sábado, 23 de enero de 2010

Oh Hail! King of Scotland!

23 de enero de 2010
Ram Pura
Udaipur
Último registro


Oh Hail, King of Scotland!
o Rex sidet in vertice: caveat ruinam, nam sub axe legimus “Ecubam reginam”

Es éste, probablemente, el último registro en esta bitácora. Hace una semana fui llamado de urgencia a Barcelona. Por distintas razones los compañeros que dejé a cargo de la escuela se fueron apartando y la directora quedó demasiado sola al frente de grandes responsabilidades. Con buen pulso mantuvo la administración por varios meses, pero ahora decidió retirarse y me llama a volver y salvar lo que se pueda o al menos cerrar la empresa de forma ordenada. Está bien, ya que ningún juramento, ni ningún vínculo obliga a ir más allá de la propia voluntad. Que así sea. Volveré por un período indeterminado a Barcelona y haré lo mejor que pueda, con mi mejor esfuerzo y confiando en la Providencia. Sé, porque en mis largos treinta y seis alguna cosa vi y viví, que al girar una página hay otra página escrita y voy sereno a leerla. Sé que soy corto de vista y que si en este momento me parece que todo salió torcido es porque hay cosas que aún no puedo ver, pero hay pasos abiertos, sin duda. Bueno, parece que empecé por el final, flash back entonces, a unos dos meses atrás.
En el vuelo que me trajo de Delhi a Udaipur, volviendo de Katmandú, conocí a dos personas: Odni, una noruega de la que me hice muy amigo, una persona muy agradable y querida y Ángela, una canadiense de origen inglés. Con las dos compartí el taxi desde el aeropuerto Maharana Pratap hasta el centro histórico de Udaipur. Ángela venía muy cansada, no había tenido buen viaje desde canadá y evidentemente no estaba de buen humor. Odni y yo conversábamos animadamente, digamos en un andante con bravura, ritmo que a Ángela no le pareció oportuno. Gruñendo mandó a callar a Odni y el ambiente del taxi se puso un poco incómodo. A mí me pareció un poco brusco todo, pero entendí que la mujer venía de un viaje muy largo, así que guardé discreto silencio, y lo mismo hizo Odni. Cuando nos bajamos del taxi en Gangaur Gatt Odni hizo mutis por el foro rauda, raudísimamente, y Ángela quedó ahí, sin saber muy bien adónde quedaba su hotel y con dos valijas bien cargadas. Lógicamente me ofrecí a ayudarla con las maletas y a llevarla hasta su hotel. Caminamos los trescientos o cuatrocientos metros hasta su hotel y parece ser que con la ayudita que le di, que era por otro lado lo mínimo de lo mínimo y de lo más natural, ella cambió la impresión que tenía de mí, esto lo vine a saber semanas más tarde.
Un día saliendo yo de mi clase diaria de música con mi bansuri en bandolera prácticamente me topé de frente con Ángela, me sorprendí de verla porque su hotel me queda muy de paso y cada día paso al menos dos o tres veces por ahí y nunca más la había visto en esas semanas. Me contó que había estado enferma a causa de la comida, que el viaje la había debilitado y que algún enemigo microscópico y oportunista le había minado la salud. Conversamos un rato. Ella estaba muy simpática, nada que ver con la primera vez que la vi. La mañana estaba lindísima y yo no tenía más programa hasta bien pasado el medio día. Al verme con el bansuri me dijo “que sorpresa, no sabía que vos también tocabas”, sí, toco ¿pero cómo que “también”? bueno mi amiga Chlòe, también de Canadá está visitándome en Udaipur y es discípula de Hariprasad Chaurasia ¿lo conocés? ¡claro! ¿cómo no lo voy a conocer? hace más de 15 años que escucho su música a diario, cada vez que medito, es el Mozart del bansuri. Cuestión que Ángela me dijo que su amiga estaba en Lal Gat, a unas cuadras y que si quería nos podía presentar. Por supuesto que quise. Yo me esperaba una señora de la edad de Ángela, pero resultó ser una graciosa quebecoise de 25 años. Nos caímos maravillosamente bien desde el primer segundo, pasamos la tarde juntos tocando el bansuri en el campo, a donde fuimos montados en la burra (la zusuki azul que me lleva para todos lados) y después té en mi casa y más tarde fuimos a la clase de Yôga que doy tres veces por semana en la otra punta de Udaipur. Para los bienpensados de siempre, no, no hubo actividad sexual señores, la respetabilidad de la señorita sea preservada, sin embargo aquella noche, que era la última que pasaba en Udaipur, se quedó a dormir en casa. Ya sé que alguno dudará de mi palabra, pero hará mal, créaseme, fue todo música, conversación y comunicación espiritual. Lamento si desilusiono a alguien, pero así fue. La mañana siguiente se despertó tan temprano como yo, vale decir, antes del amanecer, porque yo agarré la costumbre de que cuando salga el sol me encuentra bañado y afeitado, así que madrugo siempre. Desayuno frugalísimo y concierto de flauta para dos.
