domingo, 30 de agosto de 2009

Último momento: tropilla de opíparos desenfrenados ataca Delhi. Estragos, vejámenes y contusiones





30 de agosto de 2009
Karol Bagh
New Delhi
Día 96
Llegaron mi papá y el tío Leo de visita, la estamos pasando regio


Este relato es más bien personal y familiar así que no sé muy bien a quién pueda interesarle, pero, en todo caso, lo mismo podría decir del blog entero y, sin embargo, estoy desconcertado con la cantidad de personas que lo leen, no sé bien si por deleite o por morboso espanto, o ambos, o alguna otra razón inexplicable. Seré breve.
Así que es así nomás, mi querido viejo y su hermano del alma Leónidas Theodoro me vinieron a visitar. Es lindo, es lindísimo poder encontrarse con gente tan querida en el otro lado del mundo y, además mi papá me venía hablando de la India sin conocerla desde que nací: que la lámpara de Aladino, que Ghandi y los ingleses, que los tigres, Kipling esto, los seguidores de Khali aquello, los yogis míticos, Sandokán, el tigre de la Malasia y pirata del Índico. Desde chiquito la fascinación con la riqueza, la confusión y la magia de este país aparecía totalmente barajada con selvas, mercados, Oriente, Asia, epopeyas de todo tipo, mil colores y perfumes. Y era mi viejo el que me contaba, y su madre María Luisa, mi abuela, las historias del Libro de la Selva o de Kim. Y ahora el loco se cruzó en avión medio mundo para venir a visitarme y conocer conmigo la tierra de los sueños. Y su amigo Leo, un capo total. El Leo fue el inventor de este viaje, il mago propiciatore.
Y acá estamos, los tres en loco frenesí cultural, intoxicados de tránsito y colores, en este deporte de riesgo que es aventurarse en el Hindustán. En las valijas venían una botella de vino californiano de 80 dolarines que ya desapareció bien disfrutada entre los dos conocedores, como seis kilos de yerba mate muy bien recibida por mí, una lata de dulce de batata y otra de dulce de batata con chocolate que no tengo ni idea de cómo atacar, planearé bien la estrategia, no sea cuestión de ser derrotado por un tubérculo blindado.
El primer día en Delhi, capital de varios imperios, nos tocó monzónico, gran empapada gran. Pero igual nos recorrimos todo. No quiero hacer lista de paseos e itinerarios, pero en el recorrido perdimos una cámara, compramos otra, yo me saqué los talones con los zapatos, corrimos carreras de rikshaws, coqueteamos con unas japonesas divinas que parecían muñequitas, regateamos por una escultura de bronce de 35 kilos sin pensar en cómo transportarla, comimos como una tropilla de opíparos desenfrenados, nos hicimos pilcha en el sastre, en fin, nos divertimos como locos. Único límite, la gravedad. Los viejos aguantan bien, son modelo 41 y parece que la madera que se usaba antes aguanta muy bien los sacudones, porque los dos gauchos se jugaron un partido de rugby hoy que ni los all blacks se hubieran bancado, ahora, no sé si los veo a papá y a Leo haciendo el haka, eh, pero quién te dice.



Gordo Kury

miércoles, 26 de agosto de 2009

del otro lado del espejo




25 de agosto de 2009
Monsoon Palace Reserve
a dos pueblos de Udaipur
Día 91
Del otro lado del espejo todo es igual pero distinto


Todo es distinto acá, para mí es todo fascinante, ya por la propia diferencia que hace todo extravagante. Por ejemplo el cine, acá el cine es casi todo musical, al menos el cine que la gente normal ve, el Rambo de la India canta y baila. Hay historia, por lo demás boba, pero es la excusa para el espectáculo de danza y canto, la historia es igual que en las películas porno, una necesidad de coherencia entre escena y escena, o como en Holiwood, entre explosión y explosión. Por eso cuando te invitan de noche a la casa, a veces los anfitriones te ponen a ver una película en hindi, aún sabiendo que uno no entiende ni jota, porque total, a quién le importa el contenido, lo importante es la canción y los colores. Para colmo a todo el mundo parece encantarle una película espantosa y larguísima llamada Mister India. El héroe de Mister India es una mezcla siniestra de Jerry Lewys con Leo Dan y su némesis, Mogambo, es la cruza de Lex Luthor con Napoleón Bonaparte y repite como un leit motiv, cada vez que algún plan demencial de destrucción absurda le sale bien: Mogambo Kúsh hua, que quiere decir, literalmente, Mogambo se regocija, o sea que habla de sí mismo en tercera persona, como si a la combinación genética le hubieran agregado dos chorritos de Diego Armando Maradona y unas cuantas cucharadas soperas de Eduardo Duhalde. Bueno, esta película ya la debo haber visto 108 veces, así que ya tengo varios diálogos aprendidos, como todos los indios, que esperan el momento para corear las escenas más (in)trascendentes. El argumento de la película es que Mogambo, que viste una chaquetita de generalísimo mejicano, con charreteras y todo, quiere conquistar la India para destruirla, pero una casa que vaya uno a saber porqué es tan esencial para su plan, está justo ocupada por Mister India, que es un simple muchacho que vive allí con unos 20 niños huérfanos que rescató de la miseria. Bueno, resumiendo, Mister India tiene un anillo que lo hace invisible, por lo tanto en varias escenas Mister India es el bien visible hilo de pescar del que cuelga un revólver plateado. No se sabe porqué cuando está invisible su voz se vuelve también retumbante, en fin, la última escena es de lucha mano a mano entre el héroe y el villano, el primero con anillo de la invisibilidad, el último con anteojos de celofán rojo que le permiten ver a su enemigo. Lógicamente los huérfanos están atados junto a la joven periodista que en secreto Mister India ama platónicamente, y todos cuelgan de un puente sobre un estanque lleno de ácido. Era de esperar, en un último golpe de justicia, nuestro héroe logra esquivar el puñetazo del malvado, quien cae en su propia pileta de ácido, lo vemos pasar de Megambo a esqueleto y después a nada en varios fotogramas que son dignos del museo del kitch.
Tan poco importa el argumento, la trama, los diálogos, la dirección, que en la bucólica Jamburá un día, entre corte y corte de luz, toda la familia y amigos vieron, conmigo como atónito testigo, Pulp Fiction, de Qwentin Tarantino. Para empezar ninguno habla un inglés suficiente para verla sin subtítulos, Suresh puede hablar, pero hasta ahí llega, pero el colmo es que estaba subtitulada en alemán, y eso no es todo amigos, no tengo ni idea de porqué, pero las únicas partes con sonido eran las partes de música o baile, el resto viene silenciado de origen, cuál es el origen no sé, pero espurio seguro que era. Así que nos pasamos la hora y media de rigor viendo una película muda, subtitulada en alemán, con bastante violencia y una música buenísima. Yo aguanté por no defraudar a los anfitriones, ayudado solamente por Uma Thurman. En fin, así son las cosas de este lado del espejo, vagamente reconocibles.
Otra anécdota, los otros días una hipocondríaca estadounidense que conozco, aquejada de fuertes dolores de vientre (sí, señores, durante el período menstrual, por si alguno preguntaba), se fue al American Hospital de urgencia y se hizo sacar una radiografía. Diagnóstico: gases. La menstruación produjo constipación, la constipación gases, los gases dolor, el dolor hipocondría y pánico, el hospital produjo una radiografía y el doctor un diagnóstico y le recetó analgésicos, y purgantes, en fin, ánimo. Pero lo gracioso es que en el sobre de la radiografía decía el nombre de la paciente y la edad: 27 años, 9 meses (sic). Aprovecho la oportunidad para confesar mi edad: 35 años, 11 meses, 12 días.
Los otros días, cansado de comer desde hace 3 meses comida india, me tenté y pedí una pizza, recibí con justicia divina un pedazo de masa blanda, bañada con ketchup y con un pedazo de queso panir semifundido, zanahoria hervida y arbejas. Esta es la pizza de este lado del espejo, y yo que de adolescente le criticaba a mi madre sus “pizzetas” de pan lactal con una rodaja de tomate, un pedacito de queso fresco, orégano y mucho amor. Mamá: perdoname.

