jueves, 10 de septiembre de 2009

La cofradía de las tres ces






10 de septiembre de 2009
Delhi
Karol Bagh (el jardín de Karol)
Día 107
La cofradía de las tres ces


Nuestra última comida juntos fue en un restaurante de Delhi que parecía sacado de una Saigón de película. Iluminados apenas por las lucesitas rojas elegimos, del menú de comida china e india, platos cocinados en el horno de barro tanduri, pollito Leo, cordero papá, brócoli yo. El tugurio sirve comida china e india, la clientela es india, el maitre es nepalés y el mozo que nos atendió, gurka. Cerveza fuerte fisherking para los mayores, agua mineral con limón para mí. Conversamos sobre Agamenón, Troya, el Peloponeso, Anatolia, Asia Menor, Cnosos, Homero y acompañando de fondo sonaban éxitos de Riky Martin, la Macarena, Aserejé a teré tikiritaqueterelaqueterecuajé, y en la infaltable pantalla se sucedían, tóxicos e hipnóticos, los videclips indios de moda.
Después del almuerzo, un último paseo rápido por las dos Delhis y al rato ya estábamos de breve despedida en el aeropuerto Indira Gandhi. Tempus fugit.
En la última semana visitamos juntos varias ciudades extraordinarias. El caos en Delhi, la desesperación y la fatalidad en Varanasi, lo grande y lo sutil en Agra, el futuro posible en Jaipur y la belleza delicada en Udaipur.
De Delhi nos fuimos en avión a Varanasi, antes Benarés y mucho antes Kashi. Llegamos a un hotel fantástico de las afueras a las márgenes del Ganges. Descansamos un poco, nos dimos sauna y baño turco, un rato en la pileta al aire libre, y estábamos listos para conocer la ciudad. En la parte vieja las calles son tan angostas que nuestro chofer sólo nos pudo acercar hasta un punto donde nos esperaba el guía, quien se presentó como Pablo, supongo que para no darnos un nombre indio difícil de pronunciar. Pablo debe medir un metro cincuenta y cinco y llevaba unos zapatos enormes, tenía que pisar firme en los talones para no lastimarse los tobillos y las puntas se le arqueaban hacia arriba. Muy simpático, tenía un acento como de turco recién llegado y hablaba un castellano comprensible pero roto. Una de las primeras cosas que nos hizo notar es que en las puertas de las casas de Varanasi hay siempre un Ganesha y quien entra debe tocarlo y luego tocarse la cabeza y el corazón. Enfatizó: Ganesha, cabeza, corazón.
Nos llevo hasta un Ghat. Los Ghats son unos baños, a la margen de un río o la orilla de un lago, en forma de escalera, son a la vez baño, lavandería y muelle y varias cosas más que se me escapan. Era casi media noche y subimos a un bote de remos que Pablo llamaba barca. Nuestro Karonte nos llevó al centro del Ganges, donde depositamos nuestra velita flotante, pensando en mamá sobre todo que estaba esperando una operación. Una ayudita de los dioses a los doctores.
En el bote recorrimos un poco el muy transitado Ganges, que uno sabe bien que está contaminado y lleno de bacterias, pero que no tiene olor a nada, que está lleno de camalotes y peces, pero por las dudas evitamos todo lo posible las salpicaduras. Llegamos a tiempo para la celebración del fuego en honor a Shiva y Gañgá. La ceremonia fue para mí impactante, con mantras frenéticos a todo volumen, amplificados eléctricamente, humo por todos lados, fuego, colores, incienso, movimientos coreográficos y la repetición obsesiva que es la clave del rito. Leo no paró de sacarnos de la hipnosis con burlas y payasadas, sacrílego y profano, pero cómico como muy poca gente me he cruzado, dios mío cómo me hace reír el entrerriano renegado este.
Terminado el ritual, de vuelta al bote, y de ahí a nuestro Ghat. El regreso a pié cruzando vacas medio dormidas, moribundos, leprosos, bicicletas, niños, motos y todo casi sin luz fue una odisea. El afortunado de leo metió el pie izquierdo en un kilo de bosta verde, para gran deleite de nuestro guía, que se explayó sobre las virtudes de la bosta y explicó que todo lo que viene de la vaca es, como ella misma, sagrado. Caca, corazón, cabeza, las tres ces que fueron saludo y leit motiv de todo el resto del viaje y dieron nombre a la cofradía de las tres ces.
Lógicamente, llegados al hotel, baño ritual de purificación intensiva para tres y luego, la cena.
De noche Varanasi parece más normal de lo que es, incluso siendo el espanto que es sin luz, el día siguiente fue de pleno impacto. Nos despertamos tempranito como siempre y a las cinco y media ya estábamos bañados y desayunados esperando el auto. El plan del día incluía una visita al crematorio más grande y más famoso de Varanasi, un lugar donde, según la tradición, Párvati perdió su arito y Shiva buceó para buscarlo. Para mí fue demasiado, el olor es mezcla escandalosa de bosta, carnicería, churrasco y cloaca. Mosquerío infame y húmedo que se te para encima cada vez que frenás. Mendigos que te tocan pidiéndote rupias, gente amontonada que casi se te friega para pasar. Leprosos, inválidos, moribundos, fakires, gente tirada y sucia, vacas vivas, vacas muertas y el piso es una alfombra de excrementos. Nunca en mi vida vi una cosa tan indecente. Y no me gusta criticar lo que no entiendo, pero Varanasi pasa todos los límites de lo digno. Sólo un espiritualista muy separado de su propio cuerpo y sus sentidos puede llamar a esta ciudad santa.
Ah la trascendencia, sí, trascender trasciende, trasciende los límites de lo mugriento y la decadencia. Y pensar que en otro tiempo, Varanasi, se llamó Kashi, la esplendorosa. La Kashi de VishvaNatha, el Shiva del Ganges. Pero bueno, Caca-Corazón-Cabeza.





Gordo Kury