Cuento esto porque el intercambio fue de doble dirección. Ella me dijo después que cuando me conoció estaba muy cansada de la disciplina espartana de la escuela de Hariprasad Chaurasia, el Gurukul de Bombay, pero que conmigo y en Udaipur se sintió inspirada nuevamente y le volvieron las ganas de tocar. Se entiende, la escuela tiene un régimen monástico, en ella viven y comen los discípulos y el Maestro y las clases son todos los días sin domingo ni fiesta de guardar, dos horas por día, dos horas de absoluta concentración, realmente maravillosas pero extenuantes. Y Bombay también es maravillosa pero también es extenuante, agobiante. Y a mí también me inspiró y estimuló grandemente conocer a Chlòe. Ella me dijo que le parecía que por la velocidad con la que yo estaba aprendiendo y lo serio y disciplinado que soy (en esto no habrá dudas, quien me conoce sabe de lo loco, exagerado, ascético y regimentario que puedo ser cuando algo me gusta, un demente insufrible), que le parecía que podía ser aceptado en el gurukul del Maestro ¡caramba! eso es como que le digan a alguien a quien le gusta la pintura que podría, si quisiera, estudiar en el taller de Goya. Quedé como loco de entusiasmo y tal delirio me agarró que empecé a tocar, no por disciplina si no por no poder evitarlo, cada hora que paso despierto. Aclaro que no cada segundo ni cada minuto, pero sí un rato de cada hora de mi día, obsesionado y absorto, condición patológica que conozco más o menos bien. La cuestión no era ahora si quería o no quería estudiar con Hariprasad Chaurasia, era más bien cómo hacer para establecerme en Bombay y ganarme ahí la vida, ya que Udaipur es barata y con las clases de Yôga y los conciertos matinales en el hotel cinco estrellas en el que vengo tocando algunos meses ya, más la poca plata que la escuela de Yôga en Barcelona todavía me mandaba, me alcanzaba para vivir frugalmente. Pero no en Bombay. Bombay es carísima. Dicho sea de paso, ahora se llama Mumbai. Bueno, algo tenía que hacer.
Resulta que el dueño del hotel FatehGart, donde toco música clásica india en mi bansuri cada mañana, es príncipe de Kelwa, una ciudad del Rajasthán, productora de Mármol. Es también el dueño de las canteras de mármol de Kelwa, de dos hoteles cinco estrellas y de un restaurante de lujo. Lógicamente está bien vinculado. Como tengo una relación muy interesante con él, Jitendra S., con el que casi a diario me quedo charlando al sol de la mañana de filosofía y volando un poco cada uno afuera de la rutina, un día le comenté lo de Mumbai y le pedí que me vinculara, si conocía a alguien allá. Me dijo que sí, que encantado, que su cuñado es el manager de una de las cadenas más importantes de hoteles de la India, el hotel Raj, y que justamente vive en Mumbai, que me iba a armar una entrevista para ver cómo me podía ayudar. Vuelvo después sobre este asunto, ahora sigamos.
Más o menos al mismo tiempo, Odni, mi amiga noruega, me presento a Yarka, una mujer interesantísima, nacida en Chequia durante la era soviética, emigrada a Inglaterra y directora de la compañía de teatro Out of Cocoon, del Reino Unido. Ella vive la mitad del año en Londres donde enseña en la Escuela Nacional de Arte Dramático y la otra mitad en Udaipur, donde compró una casa enorme estilo Haveli que acaba de reformar con un buen gusto a toda prueba. Resulta que a parte de interesantísima es encantadora. Nos caímos súper bien y me invitó a la presentación de MacBeth en su casa-teatro. Cómo rehusar. Imaginate asistir en la India, en Udaipur, a la puesta de MacBeth por una compañía inglesa, delicia de las delicias. Y claro que fui, no una sino varias veces y cada una fue diferente. Hoy por hoy con Yarca somos amigos, y con su gato también.
Al tiempo vino de visita Gore, Goretti Cajide Gutiérrez, ex compañera sentimental y actual mánager renunciante de mi escuela en Barcelona. Vino a visitarme a la India y pasamos unos veinte días espléndidos. Paseamos mucho, comimos bien, nos divertimos y ella aprovechó también para estudiar canto y harmonnium en Udaipur. Y yo, que hasta que vino Gore de visita estaba muy bien solito, cuando se volvió a ir me quedé descorazonado, pero eso tampoco es nuevo, ni tan malo, el que tiene corazón que sienta ¿no?
Ahora juntemos todo, aunque ya sé que este último relato salta en el tiempo por todos lados, paciencia que aquí me van a entender la trenza de tres o cuatro mechones que estoy tratando de tejer.
Ocurre que Gore se fue de regreso a Barcelona, como ya dije, y en los días posteriores Yarca me invitó a su casa una tarde a ver una película que tenía, estaba invitada también Odni y una señorita estadounidense y un joven australiano, la señorita, una atractiva diseñadora de muebles de 25 años (parece que ese número me persigue) descendiente por ambas líneas de judíos húngaros escapados de la barbarie nazi, el joven, un restauranteur homosexual de lo más agradable y delicado. En fin, una reunión variopinta si se agrega la directora de teatro checa-inglesa, la noruega y yo que no soy mucho menos exótico. En común: todos anarquistas, una velada encantadora, a lovely affaire. Como llegué temprano y sin cenar y Yarca tampoco había cenado, cociné una rica comidita con los ingredientes que había a la mano, que es mi especialidad, de lo poco que haiga se llama. Mientras cocinaba sólo para dos, Yarca y yo, el joven australiano llegó y se tentó y Odni también se tentó, así que tuve que agregar a las verduritas deliciosas un risotto que salió muy bien, comimos los cuatro una muy generosa porción cada uno y dejamos otra para la señorita estadounidense que todavía no había llegado y que después comió también y no se quejó. Cuestión que después de terminada la película y el debate posterior, Odni se disculpó porque estaba cansada y el restauranteur hizo lo propio. Las damas restantes me invitaron con un té y me quedé un rato más. Conversamos de todo un poco y resultó que Yarca también conocía de cerca al señor Jitendra y tenía una opinión más bien opuesta a la mía, siendo que la mía era buena, se deducirá que Yarca tenía algunas cosas que decir respecto al caballero hindú. El asunto es que me aconsejó que no pusiera mis esperanzas en la ayuda de dicho príncipe porque parece ser que es el príncipe de los fallutos y que se parece más a MacBeth que a su primo Duncan, como consuelo queda que ya le llegará su Malcom un día de estos, Oh hail King of Scotland!