P/D: por si alguien piensa que exagero con lo del cine indio, acá dejo los primeros minutos de mister India, con Mogambo a todo vapor:



Gordo Kury

Ganêsha cumple años



24 de agosto de 2009
Monsoon Palace Reserve
a dos pueblos de Udaipur
Día 90
Ganêsha cumple años


Escribo desde mi nueva casa. Me mudé otra vez, ahora a dos pueblos de Udaipur. A veinte metros de mi casita está la muralla que separa a la reserva ecológica del resto del mundo, una linda muralla de unos cuatro o cinco metros de alto. Detrás, una selva salvada dios sabe cómo de la deforestación y el aniquilamiento. Ciervos, pavos reales y seis parejas de tigres viven detrás de las murallas. Los siervos de vez en cuando la saltan, y, dicen los vecinos, los tigres también.
Como no tengo luz todavía, me las arreglo con velas y unas preciosas lámparas de kerosenne chiquitas y antiguas. Muy romántica queda la casita y, mientras me dure la batería de la MacBook, alguna cosa podré escribir. A la vez que escribo esto, disfruto de antemano el arroz basmati con pasas y ghee que me estoy cocinando en mi hornallita portátil.
Ayer fue el cumpleaños de Ganêsha y toda la ciudad paró para celebrar; yo cené, con una familia de amigos indios, dal bati y dulces, una cena íntima, preciosa, mientras los dos hijitos del matrimonio de Suresh (otro Suresh, no el cocinero de la vespa verde) y Pramila dormían, sobre el suelo, al lado nuestro.
Suresh Prajapati es músico profesional, toca el sitar y el bansuri y enseña estos dos y tabla, se dice que es el mejor intérprete clásico de Udaipur. Su mujer, Pramila, cocina cada día para las veintiuna personas de la familia, de las cuales once son niños. Son una familia tradicional y viven en la misma casa en lo que se llama joint family.
Cuando se decidió el matrimonio, Pramila estaba aún en el vientre de su madre. La madre del padre de Suresh era la jefa de la familia porque su marido había muerto, así que tenía autoridad para decidir el matrimonio de sus nietos, normalmente bajo consulta con sus hijos, pero no esta vez, ah no. Ocurre que la señora tenía una amiga, vamos a decir, de canasta. Esta amiga tenía una hija embarazada. Y quedaron, pienso yo, entre copa y copa, en que, si la criatura era hembra, la casarían con el nieto de la primera, Suresh Prajapati, que para entonces tenía cuatro años. Cuando supo del acuerdo, el padre de Suresh montó en cólera, pero se tuvo que aguantar porque, le hubieran consultado o no, la abuela tenía toda la autoridad para el arreglo ¡esas son madres!
Cuestión que, cuando Suresh tenía siete años, se hizo la fiesta de compromiso, con cientos de invitados de varias ciudades, caballos, camellos, elefantes, lohores al Señor, címbalos y danza. La novia dormía, a sus tres tiernos años, en el regazo de su madre. El matrimonio se consumó cuando en casa de Suresh hizo falta otra mujer que trabajara todo el día en la casa, porque su hermana se casó y se fue a vivir, lógicamente, a la casa de la joint family del marido, también a trabajar como loca todo el día, y había dejado su lugar vacío en el equipo de limpieza y cocina. Pramila llegó a la casa de Suresh tan virgen como el propio novio, y tardaron varias semanas en hablarse, de lo incómodos que estaban. Parece la fórmula del matrimonio más desdichado del mundo ¿no? pero no, son de lo más compañeros, se adoran, son gentiles el uno con el otro y pícaros, son buenos padres y son fieles. Así que parece que no hay fórmulas, es lo que te toca no más y lo que hacés con lo que te tocó.
Pero estábamos celebrando el cumpleaños de Ganêsha ¿no? Saco el arroz del fuego y seguimos.
Ganêsha es un dios importantísimo, por ser hijo de Shiva y Párvati y por propio peso y hazañas. Es el dios de los nuevos emprendimientos y el que ayuda a superar la adversidad. A Ganêsha de lo representa gordito, con cabeza de elefante, un colmillo sólo, cinchándole la barriga hay una cobra que oficia de cinturón y su montura es una rata, que es el equivalente indio de nuestra zorra, la sagaz, la astuta. Es que Ganêsha es la intuición, y no hay forma de que la astucia le gane nunca a la intuición, por eso se somete y se deja montar, mansa y alparga. Ganêsha tiene un único colmillo, porque el que le falta se lo partió él mismo para escribir con él, como si fuera una pluma, los Vêdas, las escrituras principales del hinduísmo. Se llama por eso Êka Danta, un diente solo. Momento, llaman a la puerta.
