miércoles, 18 de noviembre de 2009

el canto del feriante

19 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6.3

al caminar entre la gente
sin apuro
me paro a conversar del sol del aire
y de los siglos venideros
oh los placeres de mi nueva habitación
de la mano amistosa que retiene la mía
conozco el fuego de la pequeña cocina
y otras llamas más sorpresivas
que abaten nuestros sentidos
conozco conozco otros barcos otras piedras
otros reflejos de luz y plata
pero llevo con placer al nuevo albergue
la ristra de cebollas una esquela
y el canto del feriante
los ojos muy pintados de la niña
y la amapola

Edgar Bayley, La amapola



El lunes estuve a las cuatro de la madrugada en la puerta de la embajada de la India. Como estaba avisado de que habitualmente la demanda de visas supera grandemente la capacidad de la embajada, me abrigué y estuve ahí varias horas antes de que abrieran. Me llevé un libro de matemáticas que estoy estudiando y que me tiene fascinado así que el tiempo voló. Un perro-lagarto de los Himalayas se hizo ovillo en el suelo recostándose en mi pierna izquierda. Por más de dos horas fui el único en la fila, el segundo llegó seis y media, así que puede ser que haya exagerado un poquito, como de costumbre. Montando guardia en la arbolada calle había dos soldados con casco y fusil, un fusil igual al FAL argentino. Se pusieron a conversar conmigo, sorprendidos de verme ahí a esas horas y estudiando matemáticas. Resulta que no eran soldados del ejército ¡esa es la policía! Muy buenos pibes, de veinte años uno y diecinueve el otro. El de veinte peleó en la guerra civil que terminó el año pasado, que terminó más o menos.
En la cola me hice amigo de un francés, Ben, y un italiano, Andrea. Increíble la afinidad, viniendo de lugares y vidas tan distintas teníamos, sin embargo, tanto que ver. Después de terminar nuestros trámites nos fuimos a desayunar a un lugar precioso y caro, después a dar unas vueltas y vuelta a comer porque el frío te da hambre, a un bolichón bueno y barato. Cada gaucho a su rancho y a la noche a otro bolichito muy lindo con otra gente que conocimos. Bueno, sí, todas niñas y nosotros tres. La pasamos bien, comimos, nos reímos, hablamos de mil cosas. Me fui temprano con Ben. Yo porque estaba cansado y él porque estaba de mal de amores, la novia francesa lo dejó por un nepalí buenmosísimo que para colmo de males estaba en el mismo bar, sin Roxanne, y se juntó a nosotros. Para desastre absoluto resultó ser un muy buen tipo y muy tranquilo y buena onda, pobre Ben, no le dejaron ni el odio para defenderse.
Yo pasé mala noche. El viaje me había debilitado y el frío abrió las puertas a enemigos invisibles. Fiebre, catarro, leve dolor de garganta. Nada. Ayuno y reposo. Hoy estoy bien. Me tomó todo el martes y el miércoles reponerme y hoy, jueves, voy a andar tranquilito para no forzar la máquina. Lamento que perdí unos días de los pocos que tengo para ver Nepal, pero el descanso me vino muy bien y estoy seguro de que volveré, este lugar me encanta.
El poema de Edgar Bayley resume muy bien lo que siento cuando camino por las callecitas de Katmandú, que tienen ese no se qué ¿viste?

Gordo Kury

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