En fin, Yarca está también bien vinculada y me recomendó entrar en contacto con un productor de cine de Mumbai que seguramente me ayudaría. Cuando lo llamé resultó una persona encantadora y me prometió hacer lo que a su alcance estuviera, pero lamentablemente estos días estaría fuera de la ciudad, le creí, me pareció una persona muy agradable y con ganas de ayudar, y muy amigo de Yarca. De más está decir ¿no cierto? que la promesa del dueño del hotel nunca se cumplió y se escurrió como jabón mojado, como lagartija entre las piedras, como salario de obrero, como promesa de amor.
Finalmente fui a Mumbai, con el tiempo y el dinero muy apretados, porque me llaman desde Barcelona y no me queda hoy más que una semana en la India. Pero fui. Fui en omnibus, 23 horas la ida y 23 horas la vuelta, con unas 29 en el medio para sentir la vibración de la ciudad y presentarme al Maestro. Valió la pena, el viaje fue medio un tormento y el hotel, más bien un tugurio con baño compartido, no tenía para ofrecer ninguna comodidad, ni siquiera silencio, pero al menos era limpio. Pero valió la pena. Primero que nada Mumbai es espectacular, hermosa, vibrante, alucinante, con una arquitectura monumental y deslumbrante y la gente es muy agradable en el trato. Es notable también el olor, el aire es dulce y viene con olor a frutas, perfumes, inciensos, en casi todos lados hay rico olor, y eso que es una ciudad enorme, superpoblada y contaminada y que en pleno invierto tiene días de 25 grados (tengo que jugarle al 25 parece muchachos). La atmósfera general me recordó mucho a Buenos Aires, con una oferta cultural fantástica y muchos bares, cafés y restaurantes. La arquitectura es impactante, de la época imperial británica. El clima parece el de Salvador, Bahía y el ritmo comercial más bien el de Sao Paulo. No me van a decir que no es una combinación alucinante. Me quedé con las ganas de conocerla mejor.
Conocí al gran hombre y su escuela. El Maestro es impactante también, una persona distinguida. Tiene unos ojos azules muy pero muy extraños con una pupila inmensa, muy particular francamente. Las clases van de 10 a 12 y no hay una palabra, él va tocando frases y los discípulos responden, es dificilísimo, requiere una concentración tremenda y continua, es fantástico. Y los alumnos son avanzadísimos, realmente me cuesta creer que hoy por hoy haya otra escuela de música en el mundo con ese nivel, qué maravilla, me quedé extasiado. Al terminar la clase también sin mediar palabra él se pone de pié con gesto de santo (que de santo no parece tener ni un pelo) y descubre un pié, los discípulos se acercan, tocan ese pié con la mano derecha y después se tocan la frente. Es una muestra de sumisión absoluta al gurú, la forma india de entender la transmisión de conocimiento, para el occidental desprevenido parece incomprensible, pero con más de 15 años de enseñanza a cuestas y el corazón roto por la deslealtad de más de un discípulo empiezo a entender a los indios y su tradición Maestro-discípulo cada vez más. Ah, dicho sea de paso, los discípulos no pagan nada, es lo que se llama transmisión param-pará en la cual no hay dinero de por medio. Si uno va a pasar sólo un tiempo y quiere vivir en la escuela paga 20.000 rupias por mes por el alojamiento y la comida, que son un poco más de 400 dólares o un poco menos de 300 euros, para Mumbai es nada. Pero si uno se compromete a permanecer tres años estudiando sólo hace un depósito de 50.000 rupias, un poco más de 1000 dólares o un poco menos de 750 euros, que al final del período se le devuelven, es decir que no sólo el aprendizaje, sino también el alojamiento y la alimentación le salen gratis. Caramba ¿no?
Bueno, volviendo a lo nuestro, este es el último reporte en esta bitácora, al menos desde la India, pero me quedé tan contento con esta comunicación que si hay aclamación capaz que me tiento y sigo, al fin y al cabo las aventuras no terminan acá. Muchas gracias, de corazón por leer este diario, de veras que me sentí muy acompañado por los comentarios y por los emails. Ahora vuelvo a Barcelona a salvar lo que haya quedado después de estos largos meses de ausencia y ya se verá cómo sigue la historia. Gracias a los que me soportaron emocionalmente y, en algunos casos, apoyaron económicamente, en estas aventuras. Gracias especialmente a Gore Cajide Gutiérrez, a Mariana Lerner, a Leónidas Theodoro, a mamá, a mi padre y su banda, gracias por los emails con comentarios, consejos y respaldo del Matemesz, la Mimí, Yamila, Coco Kramer, Carlos Cardoso, Yael García Ruíz, Armando Propati Lanza, Jaime Gamundí, Romina Súcari, Daniella Favilla, Filippo Loddo, Gioia y Enrique Adlercreuz, Laura y Mónica Vergara, Juan y Martín, Ingrid, Francisco y Martín Mas, Victoria Vergara Vigo, Ricardo Risso Patrón, Juan Pablo Mancuello, Luciano Sparacino, Luciana Arias, Mariela Garat, Lali y Ramón, Moni Denham, Graziela Saharara, Eugènia Llort. Tina Czeuz, Vero Sanmartín, Matías Munárriz, Daniel Pons i Julià, Julio Roa, Metze Mur Effing, Gabriela Viana MacLean, Xema Caballero Pardo, Marcelo Hidalgo, Jessica Martínez Phillips, Patricia Hauscarriga, Anastasía Mílkina, Eva Torrents, Jesús Aragón, Núria Alonso Saez, Gisele Palavro, David Ferrándiz, Desiree (la menor), Montse Ribot, Cármen Porras, y a todos los que habrán leído y acompañado desde el silencio, muchas gracias y un abrazo enorme.
Gordo Kury