Siendo de noche y en el medio del campo me sorprendió que alguien golpeara; era justo Suresh Prajapati, que se hizo los 8 kilómetros de su casa a la mía en moto, para ver si estaba todo bien, si necesitaba algo y, sobre todo, para alcanzarme un pekele que me mandó Pramila, riquísimo, llegó justo cuando el arroz estaba en su punto y conversamos un rato con comidita y castañas de cajú. Ahora que se fue el amigo, podemos seguir con los dioses.
Parece ser que a Shiva, como yôgi perfecto que era, le gustaba alejarse de la casa para meditar y entrar en profundos estados de conciencia, identificado con el Universo. Pero las ausencias de Shiva se prolongaban por años a veces y Párvati, para no sentirse tan sola, un día mientras se bañaba creó a su hijo Ganêsha de una escama de su propia piel, desprendida durante el baño, el primer clon cósmico. Ganêsha creció y se volvió un bravo guerrero y se destacó como jefe de la guardia. Los soldados de la guardia eran conocidos como los Ganá, por eso Ganêsha es también Ganápati, el Señor de los Ganá. En eso Shiva, que faltaba desde hacía añares, decidió volver a su casa y a su adorada cónyuge Párvati, la Hija de la Montaña. Por los caminos del monte Kailash, en los Himalayas, cortándole el paso a Shiva apareció Ganápati, quien no conocía a su padre, y le exigió el santo y seña. Shiva, que no tenía tiempo para estupideces, le cortó la cabeza con un sólo movimiento de su trishúla, temible tridente de punta y filo que es su arma y su símbolo. Como portador del trishula se lo conoce a Shiva por el nombre Trishúladari y por su carácter, se lo llama también Rudra, el iracundo, el terrible, así que parece que Ganápati no eligió bien su contendiente. Sin inmutarse, Trishúladari, siguió su camino, y fue recibido en la puerta por Párvati quien, después de largos besos y abrazos le preguntó que qué le había parecido su hijo ¿hijo? ¿qué hijo? dijo Shiva, Shánkara, el Creador del Yôga, ¿qué hijo? tu hijo, el jefe de la Guardia, él está siempre en el camino, guardando el paso. Uuuy, dijo Shánkara, en seguida vuelvo. Y salió corriendo a buscar la cabeza de Ganêsha para enderezar el entuerto, pero nada de nada, la cabeza había rodado cuesta abajo por el Kailash y no apareció. Así que Rudra se sentó bajo un árbol y lloró. Sus lágrimas, rojas y milagrosas son las Rudráksha, las lágrimas del terrible, y son unas semillas preciosas que tienen poderes antisépticos impresionantes. Lloró Rudra las lágrimas que vienen después de todo arranque de estúpida ira y después se puso de pié y salió a buscar una cabeza substituta, encontró a la elefanta que es montura de Indra, un poderoso dios de los arios, enemigo mitológico de Shiva, le cortó la cabeza a la pobre elefanta y se la puso sobre los hombros a Ganêsha. Parece que Ganápati nunca se lo reprochó y Párvati no emitió consideraciones. Y, la verdad, yo a Rudra no lo criticaría de frente tampoco.
De los miles de nombres que tiene Shiva, Gangádari, JataJúta, ChandraShekaraya, MaháDêva, Mula, Bôm, Hara, Bhagawan, Bolanatha, Nata Rája y otros mil, el que más me interesa es Shabhô, porque es el que se usa para invocar su presencia. Es decir, el hombre tiene mil nombres, pero si uno quiere que aparezca lo tiene que llamar Shambhô ¿soy yo o es evidente que es su verdadero nombre? es como si uno tiene un amigo y lo llama Pedro y no viene, lo llama Juan y no viene, lo llama Juan Carlos y viene ¿cómo se llama el amigo?
En fin, Ganêsha un día, después de escribir los Vêdas, se llenó de dulces la panza y después, muerto de sed, salió al galope sobre la rata sagaz en busca de un río, pero en el camino se alzó una cobra, la rata se encabritó y Êka Danta salió volando, con tal mala suerte que cayó sobre la barriga y se la rajó por la mitad. Pero, siendo como es, el dios que se sobrepone a todas las contrariedades, se levantó, se metió los dulces de nuevo a dentro de la barriga y se la ató con la propia cobra, de ahora en más y por siempre, cinturón viviente de Ganapati, que es también Pahimán y Rakshamán y cuyo mantra es Gan.
Y uno que creía que los Buendía de Cien años de Soledad mareaban, nada que hacer con el panteón hindú, nada que hacer.
Volviendo a la familia Prajapati, el padre de Suresh es un eximio sitarista, y un tipo encantador, de chiquito se quedó completamente ciego porque la viruela le comió los ojos. La India y Brasil fueron los dos últimos países en erradicar la viruela. El bicho ahora sólo existe en laboratorios militares de los Estados Unidos y Rusia, así que si algún día nos levantamos y en las noticias de la mañana hablan de un temible rebrote de viruela ya sabemos a dónde ir a buscar a los responsables eh, no me vengan a echarle la culpa al chancho, que la culpa la tiene el que le da de comer.



