueno, ese es un problema muy menor, y además abejas yo no vi ninguna, así que por ahí son las moscas las principales polinizadoras de la zona, y si es así habrá que aguantarlas con gusto y hacerse amigo de lo inexorable.
Me pasé una semana en este paraíso bucólico donde el ser humano es fuerte y sano y la belleza está en las mujeres y los hombres, y la dignidad en todos. No lo recomiendo de ninguna manera para gente afectada de reuma o tuberculosis eh, la humedad es del carajiento por ciento.
Cuentan que en la zona hay cuatro tigres, un macho que anda solo, y una hembra con dos cachorros, yo fui a la zona donde se dejan ver de vez en cuando pero no vi ni rastros, pero varias personas me contaron que los vieron a lo lejos. De vez en cuando se almuerzan una vaquita, pero si el dueño presenta pruebas al gobierno, recibe una compensación. Si alguno monta en cólera y mata un tigre puede muy bien terminar en la cárcel como si hubiera matado a un hombre, así que está más o menos protegido el amigo.
Lo que sí vi pero ya estoy acostumbrado son langures, esos monos de carita negra que son preciosos, ahora, los de Jamburá son bastante más grandes que los que había visto. Y también montones de pavos reales, que son también enormes y que tienen un canto muy lindo, más bien un grito que suena igualito a su nombre sánscrito: mayúra, mayúra.
La salud de la gente de esta aldea es fuertísima e impactante. Vi un hombre que me dicen que tiene más de 70 años y que nunca salió de ahí, trabajando en su parcela, cargando cosas sobre la cabeza, en cueros, con una musculatura de un tipo fuerte de treinta y pico. Vi también una señora de más de 70 que sólo llevaba un vestido tradicional agarrado en la cintura, tal cual lo usaban las mujeres de la tribu hace 50 años, con los pechos descubiertos, y, tengo que decirlo, aunque nadie me va a creer, estaba todo en su lugar, un cuerpo fuerte y bien formado que bien podría ser un una espléndida cuarentona, pero no una cuarentona normal, una tremenda cuarentona en perfecto estado, lo digo con todo respeto, y era una señora de más de 70, madre de cuatro y abuela de diez. También vi mujeres más jóvenes, pero qué puedo decir, imagínese usted, si la venerable anciana está en ese estado, pienso que estoy excusado de describir a las mujeres de entre 16 y 50 ¿no? Jamburá no es apta tampoco para gente con problemas cardíacos muchachos, afectados al corazón, abstenerse.
Los hombres parecen héroes griegos, pero bruñidos, así que si alguna amiga anda pensando en un viaje, véngame a visitar que le presento a mis amigos mina.
De todas maneras, aviso, por si alguien está buscando pasajes baratos, que acá el sexo es dentro del matrimonio, así que para cualquier contacto hay que hablar antes de intenciones serias con el padre ¿ok? nada de cháchara y parranda.
Está bien que se sospeche de mi parcialidad porque la vida en Jamburá me fascina y me tiene encantado, pero qué puedo hacer, me confieso culpable de amor; debe tener sus defectos, pero que quiere que le diga, yo no se los encuentro.



Gordo Kury

el blindaje de la burra aguanta






17 de agosto de 2009
Jamburá
Rajasthán
Día 83
A prueba de luz, terreno, distancia y velocidad, el blindaje de la burra aguanta todo