domingo, 29 de noviembre de 2009

De primera, cambiando de suerte

29 de noviembre de 2009
Ram Pura
Udaipur
Mes 6.5


De primera, cambiando de suerte

La última mañanita en Katmandú me levanté temprano en un día hermoso, una ducha reconfortante, una afeitada perfecta, tarta de manzana deliciosa con limón caliente con miel para el desayuno. Todo perfecto. El taxi estuvo puntual y llegué al aeropuerto dos horas antes del vuelo, como estaba planeado.
Las medidas de seguridad son ridículas y circenses en todos los aeropuertos del mundo a esta altura, pero en Katmandú es una payasada mayúscula. Para empezar hay una barricada del ejército en la propia puerta del aeropuerto donde te escanean las valijas y te hacen pasar por un detector de metales. Todas las valijas son, primero, escaneadas, y, después, revisadas a mano, una por una, así que se forma una tremenda cola con los pasajeros de todos los vuelos justo afuera de la única puerta del edificio. Gente apurada, estresada, gente tratando de colarse, lastimoso, parece que la gente despacha la dignidad con los regalitos, porque puesta no tenía ninguna. Bueno, el edificio no es gran cosa, una práctica construcción de cemento estilo militar, funcional, sin cafés ni kioscos de ningún tipo, austero. En la cola para pedir la tarjeta de embarque una señorita india que, según me contó, estaba volviendo a su país luego de terminar sus estudios en Nepal, me pidió si podía cederle mi espacio en la bodega porque ella venía un poco sobre cargada. Y era cierto, parecía que más que un carrito, necesitaba un camión de mudanzas. Le dije que ningún problema, pero que, lógicamente sus valijas eran suyas y yo no las pensaba pasar como mías, a ver si mi viaje a Udaipur termina haciendo una escala en Argelia y otra en Guantánamo,. En fin, no me permitieron hacer el favor a la niña así que debe haber tenido que pagar un dineral por su mudanza. Como decía Confucio “en un terremoto no nos mata el movimiento sísmico, si no nuestras propias pertenencias que se nos caen encima”.
Con la tarjeta de embarque en mano me dirigí al siguiente sector del aeropuerto, nueva revisión de valijas, por escaneo y manual, una por una y minuciosa, nuevamente a pasar por el detector de metales y a recibir el tanteo del soldado. Luego de recibir la bendición me dirigí al sector de espera, que parecía un cine de barrio, con butacas en largas filas. Lleno estaba de nepalíes partiendo para un destino incierto en el golfo pérsico, con cara de susto y excitación, el primer vuelo de más de uno y hacia unos duros años que con suerte terminarán con algunos de ellos trayendo algún dinero a casa. En este sector no hay altavoces, pero hay un enorme televisor que pasa películas indias de esas que se conocen como soap-operas, una suerte de superproducción con Leo Dan, Juan Corazón Ramón y unas cuantas bailarinas, sonido, luz y color intoxicantes, la gente las ama, por supuesto.
Como no hay altoparlantes, cada vez que llega un avión aparece un oficial del aeropuerto a los gritos nombrando el destino del vuelo. Viste que a los altavoces se les entiende poco y nada, al oficial se le entiende menos todavía, por lo tanto cada vez que aparece se forma un tumulto en torno al buen hombre con todo el mundo empujando, tarjeta de embarque en mano, preguntando si es su vuelo o no es su vuelo. Al cabo de unos cuarenta minutos nos hicieron pasar a otra parte del aeropuerto, donde estaba el sector de inmigraciones, ya sé que el orden no tiene ningún sentido, inmigraciones debería estar antes, no tengo ni idea de porqué, pero este es el orden en el aeropuerto de Katmandú. Antes de entrar a esta otra parte del edificio, nuevamente, todas las valijas a escanear y revisar manualmente, nuevamente el detector de metales y las manitos del militar. Ya cruzando miradas con los otros pasajeros que tampoco podían creer el delirio de los controles adentro del edificio, me hice amigo de una familia que venía de New Orleans, la mujer era mejicana, el marido estadounidense y estaban los padres del marido también, un encanto de gente. Nos reímos bastante en la desgracia. Después de inmigraciones, otro cacheo, otra vez a revisar una por una las valijas, otra vez la delicada intromisión castrense en los bolsillos, las piernas, las axilas, en fin, un poquito irritante.
Después, no sé porqué, nos cambiaron la tarjeta de embarque, a mí me retuvieron la de Jet Airways y me dieron una de Nepal Airlains, que ni sabía que existía. Luego pasamos a otro sector, así que sí, otro cacheo general y ya era no sólo ridículo, es que era una pérdida de tiempo imposible, las dos horas que había previsto estaban quedando muy justas. En el ultimo recinto permanecimos poco tiempo porque enseguida abrieron la puerta de embarque y ya estábamos todos en fila. Por increíble que parezca, antes de subir al autobús que nos llevaría al avión nos cachearon otra vez, y cuando bajamos del autobús para subir al avión, lógicamente, el personal de seguridad de la aerolínea nos cacheó otra vez ¿no es completamente ridículo? quiero decir, a menos que esperen que alguien haya comprado una bomba en el propio autobús, es ridículo, y si esa es una posibilidad es todavía más ridículo, es decir, estaba sólo el chofer ahí, y seguro que a él también lo deben haber revisado hasta el hartazgo.
Bueno, no importa, buen vuelo hasta Delhi, con un único inconveniente. En la butaca de atrás, justo pegada a la mía había un indio enfermísimo, pálido, al cuidado de su hermano, el tipo tosía, se quejaba de fiebre, un cuadro espantoso, y las butacas van pegaditas así que no era nada cómodo. Tan hipocondríaco no soy, pero pasar una hora y media con un desconocido tosiéndote en la nuca no es agradable. Lógico que lo primero que hay que hacer al entrar en el aeropuerto de Delhi, antes de buscar las valijas es pasar el control sanitario, en el que unos doctores con mascarita milagrosa te preguntan si tenés “la gripe”, les decís que no y pasás, listo el control sanitario. En la planilla que hay que llenar me preguntaban si venía de un país con “la gripe”, supongo que sí, me dije, pero por las dudas pregunté a la doctora ¿qué países tienen “la gripe”? todos me contestó, en fin.
Según mi pasaje, en el aeropuerto Indira Gandhi, de Delhi, en donde ahora estaba, tendría que tomar el siguiente avión, a Udaipur. Pero el sector internacional es chiquito, no hay nada ahí más que la cinta transportadora y los militares. Por suerte pregunté. El sector de cabotaje está a cuarenta minutos. Hay que tomarse una conexión en autobús que sale cada veinte minutos, así que si venías justo y te perdiste tu conexión, estás frito. Agarré justito la que me tocaba. En el autobús, de pié y de frente a los pasajeros venía un militar con un fusil que lo cruzaba del hombro derecho a la rodilla izquierda, suerte que no había baches en la ruta...
El sector de cabotaje es mucho más lindo, con confiterías, internet wifi, kioscos de revistas, un aeropuerto más coqueto. Me dio el tiempo justo de hacer todos los controles y despachos y comerme una pizza que me tentó por el nombre: Veg Luxurious. Resultó ser una masa blanda y tibia, calentada al microondas, cubierta con unos parches de queso semifundido y con algunos granos de maíz amarillo y arvejas, horror.
Estaba terminando mi pizza-horror, cuando avisaron que abrían el embarque a mi avión. Salí disparado. Fui el segundo en llegar, siendo la primera una señora noruega que resultó un encanto. Conversamos un buen rato de lo que cada uno hacía en Udaipur y encontramos muchos puntos en común. Me contó en el trayecto en autobús hacia el avión que en el mostrador le habían dichos que como había poca gente en el avión, unas veinticinco personas nomás, la iban a ubicar en primera clase. Genial, cuando subí le dije a la azafata que mi amiga se sentaría en primera y que si yo podía acompañarla le quedaría muy agradecido. Pensó unos segundos y me dijo, que sí, que porqué no, al final había tan poca gente en el avión... Ay, ay, ay, qué viajecito divino, pero me arruinó para siempre eh, ahora nunca más voy a poder viajar en turista, la primera es la única forma de volar, la única