Gordo Kury

lunes, 17 de agosto de 2009

Jamburá, amonzonada y fértil







18 de agosto de 2009
Jamburá
Rajasthán
Día 84
Jamburá amonzonada y fértil


A mi retorno, Jamburá me recibe gloriosa, rica, exuberante (pronunciar con acento brasileño exuberanchi por favor). El esperado monzón sacó vida de cada posito y la abundancia tropical es desbordante (transbordanchi). Para mí el trópico siempre se tradujo automáticamente al portugués, el olor y los colores del Brasil y ahora mismo, aún metido en este otro planeta, con un verde distinto, otros colores y perfumes y un idioma que no recuerda al del Brasil ni por asomo, aún ahora no puedo pensar esta abundancia intoxicante sin el acento brasileño. Así que Jamburá me recibe encariocada, embahianada, me recibe belorizonteada, aparaneada, parahibada. Pero es sólo el primer impacto, a segunda mirada es la india del Libro de la Selva, la de Mogli, Balú, Khaa, Vagheera, Sheer Khan. El planeta Kipling, pero atendido por sus dueños.
Ante el idilio y la abundancia de Jamburá me es inevitable preguntarme qué fue lo que nos sacó de esta vida deliciosa y simple. Aún sabiendo que no puedo más que ser superficial y ajeno en mi mirada fugaz, aún así tengo que hacerme la pregunta. Por qué preferimos las ciudades, la especialización y el aglomeramiento. Especializados como insectos, vivimos en hormigueros deformes de millones y millones de bichos-hombre. Pero cuál es la fuerza que nos llevó a esa opción y que nos mantiene ahí. Si el agua caliente, la electricidad y los cines y restaurantes, bibliotecas y leisir nos justifican las jornadas de trabajo para otros, el tránsito y el transporte público, las miles de soluciones-problema como las cloacas y los cinturones ecológicos (?) a mí me da la impresión de que estamos pagando caro unos gustos de gente ablandada como bizcocho en té con leche. Pero claro que la vida en la aldea tiene sus oscuridades también. La gente parece sana y fuerte, pero eso puede ser porque los que no son sanos y fuertes directamente se los lleva el primer virus o la segunda bacteria que pase por ahí, porque no sólo no hay hospitales cerca o medios de transporte o infraestructura vial para ir a un hospital o sala de primeros auxilios, no hay ni siquiera botiquines en las casas. Lo que hay, eso sí, y parece que funciona lindamente, es un gran conocimiento de botánica generalizado, todos desde chiquitos conocen bien las propiedades de todas las plantas de su zona, acá no hay yuyos, todas las plantas se usan para algo.
Las moscas en la época de lluvias son una tortura para mí inaguantable, eso sí. Si no me acuerdo mal el lema del diario Crítica, tomado de Sócrates, creo, era algo así como “Dios nos puso sobre la nación como a una mosca sobre un noble caballo”, bueno, en Jamburá yo vi que las moscas pueden ser una fuerza de repulsión muy intensa, quien te dice que no fue el acicate de las moscas lo que nos sacó del Edén de los trópicos empujándonos a las zonas templadas y frías del planeta, el que lo dude, que se pase unos días en Jamburá en temporada lluviosa...
Pero bueno, ese es un problema muy menor, y además abejas yo no vi ninguna, así que por ahí son las moscas las principales polinizadoras de la zona, y si es así habrá que aguantarlas con gusto y hacerse amigo de lo inexorable.
Me pasé una semana en este paraíso bucólico donde el ser humano es fuerte y sano y la belleza está en las mujeres y los hombres, y la dignidad en todos. No lo recomiendo de ninguna manera para gente afectada de reuma o tuberculosis eh, la humedad es del carajiento por ciento.
Cuentan que en la zona hay cuatro tigres, un macho que anda solo, y una hembra con dos cachorros, yo fui a la zona donde se dejan ver de vez en cuando pero no vi ni rastros, pero varias personas me contaron que los vieron a lo lejos. De vez en cuando se almuerzan una vaquita, pero si el dueño presenta pruebas al gobierno, recibe una compensación. Si alguno monta en cólera y mata un tigre puede muy bien terminar en la cárcel como si hubiera matado a un hombre, así que está más o menos protegido el amigo.
Lo que sí vi pero ya estoy acostumbrado son langures, esos monos de carita negra que son preciosos, ahora, los de Jamburá son bastante más grandes que los que había visto. Y también montones de pavos reales, que son también enormes y que tienen un canto muy lindo, más bien un grito que suena igualito a su nombre sánscrito: mayúra, mayúra.
La salud de la gente de esta aldea es fuertísima e impactante. Vi un hombre que me dicen que tiene más de 70 años y que nunca salió de ahí, trabajando en su parcela, cargando cosas sobre la cabeza, en cueros, con una musculatura de un tipo fuerte de treinta y pico. Vi también una señora de más de 70 que sólo llevaba un vestido tradicional agarrado en la cintura, tal cual lo usaban las mujeres de la tribu hace 50 años, con los pechos descubiertos, y, tengo que decirlo, aunque nadie me va a creer, estaba todo en su lugar, un cuerpo fuerte y bien formado que bien podría ser un una espléndida cuarentona, pero no una cuarentona normal, una tremenda cuarentona en perfecto estado, lo digo con todo respeto, y era una señora de más de 70, madre de cuatro y abuela de diez. También vi mujeres más jóvenes, pero qué puedo decir, imagínese usted, si la venerable anciana está en ese estado, pienso que estoy excusado de describir a las mujeres de entre 16 y 50 ¿no? Jamburá no es apta tampoco para gente con problemas cardíacos muchachos, afectados al corazón, abstenerse.
Los hombres parecen héroes griegos, pero bruñidos, así que si alguna amiga anda pensando en un viaje, véngame a visitar que le presento a mis amigos mina.
De todas maneras, aviso, por si alguien está buscando pasajes baratos, que acá el sexo es dentro del matrimonio, así que para cualquier contacto hay que hablar antes de intenciones serias con el padre ¿ok? nada de cháchara y parranda.
Está bien que se sospeche de mi parcialidad porque la vida en Jamburá me fascina y me tiene encantado, pero qué puedo hacer, me confieso culpable de amor; debe tener sus defectos, pero que quiere que le diga, yo no se los encuentro.



