lunes, 17 de agosto de 2009

el blindaje de la burra aguanta






17 de agosto de 2009
Jamburá
Rajasthán
Día 83
A prueba de luz, terreno, distancia y velocidad, el blindaje de la burra aguanta todo


En esta segunda expedición a Jamburá, la aldea de la tribu mina, 100 km al sudeste de Udaipur, que había visitado al inicio del monzón, tuve oportunidad de probar la resistencia de la burra. Salimos a las 5 de la mañana del jueves. Llovía y era mi primera experiencia con ese clima, pero si uno va a suspender planes por lluvia durante el monzón, mejor quedarse en casa bajo llave durante tres meses, porque lo más seguro es que caiga agua en algún momento de cada día, de garúa finita a chaparrón, de llovizna a tempestad, pero que cae, cae. Cosas como esperar a que pare de llover no tienen sentido tampoco, porque en un viaje de 100 km uno va a encontrar lluvia en algún punto casi con seguridad así que, con agua y todo, partimos raudamente al amanecer. Yo, montado en la burra, Suresh en su vespa verde que es el terror de las carreteras del Rajasthán, con su hijo Bupendra a la grupa. La burra respondió con toda firmeza y gran agarre en todos los terrenos. El primer desafío fue atravesar el tránsito de Delhi Gate y la entrada al Bapu Bazaar, luego el caos de la “estación” de autobuses y luego la salida de Udaipur con camiones, tractores, bicicletas y peatones. Pasada esa primera media hora todo se pone muchísimo mejor porque empieza la llamada highway, que es una pista de dos carriles, uno por mano, sin división física ni psicológica, en el medio de la selva. El asfalto está en excelentes condiciones, pero no hay vanquina así que hay que ir medio rezando en las curvas siegas.
Aquí se conduce por la izquierda al estilo inglés. Aunque nadie conduce por la izquierda; mostrando "madurez de estadistas", los indios eligen dirigir por el centro, como si quisieran imitar a Lula y Tabaré Vázquez mecacheendié. Supongo que la costumbre viene de los caminos de tierra que se deterioran antes en las partes más transitadas, pero la verdad es que se aplica independientemente de la calidad del terreno. Así que cuando viene un camión o un colectivo, te pasa finito, finito, uno se aprieta, se achica contra el borde del asfalto, pero encomendándose a la divina providencia.
Así pasan los primeros 50 o 60 km de muy buena infraestructura. Ahí pude probar el motor que levantó temblando de gusto 80 km/h en algunos tramos. Después empieza una sucesión de aldeas y puertos piratas que más parecen la estación del Tatuín de la Guerra de las Galaxias. Animales prehistóricos dicen presente cada 5 minutos, monumentales búfalos de agua, altísimos camellos, las vacas omnipresentes, dinosaurios del siglo de las máquinas según Zitarrosa, pero que aquí reinan sobre todos los motores, cabras de a cientos, perros en jauría, carros de bueyes, de todo. Escondidas a la entrada de cada pueblo hay unas lomas de burro que acá se llaman speed brakers pero que son más propiamente spine brakers, de terror, además no están señalizadas ni pintadas de blanco las jorobas estas que te parten el lomo. Peligrosas pero didácticas, a la segunda o tercera que agarrás te moderás solito y vas más bien entre 40 y 60 por el resto de la jornada. Acá parece que no hay más leyes que las de la física, no hay más límite de velocidad que el que impone el propio terreno, no hay más límite a la capacidad de un medio de transporte que la real capacidad de apilar pasajeros hasta exprimirlos contra las ventanillas. Es así, la anarquía que funciona. Asusta un poco a los desprevenidos, pero funciona. Sin caminera, sin señales de tránsito, a pura física funciona, si se puede, se hace, si cabe, se mete, se empuja un poquito más y se meten otros cuatro.
Los últimos 20 kilómetros son un rally cross country. Primero por un deteriorado camino real de ripio que es un rectificador vertebral de lo más terapéutico, desde el coxis hasta el mismísimo atlas la vibración reacomoda todo en su lugar o en otro, pero reacomoda, eso sí. Después directamente el camino hay que intuirlo entre barriales, potreros, dunas, y, finalmente, el desastre total que es atravesar el campo arado y senderitos entre maizales.
Nos tomó dos horas y media hacer los 100 kilómetros, pero llegamos enteros, el único percance menor que fue más bien un bautismo fue la redonda quemadura que me dejó el silenciador de la burra en el tobillo derecho, no dolió pero ardió lindo; un poquito de barro fue suficiente para refrescar, me querían poner bosta fermentada, pero no me animé, y ni falta que hizo porque en cuatro días ya casi ni se ve, bah, verse se ve, pero no arde por lo menos.
Llegados a Jamburá, la familia de Suresh no nos dejó descansar, había que salir de nuevo para el “festival” mina que tenía lugar a 9 km. Así que partimos, yo con Bupentra engrupado en la burra y Suresh con su mujer soñada por Botero y una vecinita que también se sumó a la empreitada. Bupendra iba a oficiar de guía, pero el guacho tiene un inglés terrorífico, y cada vez que venía una bifurcación me pegaba un sólo grito: Inside!
Pero decime Bupendra ¿qué cuernos querés decir con “inside”? inside! inside! ah, macanudo, quedamos así.
No sé cómo fuimos comunicándonos medio muertos de risa por lo ridículos que nos sentíamos los dos y finalmente descubrí que “inside” quería decir “this side”, lo que tampoco te sirve de mucho si no podés ver el gesto que señala cuál es this side. Pero llegamos, llegamos, con lo que queda demostrado que la comunicación humana va también por otros caminos que el lenguaje verbal o gestual.
El llamado festival es una feria, una kermesse, con su vuelta al mundo y todo, con sus puestitos de comida y de baratijas, con sus berretadas y sus espejitos pintados, le faltaba la tómbola nomás y el tiro al blanco por muñequitos y estaba todo. Lo interesante fue ver los más de diez mil minas que se juntaron con sus mejores pilchas, venidos de toda la comarca en tractores, jeeps, camiones, bicicletas, camellos, bueyes y a pata, a pata stricto sensu eh, ni alpargatas, a puro talón rajado venían algunos. Cuánta gente hermosa, mujeres que parecen top models asalvajadas y hombres con cuerpos de campeones olímpicos de natación pero con miradas de piratas que harían salir huyendo al mismísimo capitán Blood.



Gordo Kury

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