Gordo Kury

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los Dioses Abandonan a Antonio

20 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6.4


Los Dioses Abandonan a Antonio

Cuando de pronto, a medianoche, oigas
pasar el tropel invisible, las voces cristalinas,
la música embriagadora de sus coros,
sabrás que la Fortuna te abandona, que la esperanza
cae, que toda una vida de deseos
se deshace en humo. ¡Ah, no sufras
por algo que ya excede el desengaño!
Como un hombre desde hace tiempo preparado,
Saluda con valor a Alejandría que se marcha.
Y no te engañes, no digas
que era un sueño, que tus oídos te confunden,
quedan las súplicas y las lamentaciones para los cobardes,
deja volar las vanas esperanzas,
y como un hombre desde hace tiempo preparado,
deliberadamente, con un orgullo y una resignación
dignos de ti y de la ciudad
asómate a la ventana abierta
para beber, más allá del desengaño,
la última embriaguez de ese tropel divino,
y saluda, saluda a Alejandría que se marcha.

Constantin Cavafis


Primero las noticias agrias. Hoy me presenté ante las autoridades de la embajada de la India en Katmandú. Aparentemente la visa que yo tenía era especial, pero nadie me lo había dicho. Parece ser que la visa que yo tenía me permitía entre otras cosas trabajar legalmente, y yo pensaba que lo estaba haciendo de forma ilegal. Podía también ser renovada cada seis meses sin salir de la India, no sé ante qué autoridad había que presentarse, eso sí. Cuestión que ahora me anularon esa visa y me dieron una visa normal de turista con una duración máxima de tres meses. Yo pedía seis. Así que me quedé desconcertado. Es muy pronto para decir si es una buena noticia o una noticia mala, pero seguro que al cabo de esos tres meses dejaré la India.
Esta noche y a la mañana había habido presagios de que las cosas no saldrían como yo esperaba.
Sorprendentemente, mientras escribo esto, en un lindo bolichito donde sirven una sopa fabulosa, suena Mercedes Sosa cantando Alfonsina y el mar, de Féliz Luna. Triste y final. Argentina. Pucha con las coincidencias. Y sí, es un ciclo que termina.

En compensación, el tío Leo, con su delicadeza, bondad, consideración y generosidad habitual me compró pasajes de avión de Katmandú a Delhi y de Delhi a Udaipur, así no tenía que repetir la experiencia de Odiseo. Con tacto delicado no me consultó, compró y mandó. Cómo decir que no. Y viene tan bien, es tan reconfortante no volver, además de derrotado, plegado. Mil gracias querido, de corazón.

Y sigue cantando la negra... la cigarra, sólo le pido a dios, y sigue y sigue, desde donde esté, canta en vivo, con León Gieco y con Charly García. Canta cuando ya me empiece a quedar sólo., canta volver a los diecisiete.
En fin, falta sólo que se largue a llover y que me llame mi madre por teléfono. No hay nada que hacer, por más lejos que me vaya soy porteño y la melancolía tiene un gusto dulce también para mí, la evito, me escapo, le quito el cuerpo, pero, como dice mi viejo “al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen”

Gordo Kury

miércoles, 18 de noviembre de 2009

el canto del feriante

19 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6.3

al caminar entre la gente
sin apuro
me paro a conversar del sol del aire
y de los siglos venideros
oh los placeres de mi nueva habitación
de la mano amistosa que retiene la mía
conozco el fuego de la pequeña cocina
y otras llamas más sorpresivas
que abaten nuestros sentidos
conozco conozco otros barcos otras piedras
otros reflejos de luz y plata
pero llevo con placer al nuevo albergue
la ristra de cebollas una esquela
y el canto del feriante
los ojos muy pintados de la niña
y la amapola