Gordo Kury

el blindaje de la burra aguanta






17 de agosto de 2009
Jamburá
Rajasthán
Día 83
A prueba de luz, terreno, distancia y velocidad, el blindaje de la burra aguanta todo


En esta segunda expedición a Jamburá, la aldea de la tribu mina, 100 km al sudeste de Udaipur, que había visitado al inicio del monzón, tuve oportunidad de probar la resistencia de la burra. Salimos a las 5 de la mañana del jueves. Llovía y era mi primera experiencia con ese clima, pero si uno va a suspender planes por lluvia durante el monzón, mejor quedarse en casa bajo llave durante tres meses, porque lo más seguro es que caiga agua en algún momento de cada día, de garúa finita a chaparrón, de llovizna a tempestad, pero que cae, cae. Cosas como esperar a que pare de llover no tienen sentido tampoco, porque en un viaje de 100 km uno va a encontrar lluvia en algún punto casi con seguridad así que, con agua y todo, partimos raudamente al amanecer. Yo, montado en la burra, Suresh en su vespa verde que es el terror de las carreteras del Rajasthán, con su hijo Bupendra a la grupa. La burra respondió con toda firmeza y gran agarre en todos los terrenos. El primer desafío fue atravesar el tránsito de Delhi Gate y la entrada al Bapu Bazaar, luego el caos de la “estación” de autobuses y luego la salida de Udaipur con camiones, tractores, bicicletas y peatones. Pasada esa primera media hora todo se pone muchísimo mejor porque empieza la llamada highway, que es una pista de dos carriles, uno por mano, sin división física ni psicológica, en el medio de la selva. El asfalto está en excelentes condiciones, pero no hay vanquina así que hay que ir medio rezando en las curvas siegas.
Aquí se conduce por la izquierda al estilo inglés. Aunque nadie conduce por la izquierda; mostrando "madurez de estadistas", los indios eligen dirigir por el centro, como si quisieran imitar a Lula y Tabaré Vázquez mecacheendié. Supongo que la costumbre viene de los caminos de tierra que se deterioran antes en las partes más transitadas, pero la verdad es que se aplica independientemente de la calidad del terreno. Así que cuando viene un camión o un colectivo, te pasa finito, finito, uno se aprieta, se achica contra el borde del asfalto, pero encomendándose a la divina providencia.
Así pasan los primeros 50 o 60 km de muy buena infraestructura. Ahí pude probar el motor que levantó temblando de gusto 80 km/h en algunos tramos. Después empieza una sucesión de aldeas y puertos piratas que más parecen la estación del Tatuín de la Guerra de las Galaxias. Animales prehistóricos dicen presente cada 5 minutos, monumentales búfalos de agua, altísimos camellos, las vacas omnipresentes, dinosaurios del siglo de las máquinas según Zitarrosa, pero que aquí reinan sobre todos los motores, cabras de a cientos, perros en jauría, carros de bueyes, de todo. Escondidas a la entrada de cada pueblo hay unas lomas de burro que acá se llaman speed brakers pero que son más propiamente spine brakers, de terror, además no están señalizadas ni pintadas de blanco las jorobas estas que te parten el lomo. Peligrosas pero didácticas, a la segunda o tercera que agarrás te moderás solito y vas más bien entre 40 y 60 por el resto de la jornada. Acá parece que no hay más leyes que las de la física, no hay más límite de velocidad que el que impone el propio terreno, no hay más límite a la capacidad de un medio de transporte que la real capacidad de apilar pasajeros hasta exprimirlos contra las ventanillas. Es así, la anarquía que funciona. Asusta un poco a los desprevenidos, pero funciona. Sin caminera, sin señales de tránsito, a pura física funciona, si se puede, se hace, si cabe, se mete, se empuja un poquito más y se meten otros cuatro.
Los últimos 20 kilómetros son un rally cross country. Primero por un deteriorado camino real de ripio que es un rectificador vertebral de lo más terapéutico, desde el coxis hasta el mismísimo atlas la vibración reacomoda todo en su lugar o en otro, pero reacomoda, eso sí. Después directamente el camino hay que intuirlo entre barriales, potreros, dunas, y, finalmente, el desastre total que es atravesar el campo arado y senderitos entre maizales.
Nos tomó dos horas y media hacer los 100 kilómetros, pero llegamos enteros, el único percance menor que fue más bien un bautismo fue la redonda quemadura que me dejó el silenciador de la burra en el tobillo derecho, no dolió pero ardió lindo; un poquito de barro fue suficiente para refrescar, me querían poner bosta fermentada, pero no me animé, y ni falta que hizo porque en cuatro días ya casi ni se ve, bah, verse se ve, pero no arde por lo menos.
Llegados a Jamburá, la familia de Suresh no nos dejó descansar, había que salir de nuevo para el “festival” mina que tenía lugar a 9 km. Así que partimos, yo con Bupentra engrupado en la burra y Suresh con su mujer soñada por Botero y una vecinita que también se sumó a la empreitada. Bupendra iba a oficiar de guía, pero el guacho tiene un inglés terrorífico, y cada vez que venía una bifurcación me pegaba un sólo grito: Inside!
Pero decime Bupendra ¿qué cuernos querés decir con “inside”? inside! inside! ah, macanudo, quedamos así.
No sé cómo fuimos comunicándonos medio muertos de risa por lo ridículos que nos sentíamos los dos y finalmente descubrí que “inside” quería decir “this side”, lo que tampoco te sirve de mucho si no podés ver el gesto que señala cuál es this side. Pero llegamos, llegamos, con lo que queda demostrado que la comunicación humana va también por otros caminos que el lenguaje verbal o gestual.
El llamado festival es una feria, una kermesse, con su vuelta al mundo y todo, con sus puestitos de comida y de baratijas, con sus berretadas y sus espejitos pintados, le faltaba la tómbola nomás y el tiro al blanco por muñequitos y estaba todo. Lo interesante fue ver los más de diez mil minas que se juntaron con sus mejores pilchas, venidos de toda la comarca en tractores, jeeps, camiones, bicicletas, camellos, bueyes y a pata, a pata stricto sensu eh, ni alpargatas, a puro talón rajado venían algunos. Cuánta gente hermosa, mujeres que parecen top models asalvajadas y hombres con cuerpos de campeones olímpicos de natación pero con miradas de piratas que harían salir huyendo al mismísimo capitán Blood.