En esta segunda expedición a Jamburá, la aldea de la tribu mina, 100 km al sudeste de Udaipur, que había visitado al inicio del monzón, tuve oportunidad de probar la resistencia de la burra. Salimos a las 5 de la mañana del jueves. Llovía y era mi primera experiencia con ese clima, pero si uno va a suspender planes por lluvia durante el monzón, mejor quedarse en casa bajo llave durante tres meses, porque lo más seguro es que caiga agua en algún momento de cada día, de garúa finita a chaparrón, de llovizna a tempestad, pero que cae, cae. Cosas como esperar a que pare de llover no tienen sentido tampoco, porque en un viaje de 100 km uno va a encontrar lluvia en algún punto casi con seguridad así que, con agua y todo, partimos raudamente al amanecer. Yo, montado en la burra, Suresh en su vespa verde que es el terror de las carreteras del Rajasthán, con su hijo Bupendra a la grupa. La burra respondió con toda firmeza y gran agarre en todos los terrenos. El primer desafío fue atravesar el tránsito de Delhi Gate y la entrada al Bapu Bazaar, luego el caos de la “estación” de autobuses y luego la salida de Udaipur con camiones, tractores, bicicletas y peatones. Pasada esa primera media hora todo se pone muchísimo mejor porque empieza la llamada highway, que es una pista de dos carriles, uno por mano, sin división física ni psicológica, en el medio de la selva. El asfalto está en excelentes condiciones, pero no hay vanquina así que hay que ir medio rezando en las curvas siegas.
Aquí se conduce por la izquierda al estilo inglés. Aunque nadie conduce por la izquierda; mostrando "madurez de estadistas", los indios eligen dirigir por el centro, como si quisieran imitar a Lula y Tabaré Vázquez mecacheendié. Supongo que la costumbre viene de los caminos de tierra que se deterioran antes en las partes más transitadas, pero la verdad es que se aplica independientemente de la calidad del terreno. Así que cuando viene un camión o un colectivo, te pasa finito, finito, uno se aprieta, se achica contra el borde del asfalto, pero encomendándose a la divina providencia.
Así pasan los primeros 50 o 60 km de muy buena infraestructura. Ahí pude probar el motor que levantó temblando de gusto 80 km/h en algunos tramos. Después empieza una sucesión de aldeas y puertos piratas que más parecen la estación del Tatuín de la Guerra de las Galaxias. Animales prehistóricos dicen presente cada 5 minutos, monumentales búfalos de agua, altísimos camellos, las vacas omnipresentes, dinosaurios del siglo de las máquinas según Zitarrosa, pero que aquí reinan sobre todos los motores, cabras de a cientos, perros en jauría, carros de bueyes, de todo. Escondidas a la entrada de cada pueblo hay unas lomas de burro que acá se llaman speed brakers pero que son más propiamente spine brakers, de terror, además no están señalizadas ni pintadas de blanco las jorobas estas que te parten el lomo. Peligrosas pero didácticas, a la segunda o tercera que agarrás te moderás solito y vas más bien entre 40 y 60 por el resto de la jornada. Acá parece que no hay más leyes que las de la física, no hay más límite de velocidad que el que impone el propio terreno, no hay más límite a la capacidad de un medio de transporte que la real capacidad de apilar pasajeros hasta exprimirlos contra las ventanillas. Es así, la anarquía que funciona. Asusta un poco a los desprevenidos, pero funciona. Sin caminera, sin señales de tránsito, a pura física funciona, si se puede, se hace, si cabe, se mete, se empuja un poquito más y se meten otros cuatro.
Los últimos 20 kilómetros son un rally cross country. Primero por un deteriorado camino real de ripio que es un rectificador vertebral de lo más terapéutico, desde el coxis hasta el mismísimo atlas la vibración reacomoda todo en su lugar o en otro, pero reacomoda, eso sí. Después directamente el camino hay que intuirlo entre barriales, potreros, dunas, y, finalmente, el desastre total que es atravesar el campo arado y senderitos entre maizales.
Nos tomó dos horas y media hacer los 100 kilómetros, pero llegamos enteros, el único percance menor que fue más bien un bautismo fue la redonda quemadura que me dejó el silenciador de la burra en el tobillo derecho, no dolió pero ardió lindo; un poquito de barro fue suficiente para refrescar, me querían poner bosta fermentada, pero no me animé, y ni falta que hizo porque en cuatro días ya casi ni se ve, bah, verse se ve, pero no arde por lo menos.
Llegados a Jamburá, la familia de Suresh no nos dejó descansar, había que salir de nuevo para el “festival” mina que tenía lugar a 9 km. Así que partimos, yo con Bupentra engrupado en la burra y Suresh con su mujer soñada por Botero y una vecinita que también se sumó a la empreitada. Bupendra iba a oficiar de guía, pero el guacho tiene un inglés terrorífico, y cada vez que venía una bifurcación me pegaba un sólo grito: Inside!
Pero decime Bupendra ¿qué cuernos querés decir con “inside”? inside! inside! ah, macanudo, quedamos así.
No sé cómo fuimos comunicándonos medio muertos de risa por lo ridículos que nos sentíamos los dos y finalmente descubrí que “inside” quería decir “this side”, lo que tampoco te sirve de mucho si no podés ver el gesto que señala cuál es this side. Pero llegamos, llegamos, con lo que queda demostrado que la comunicación humana va también por otros caminos que el lenguaje verbal o gestual.
El llamado festival es una feria, una kermesse, con su vuelta al mundo y todo, con sus puestitos de comida y de baratijas, con sus berretadas y sus espejitos pintados, le faltaba la tómbola nomás y el tiro al blanco por muñequitos y estaba todo. Lo interesante fue ver los más de diez mil minas que se juntaron con sus mejores pilchas, venidos de toda la comarca en tractores, jeeps, camiones, bicicletas, camellos, bueyes y a pata, a pata stricto sensu eh, ni alpargatas, a puro talón rajado venían algunos. Cuánta gente hermosa, mujeres que parecen top models asalvajadas y hombres con cuerpos de campeones olímpicos de natación pero con miradas de piratas que harían salir huyendo al mismísimo capitán Blood.



Gordo Kury