Edgar Bayley, La amapola



El lunes estuve a las cuatro de la madrugada en la puerta de la embajada de la India. Como estaba avisado de que habitualmente la demanda de visas supera grandemente la capacidad de la embajada, me abrigué y estuve ahí varias horas antes de que abrieran. Me llevé un libro de matemáticas que estoy estudiando y que me tiene fascinado así que el tiempo voló. Un perro-lagarto de los Himalayas se hizo ovillo en el suelo recostándose en mi pierna izquierda. Por más de dos horas fui el único en la fila, el segundo llegó seis y media, así que puede ser que haya exagerado un poquito, como de costumbre. Montando guardia en la arbolada calle había dos soldados con casco y fusil, un fusil igual al FAL argentino. Se pusieron a conversar conmigo, sorprendidos de verme ahí a esas horas y estudiando matemáticas. Resulta que no eran soldados del ejército ¡esa es la policía! Muy buenos pibes, de veinte años uno y diecinueve el otro. El de veinte peleó en la guerra civil que terminó el año pasado, que terminó más o menos.
En la cola me hice amigo de un francés, Ben, y un italiano, Andrea. Increíble la afinidad, viniendo de lugares y vidas tan distintas teníamos, sin embargo, tanto que ver. Después de terminar nuestros trámites nos fuimos a desayunar a un lugar precioso y caro, después a dar unas vueltas y vuelta a comer porque el frío te da hambre, a un bolichón bueno y barato. Cada gaucho a su rancho y a la noche a otro bolichito muy lindo con otra gente que conocimos. Bueno, sí, todas niñas y nosotros tres. La pasamos bien, comimos, nos reímos, hablamos de mil cosas. Me fui temprano con Ben. Yo porque estaba cansado y él porque estaba de mal de amores, la novia francesa lo dejó por un nepalí buenmosísimo que para colmo de males estaba en el mismo bar, sin Roxanne, y se juntó a nosotros. Para desastre absoluto resultó ser un muy buen tipo y muy tranquilo y buena onda, pobre Ben, no le dejaron ni el odio para defenderse.
Yo pasé mala noche. El viaje me había debilitado y el frío abrió las puertas a enemigos invisibles. Fiebre, catarro, leve dolor de garganta. Nada. Ayuno y reposo. Hoy estoy bien. Me tomó todo el martes y el miércoles reponerme y hoy, jueves, voy a andar tranquilito para no forzar la máquina. Lamento que perdí unos días de los pocos que tengo para ver Nepal, pero el descanso me vino muy bien y estoy seguro de que volveré, este lugar me encanta.
El poema de Edgar Bayley resume muy bien lo que siento cuando camino por las callecitas de Katmandú, que tienen ese no se qué ¿viste?

Gordo Kury

domingo, 15 de noviembre de 2009

Katmandú, segunda mirada









15 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6.2


Katmandú, seguda impresión

Francamente, Katmandú es todo lo que esperaba y más. El primer día me di una vuelta cortita por el barrio de mi hotel porque estaba muy cansado y no me pareció gran cosa. Pero ahora que la recorrí más, tengo que reconocer, es espléndida, magnífica, soberbia.
El barrio donde yo estoy está entregado a los hoteles y confiterías para occidentales, al menos de día, y no dice mucho. Pero incluso este mismo barrio, de noche cobra vida propia y es maravilloso y decadente. Me hace acordar mucho a la noche underground de la Buenos Aires de los noventas. Muy decadente y sórdida, pero muy vital también, y agitada. Hay miles y miles de bares y cafetines, bolichitos y fondas. En cada puesto sirven especialidades diferentes y son más o menos baratos, pero con muy buen ambiente, bien atendidos y con comida de muy buena calidad. En muchos bolichitos tocan bandas tibetanas en vivo. Muy buena calidad. Más que nada crooners haciendo covers tranquilos de the doors o the rolling stones, algo de regae también y algunos hits de los ochentas. Muy buenos músicos, y me sorprendió muchísimo que tocaran esa música y lo hicieran tan pero tan bien, no me lo esperaba porque no es algo que en la India se vea. El ambiente en los barsitos es muy lindo, con mucha gente de más de cincuenta y más de sesenta también a la que se le nota que son trotamundos desde chicos, que no es la primera vez que están por acá. Muchos franceses y belgas. Tipos con espléndidas barbas blancas fumando en pipa en la barra. Gente de todos lados y de todos los colores y tipos. Muchos locales, gurkas, tibetanos, sherpas, kashemires, incluso vi dos sirios que estarían reclutando trabajadores para medio oriente o quién sabe si reclutando para otros fines, ellos sabrán, yo no quise preguntar. Gente muy joven también hay, de veinte años, muy jovencitos. Lo que hay menos es gente de mi edad, vaya uno a saber porqué. Bueno, mezclado con el ambiente de bares, bachas, bachatas, hay también tugurios de mala muerte donde ofrecen un espectáculo que llaman shower dance, baile en la ducha, o con la ducha o de la ducha, no sé ni quiero saber. Vendedores de hachís por doquier, como moscas, me tienen harto, excuse me sir, hachis? al menos son educaditos los malditos. Y también algún grupo de chicos pobres tocando la triste gaita del poxirrán, sí, acá también, una tristeza total.
Hoy por la mañana anduve caminando por otras áreas más alejadas de mi hotel. Este lugar es fantástico, la gente es muy agradable, las chicas son de mirarte fijo, cosa que me asustó un poco porque los últimos 6 meses los pasé en la India donde eso es casi imposible. Gente muy graciosa, simpática, se la ve sana. Son chiquititos en general, de uno sesenta los varones y las chicas un poco menos, con cuerpos enjutos y fuertes, compactos.
Mucha venta en las calles de todo tipo de comida, algunas cosas muy tentadoras, casas de té divinas, mucho comercio de seda a cargo de los kashemires, esculturas de bronce muy bien terminadas, antigüedades, lindas cosas, más lindas en general, de mejor calidad de lo que se encuentra normalmente en la india, menos truchada se ve.
Lo que sí, Katmandú es tirando a mugrienta. No parece haber servicio de recolección de basura, así que la van juntando en montones y a la nochecita la queman, pero mientras está ahí. Las calles son de bloques de piedra y tierra en su mayoría, y están cubiertas casi totalmente de escupitajos. Escupir es afición nacional como en la India.
Muchos perros de la calle. Lindos bichos, de tan fuleros. Son todos muy parecidos y raros, podrían ser una raza: el perro lagarto de los Himalayas. Son cabezones y con los ojos saltones. El cogote, compacto y fuerte, es corvo. El tronco muy largo y las patitas cortas y hacia afuera. Caminan como ondulando. La verdad es que son preciosos de tan feos, parecen esas esculturas chinas de perros quimera, pero son de verdad. Los deben tratar muy bien porque andan tranquilos y son muy dados, no como los de Udaipur que andan toda la noche ladrando como desaforados y que de día son desconfiados, asustadizos y traicioneros. Claro, en la India no los tratan nada bien pobres bichitos.
Me enteré de que acá también está prohibido matar vacas, hay una pena de dos años en prisión y parece ser que la cárcel acá no es chiste. A resultas de esto se ven vacas viejas, que yo, viniendo de uno de los mayores productores de carne del mundo, nunca había visto, son lindas las vaquitas. La raza que vi por acá es bastante peluda y con cuernos cortos. Con pinta de lechera pero no flaca ni huesuda, robusta.
En fin, el frío sigue, en este momento, siendo las dos y media de la tarde hacen 27 grados pero la sensación térmica es de 12, hace un ratito, menos de dos horas la temperatura era de 16, con 4 de sensación térmica. Bueno, subo esto y unas fotos que saqué hoy temprano y me voy a comer unos kothey, momos fritos, que son la especialidad del lugar, una delicia. Por si ayuda se podría decir que el kothey es al momo lo que el spring roll (arrolladito primavera) es al canelone. Uno es hervido, blanco y blando y el otro es frito, doradito y crocante, delicioso.