Gordo Kury

viernes, 7 de agosto de 2009

La burra y el temerario

7 de agosto de 2009
Udaipur
Amba Mata
Día 73
La burra y el temerario

Temerario: Adjetivo. Dícese de una persona que no se preocupa por las consecuencias de sus acciones. Del latín temerarius, derivado de temere.
Escribo recién bajado de la burra, siendo las once y media de la noche, es decir, una hora y media después del comienzo del toque de queda. La burra es una Suzuki R100 MAX azul del ’97 que me compré esta mañana, divina la vetusta bestia, va roncando sus semicorcheas puf puf puf puf puf puf puf puf en do menor. Poderosa la burrita. Me vine desde New Udaipur, desde el lago Fateh Sagar hasta el lago Pichola, pasando por el dique de Swarup Sagar, entre vacas dormidas y despiertas, jaurías de perros basureros y los poquísimos homo sapiens que se aventuran después del toque de queda, o que quedaron varados y se arriesgan a volver y tener que dar explicaciones a la policía del Rajasthán que anda de caqui con unas varas que imponen bastante respeto. A la pobre burra las luces no le funcionan, me vine a enterar recién ahora porque como la compré de día y es la primera vez que me hago con un monstruo de metal como este, no reparé en el detalle. En fin, qué podía hacer, donde estaba era casa de amigos, ni pedí refugio ni, debo confesar, se me ofreció, así que arremetí con una lucecita de giro anaranjada (¿amarilla o ámbar en Catalunya?) como consuelo, candela, faro, como religioso resguardo, luminoso talismán, amuleto. Llegué bien, ningún problema, me perdí en un momento pero en seguida de un auto me dijeron seguime y me acercaron hasta un punto que conocía y de ahí atiné. Uy, estoy de contento con la burra, mañana la meto en el taller y que me la dejen nuevita, luces, chapa y pintura, cambio de aceite, afinación, bocina la cucaracha. Las ruedas y la batería son nuevas, así que el resto por chirolas lo arreglamos. Ah, la máquina, 11.000 rupias, 165 euros viene a ser, unos 180 dólares creo. Nunca antes había manejado una moto, pero es, como me imaginaba, más fácil que una bicicleta. Prometo fotos y sonido y vuelta en grupa de burra al que me venga a visitar.
Ya que lo nombré, mejor que aclare. El toque de queda, el toque de queda está, existe y a la gente parece que le gusta, por extraño que parezca. No me imagino un toque de queda impuesto a argentinos por ejemplo, a menos claro que se usen tanques, que en fin, no sé si están suficientemente bien guardados, porque con lo de Honduras, en fin, otro tema. El toque de queda está, pero me da la impresión de que en verdad es un resabio nomás, porque la policía está ahí pero no te para, la gente lo cumple, quiero decir, no hay un alma en la calle de noche, pero yo mil veces salí después de hora y no pasó nada, por ahí a los turistas los dejan pasar, no sé bien, pero como con tantas otras cosas represivas de este lado del espejo la gente parece acostumbrada y hasta conforme ¡ánimo! Cada vez tengo más claro que acá la libertad individual significa poco y nada. La policía por otro lado es poca, al menos no se la ve prácticamente, y molesta poquísimo, en ese sentido es lo opuesto a Europa. Tan poco molesta la policía que no tengo licencia de conducir ni pienso dar ningún examen, tengo la moto, manejo más o menos, nadie pregunta mucho ¿qué tal? a mí me encanta, la anarquía en funcionamiento.
Hoy hubo paro general de actividades, huelga, greve, vaga, como cada uno le llame. El motivo es que el gremio judicial quiere que abran unos tribunales de la Corte Suprema de Justicia en Udaipur. El reclamo parece ridículo, primero porque el paro fue muy fuerte y reforzado con patrullas de hombres en moto o a pie cada uno con su palo. Una especie de paro mafioso, no parece un legítimo reclamo popular, nada que ver con la lucha de clases o con la liberación ni nada, un gremio imponiendo por la fuerza el cese de actividades a toda una ciudad por un tema como ese. Un foco de incendio acá, unos vidrios rotos acullá, lindos muchachos los letrados de Udaipur, una joyita. Lo más feo para mí es que sé que hay gente que vive al día, los que venden verduras en carritos o los changarines por ejemplo y que si un día no trabajan les hacen ruido las tripas, así que bastante fulero el juego de los hombres de la ley. Lex dura lex, Bernardo, diría Grondona.




Gordo Kury

lunes, 3 de agosto de 2009

"no tension, free mind!"




2 de agosto de 2009
Udaipur
Hatipol, la puerta del elefante
Día 68
“No tension, free mind!”