Gordo Kury

sábado, 14 de noviembre de 2009

odisea de un porteño

14 de noviembre de 2009
Thamel, Bahadur Bhawan
Kathmandu
Nepal
Mes 6


Viaje a Katmandú, odisea de un porteño



Llegué a Katmandú... finalmente. La odisea duró unas 80 horas. Por el camino paré varias horas en Delhi y pude pagar una habitación barata para ducharme, paré otra vez justo después de cruzar la frontera con Nepal e hice lo mismo, así que me mantuve más o menos digno.
Katmandú es más pintoresca que bonita, la parte comercial es igualita, pero igualita a Villa Gesell después de que la arruinaran, así que uno puede ver que fue linda, pero hay que mirar con cariño. La gente sí que es muy agradable. Hay unos pocos que parecen chinos, pero la mayoría son gurkas, hay algunos sherpas también, bastantes kashemires, que son muy pintones, y otros que parecen indios pero se visten distinto. Hay tanta campera de cuero negro que parece un mítin de la CGT de los ochentas y se vende todo tipo de alimento en la calle, frutas y verduras de gran calidad y buen tamaño, no como en la India que venden coliflores, cebollitas y berenjenas diminutos. Variedad de frutas, varios tipos de manzanas incluso y algunas que no había visto nunca. Y venden los chanchos cortados por la mitad, descuartizados y pintados de naranja fluorescente, no es una imagen muy noble del amigo chanchito, tampoco del ser humano, en fin, en todos lados se cuecen habas...
El hotelito que conseguí es muy acogedor, muy cálido y bien atendido y tiene la mejor ducha caliente que me di en años, parece las cataratas del Iguazú pero a temperatura a gatas tolerable. Lo fantástico es que en la puerta del hotel crece alta de unos 4 metros una estrella federal, de cómo llegó a Katmandú, no tengo ni idea. Está flaquita, claro, no es su clima, pero ahí está la loca, plantada, señalando el camino de la federación. El dueño del hotel es un gurka que tendrá unos ochenta y pico, muy querido el viejito.
Bueno, pero así me salteo todo el viaje...
Desde Udaipur no pude comprar los pasajes del itinerario completo porque estaba todo vendido, así que compré sólo el tren gallinero nocturno a Delhi. Normalmente yo hago ese tramo en segunda clase con aire acondicionado, pero como no había lugar me contenté con tercera sleeper, que es casi lo mismo pero en vez de seis personas, uno viaja con nueve. En fin, un poquito más incómodo pero sin mayor inconveniente. A la moto la dejé en el taller para que me la dejen nuevita y le pedí a los vecinos que me rieguen las plantas. Noche de tren sin nada que anotar, dormí largo y tendido y calentito.
Llegando a Delhi, a las cinco y media de la mañana, me tomé un tuc-tuc al otro lado de la ciudad, a la estación de pahargañj, donde está el International Tourist Boureau que vende la reserva que guardan para los turistas. Siempre compré ahí, sin problemas. No esta vez. El señor que me atendió reparó, por primera vez, y siempre me atiende el mismo, en que mi visa no es de turista si no de trabajo o estudio, yo no tenía ni idea de eso, nadie nunca me informó. Las ventajas no las usé nunca y la desventaja es que el ITB no me puede vender si no tengo visa de turista. Eso fue un problema, porque me tuve que cruzar enfrente a la estación a negociar con los piratas de los puestuchos mugrientos que ellos llaman agencia de viajes. Todos, sin excepción tienen colgado algún cartelito tramposo que dice que son parte del ministerio de turismo o agencias del gobierno, o cosas por el estilo, son de lo peor, pero tuve que caer ahí porque otra no tenía. Así que perdí la mañana entera defendiéndome de los cocodrilos. Al final arreglé con uno que me quería cobrar 2400 rupias por el tren cama hasta Gorakhpur, en la frontera. Lo bajé a 1600. Quería que le pagara el 100% contra un papelito que el mismo escribió en su talonario trucho. Le dejé 500 rupias. Me fui para volver unas horas más tarde a buscar mi pasaje real. Mientras me conseguí una habitación y me duché, comí alguna cosita más o menos en ese barrio espantoso que es el Pajargañj, lo peor de Delhi. Cuando volví a la “oficina” lo único que tenían para mí era un pasaje provisorio que decía que yo estaba en lista de espera. Lógico que no les pagué, pero como ya había perdido casi todo el día no podía pedir el dinero e irme, quedamos en que volvía en dos horas y ya tendrían el pasaje confirmado. Así lo hice, pero resulta que antes de pagar, porque ya estoy avisado, revisé todo, y hete aquí que figuraba el precio: 1000 rupias. Le dije que no pensaba pagar ni un centavo más de lo que figuraba en el pasaje. Se puso furioso, me dijo que había pagado por abajo del mostrador para saltar en la lista de espera, se animó a levantar la voz y ponerse de pié, me levanté también y yo medía como tres cabezas más y si quiero gritar grito y si me hacen enojar se me pone la cara como demonio tibetano, así que se amansó rapidito el tarambana. Cuestión que pagué lo que figuraba y me retiré. Muy bien Jorgito Luis, diría mi tía Porota si estuviera con nosotros. Pero no es pa tanto. Ya se verá. Mi tren, que no era ninguna maravilla, salía de Old Delhi, que es un horror de tráfico, así que me monté en un rikshaw (estos sulkis humanos a pedal) y, cuando llegué tenía sólo 40 minutos. El único lugar que, por lo caro, estaba limpio y vacío en esa estación era un mac donals, pecado capital, entré. Me comí una hamburguesa vegetariana y compré otras dos para el viaje. El asunto es que cuando al final me pude subir a mi tren, mi cama había sido vendida también a otra persona ¡por supuesto! pensé, los malditos cretinos del puestucho. Pero no, parece que la autoridad del transporte decretó la emergencia por la sobredemanda y eso habilita a los ferrocarriles a meter dos tipos por litera. Horror.