Hace dos semanas estoy viviendo en Hatipol, la puerta del elefante. Dejé mi lindísima casa en Chanpol, la puerta de la Luna, porque la situación con el dueño era completamente desquiciante, insostenible y desagradable. El asunto es que este hombre solitario vive en la planta baja de la casa y me alquilaba el primer piso completo con todo y su hermosa terraza, el alquiler era alto para los estándares del lugar pero la vista era espectacular, la localización era cómoda y tenía todo lo que necesitaba... excepto tranquilidad. Al principio yo estaba completamente desconcertado porque soy prácticamente el inquilino ideal, es decir, no conozco a mucha gente o sea que nada de fiestas, no bebo, pago en tiempo y forma, soy limpio, en fin, para Occidente no se me podría pedir más, pero acá es distinto. Parece ser que cuando alguien en la India te alquila su casa de repente pasa a ser una especie de padrino, uno no es un cliente si no un huésped. Caramba, es lo último que quiero ser, un huésped en la India es una especie de prisionero de la cordialidad de su anfitrión, quien le indicará en cada momento dónde sentarse, a quién saludar y a quién no, pretenderá que uno coma más o beba agua que uno no quiere beber, en fin, una yidische mame gorda y culona, un infierno en la tierra. Para peor, me fui dando cuenta de que este hombre es de familia bien venida a menos, el heredero de una gran casa que no puede mantener y detesta lo que él ve como la humillación de tener que ceder parte de su casa a un extranjero, por puntual que sea con los pagos. Hasta ahí sin embargo no parece ser una situación tan molesta, en Occidente uno se limitaría a ignorar al desdichado y seguiría pagando puntualmente sin mayor problema, que es lo que hice. Pero ahora viene el factor explosivo de la fórmula: el solitario caballero bebe un poquito más de la cuenta y más de una noche subió a mi terraza entonadito y llorón, hablando de cuánto amaba a sus gatos y cuánto detestaba a sus hijos, en fin, tolerable pero no deseable; aguanté un mes y medio, pero lamentando mucho la lastimosa situación. Mas una noche, bien pasada la media noche el tipo subió encolerizado y gritando absurdidades sobre la superioridad de su cultura y de cómo yo era una vergüenza para el barrio porque mi cultura esto mi cultura aquello, ridículo porque yo soy muy formal y respetuoso del hinduismo, el verdadero problema es que no soy indio y no tengo casta, bah, el problema es que el tipo es un borracho y punto, en fin, el señor pasó la línea y yo seguí educado pero me costó, ganas de lanzarlo de la terraza al lago no me faltaron ¿para qué, por qué tengo que aguantar esto? como no encontré razón, al día siguiente me mudé. Y fue una gran suerte porque donde estoy ahora es un lugar precioso, rodeado de árboles y todo tipo de pájaros y más barato. Es un hotel-jardín en proyecto, todavía no terminado; los nueve obreros se pasean parsimoniosos todo el día haciendo más bien poco y poniendo un enchufe aquí, una alfombra por allá, cortando el césped con hoz, en cuclillas, poniendo una lamparita, fijando un espejo, tranquilos. En fin, en todo lo que pueda importar el lugar está terminado, pero no inaugurado, por lo tanto soy el único residente, el jardín entero a mi disposición, las tres terrazas, en fin, la versión clara, limpia, tropical y positiva del Overlook de The Shinning, El Resplandor, un enorme hotel sólo para mí, pero no tiene nada de siniestro, al contrario. El único resplandor acá es la resolana cuando el Sol aparece entre las nubes y rebota en la terraza.
En estos dos meses, al ir instalándome fui comprando algunas cosas mínimas para vivir acá, cosas como una hornalla a gas con su garrafa, una heladerita, ollas, sartenes, platos, cubiertos, en fin, lo mínimo de lo mínimo, pero si uno se quiere mudar a un kilómetro y medio con el tránsito que hay acá, por mínimo que sea lo que uno lleve, la cosa se complica. Lo que ayuda es que hay unos tipos que se dedican a transportar cosas con un carrito, por ejemplo si uno compra muchas cosas o grandes siempre en la entrada del negocio o en algún punto del bazar o del barrio uno puede arreglar con estos changarines el traslado, en general van en patas, un trabajo duro sin duda. Cuestión que el día de la mudanza fui al punto de los changarines y arreglé con el primero que encontré, él no hablaba inglés, yo hindi poco y nada (hindi tora tola), el lenguaje gestual y las sonrisas, como de costumbre, hicieron el milagro de la comunicación entre dos mamíferos bípedos de tribus diferentes. Pero apenas se fue a buscar su carrito un chico de una tienda me dijo que el hombre estaba completamente loco (venda admi, venda admi!) y que arreglara con otro, en eso estaba cuando mi piantáu changarín apareció con el carrito y espantó al otro candidato, me resigné y valió la pena. El colifa insistió, prácticamente me obligó a viajar todo el camino a casa sentado en el carrito, y tiene sentido porque el pirado era un temerario conductor y andaba rapidísimo moviéndose como una anguila entre tuk-tuks, vacas, motos y toda la típica fauna del tránsito indio. Iba a los gritos saludando a todos, a las carcajadas, y la gente se reía también, de él, de mí, pero era una situación linda porque la gente aprovecha estas cosas para romper la rutina y para mí fue muy divertido también, aunque bastante humillante, claro está, absolutamente ridículo. Al hacer el camino al nuevo lugar, ahora cargando la heladera y la hornalla yo no me quería subir, el tipo insistía y al final me subí por un rato, otro rato caminé, en las subidas empujé.
Genial en su locura y haciendo el gesto de pescar su propio cerebro con la mano en la frente y lanzarlo al aire después, se daba vuelta de tanto en tanto y me gritaba entre carcajadas: no tension! free mind!




Gordo Kury

domingo, 2 de agosto de 2009

Eppur si muove



1 de agosto de 2009
Udaipur
Hatipol, la puerta del elefante
Día 67
Epur si muove

Escribo esto chocho de contento porque recibí la noticia de que mi escuela en Barcelona sigue creciendo más y mejor, a pesar o más bien gracias a la ausencia física del director y gracias al equipo imbatible de Lali y Gore y a la colaboración inestimable de Raman. Gracias a ellos yo puedo estar acá, atestiguando y viviendo en el planeta India, del otro lado del espejo, donde todo es posible pero nada está disponible...
El tiempo, por ejemplo, del otro lado del espejo es una cosa extraña...
Es mi experiencia que en cada hora uno está obligado a pagar un impuesto de 20 minutos. Cada cosa que uno haga trae su consecuente pérdida de tiempo obligatoria. Y no es por ineficiencia, la gente acá es tremendamente capaz e inteligente. No es tampoco por vagancia porque la gente acá trabaja mucho. Es absurdo, lo típico es por ejemplo ir a la velocidad de la luz por una ruta que parece un valle en la Luna durante cuarenta minutos y de repente, sin ninguna razón, detenerse a tomar un té con leche, tal vez el décimo del día y perder veinte minutos, sólo para montarse a la moto otra vez y jugarse la vida sin sentido. El chai, que supuestamente es especiado, pero en la práctica es un simple té con leche con azúcar como el que hacía mi abuela, muy rico para de vez en cuando pero diez o quince por día puede cansar un poco, el chai, decía, es obligatorio, al menos uno por hora si uno está trabajando, tal vez sea el azúcar que les da algún empuje, no lo sé porque yo estoy aprendiendo a decir no gracias, ya tuve suficiente chai para las próximas cuarenta encarnaciones. Otra cosa que hace perder el tiempo es ese diabólico aparatito que ya me tenía cansado en Barcelona: el maldito teléfono celular, me cachendié caracho. Es un infierno, igual que en España, si al tipo que te está atendiendo le suena el telefonino, te larga parado y se pone a conversar de huevadas. Lo diferente acá es el volumen al que suena el celular de la gente, es para hacerte trepar por las paredes, y hay como un orgullo de la música que cada uno le pone a la llamada, así que la dejan sonar un poquito, cosa de sacarte completamente de quicio. Ayer no más me impresionaba con un empleado que cobra por hora, si bien es cierto que bien pagado no debe estar, por barrer en un hotel, yo estaba tomando un té con limón y el flaco se pasó los cuarenta minutos que transcurrieron entre que llegó el té y el sándwich hablando tranquilito con el celular en una mano y la escoba en la otra, tranquilo, en fin, ansina es y yo no quiero criticar, sólo describo. Pero esa es, al fin de cuentas la concepción del tiempo que tienen acá, suerte que creen en la reencarnación porque a este ritmo van a necesitar varias vidas, paciencia. Otra cosa interesante es el valor de las horas. Para nosotros las 24 horas del día tienen un valor, un color, diferente, hay cosas que uno hace de día pero no de noche, o de noche pero no de día, hay cosas que a la hora de la siesta, al menos en mi tierra y en España abiertamente (en otros países con cierta vergüenza e hipocresía), uno no haría. Acá no es así, acá todas las horas valen lo mismo, el ruido es el mismo y si uno está por ejemplo comiendo en un restaurante y cae la cuadrilla a colocar un espejo de seis metros, los tipos entran y hacen el despliegue ahí mismo con comensales o sin comensales. Si los de tu hotel, al menos en las categorías que me muevo yo que no son de lo peor pero están lejos del lujo asiático, te tienen que instalar una alfombra o arreglar el baño, los tipos se mandan, estés durmiendo o estudiando o lo que sea que quieras hacer, lo harás afuera porque ahora tu habitación de llena con los nueve tipos que hacen falta para cambiar una lamparita. Curiosidades.
La corrupción, ah, la corrupción. Yo estoy más o menos entrenado con la corrupción del funcionariado público de mi país, que más de una vez uno agradece al mismo tiempo que lamenta, porque las trabas burocráticas a veces son tantas o tan ridículas que un funcionario moralmente flexible que te pueda sacar del gancho o descolgar del patíbulo antes de la última patadita es bienvenido. Aunque es algo de lamentar, ya lo sé. La corrupción que conozco de España es menor, mucho menor, pero existe, la vi, la viví, y, cuando la necesité, a ella recurrí. Disculpame mamá, pero es cierto.
Ahora, acá, acá es otro cantar. Es ridículo. Yo hasta ahora no viví la corrupción oficial aunque todo el mundo dice que está, pero no es mi experiencia, al contrario. Pero la corrupción de las personas comunes es espantosa y omnipresente. Tremenda. Por ejemplo si alguien te recomienda un sastre, o un hotel, o un profesor de lo que sea, podés estar seguro, podés apostar el brazo derecho a que el tipo va a cobrar una comisión. Muy amablemente te va a llevar él mismo hasta el lugar, se va a hacer ver por el encargado y después va a volver por su 10, 15 o 20 por ciento, porcentaje que pagás vos ¿quién más? Ahora, imaginate el desastre que es esto, porque este impuesto lo grava todo, no sólo el turismo, todo, absolutamente todo, y no sólo se le aplica a los extranjeros, no, no, es rutinario y aceptado por todos, es la ley no escrita, es el IVA sobre el IVA. Por ejemplo si sos profesor de sánscrito, o de música, o lo que fuere, y no le das comisión a los muchachos que están todo el día en la calle sin hacer nada no tenés clientes, porque esos muchachos que al principio me costaba tanto entender de qué vivían, viven, sí señor, de las comisiones que los profesionales y comerciantes les pagan por dirigir clientes a su negocio. A veces el abuso llega al ridículo, si una clase de música se cobra 100 rupias, a un turista se le pueden cobrar 400, y de ahí, 100 son del comisionista ¿qué porcentaje se queda el tipo? ¿qué clase de sobreprecio está pagando el incauto? En euros hablamos de poca guita, chirolas, pero en porcentaje es una locura. Si uno quiere una casa por ejemplo no recurre a una inmobiliaria, simplemente pregunta por la calle a estos tipos que están por ahí, jugando a las cartas o tomando su chai, y ellos lo llevan de paseo por las casas que hay disponibles, y después cobran su comisión. En fin, es un sistema, a veces es útil, pero es medio tremendo, y uno de los resultados que tiene es que a veces el tipo que está jugando a las cartas en la calle gana más plata que el changarín o el barrendero. Ni hace falta aclarar que ni el changarín ni barrendero tienen opción, son descastados. Otra cuestión es que acá el trabajo no es en general percibido como algo que ennoblezca, más bien todo lo contrario. Pero no son sólo los vagos estos de la calle, es todo el mundo, tu amigo que te está ayudando se va a ganar una comisión, el dueño del hotel donde estás se va a ganar una comisión del médico que llame si te intoxicaste en su restaurante, son todos, o casi todos, es cierto que no todos los dedos de la mano son iguales, pero la corruptela está en cada bocado que te comas y en cada fósforo que prendas. En fin, es el triste estado de las cosas. Eppur si muove.



Gordo Kury