Lo que viene ahora es difícil de explicar. El tipo que me tocó era del campo, con cara de bueno pero muy rudo en sus movimientos, como quien está acostumbrado a estar siempre en espacios más amplios, y este camarote es lo más parecido a un minisubmarino sobre rieles que se pueda uno imaginar, así que ahí estaba él: elefante en el basar. Venía cargadísimo además y tuvo que apilar cajas enormes llenas de paquetes de frutos secos, higos, orejones, castañas de cajú, todo ese tipo de cosas que seguro que había comprado en Delhi para vender en sus pagos. Lo increíble es que era exactamente igual a mi tío Patacho, pero igual eh, calcado, como un clon, pero un clon gordo, oscuro y retacón, y muy poco fino, sacando eso era igual. Eso es lo difícil de explicar porque Patacho es gallardo, rubión y con los ojos azul claro, pero es así, creer o reventar, era el clon de Patacho, pero indio. Best quality como dicen acá. Bueno, con el clon tuve que sentar los principios básicos del espacio vital de forma rápida, brutal, clara e indolora. Cuando el hombre se empezó a abrir paso a los codazos y empujones recibió una fuerza de intensidad un poco más contundente pero en sentido contrario de forma que quedó claro que no convenía forzar la confianza. El gordo Kury al mejor estilo primera escena de película carcelaria, pero es así, espero que mi madre no se avergüence, pues así es la cosa en el brutal mundo de la guerra de los clones, o te comunicás o te comunican.
Así pasamos medio apretados la primera horita o cosa así, del viaje, pero cuando apareció el revisor, le pedí otra ubicación mostrándole que por el largo de mis piernas la situación era poco menos que criminal. Yo pensé que estaba apelando a la lubricada corrupción, pero no, el hombre me consiguió una cucheta y se fue sin esperar la recompensa que yo ya tenía preparada, bien por el tipo, vergüenza para mí. Bueno, con la vergüenza esa me pagué la siguiente ducha así que no me dolió tanto el orgullo.
Doce horas después llegábamos a Gorakhpur y en pocos minutos yo estaba arriba de un destartaladísimo local bus que podría ser igual una guagua bogotana o un colectivo de línea del gran Buenos Aires. Tardó cuatro horas, pero me dejó en la frontera de Sonauli. Por el camino espectacular y peligrosísimo vi monos y ciervos, selva y rastrojo quemado y una cosa que me llamó muchísimo la atención: emparchan los baches sin cortar el tránsito. Una cosa rarísima, largan el alquitrán directo sobre los baches y arriba le tiran paja, no sé si para dar fibra o para que se seque más rápido o para qué, pero la cuestión es que funciona. No lo apisonan, los propios camiones lo hacen gratis al pasar, la cuadrilla son tres tipos una carretilla y un par de latitas.
A las cuatro horas el local bus me dejó en Sonauli, que parece un puerto pirata de la Guerra de las Galaxias, una especie de Tatween, pero sin tecnología. Me apuré a conseguir otro rikshaw que me orientara un poco y el tipo me llevó directamente a la oficina de aduanas de la parte india. Por el camino insistió tanto en que me convenía cambiar todo el dinero indio que tuviera que desconfié y le dije educadamente que no, unas ochentaycincomilquinientas veces, Dios, qué insistentes que son los indios, un infierno. La aduana india es una mesa de madera con un tipo que recoge tu pasaporte y te da los papeles para llenar, otro que te sella el pasaporte y otro que te lo da. El que me dio el pasaporte me dijo en confidencia, porque parece que de pronto este oficial de la aduana era mi mejor amigo, que me convenía cambiar todo el dinero indio que tuviera porque es, atenti, ilegal ingresar rupias indias al Nepal ¿ilegal? le pregunté. Sí. sí, cambio chico podés entrar pero billetes grandes no porque hay un retén a pocos kilómetros de la frontera y si te encuentran rupias te las van a incautar, así que haceme caso y andá con el buen muchacho del rikshaw que te quiere ayudar. Muy amable señor, le dije, pero ahora, más alertado que nunca, me los tomé como el India Last Stand, y le dije al del rikshaw que me cruzara para el otro lado. Mientras el muchacho insistía un par de veces más el funcionario cruzó la calle y me aconsejó de nuevo. Fue demasiado, me bajé del rikshaw y le dije, macanudo pibe, no me querés llevar a donde voy, no cobrás ta luego y que te garúe finito. Compungido se resignó a llevarme a la aduana nepalí. Lo primero que pregunté fue si eso de las rupias ilegales iba en serio o era un cuento indio, se rieron con ganas los nepalíes: cuento indio. Y eso es lo primero que uno nota al cruzar la frontera, un alivio que uno primero no sabe que es y de repente aparece clarito: nadie te está empujando ni tocando ni queriéndote meter en un negocio, ufff, gracias a dios, estoy en Nepal.
Me compré el pasaje a Katmandú y me alquilé una habitación barata para ducharme y cambiarme otra vez la ropa, comí alguna cosa mientras en las noticias del mediodía mostraban manifestaciones multitudinarias en la capital y ya era casi la hora de la partida. Oh, el cacharro este era de terror, y yo que pensaba que algo peor que lo que me llevó de Gorakhpur a Sonauli no podía existir. Existe. Es una especie de celda guantanamera sobre ruedas. El techo debe estar a un 1,65 m así que de pié yo, ni pensar. Pero para peor entre asiento y asiento la medida es menor al largo de mi fémur, sin contar cadera ni rodilla. Más de 12 horas en esa cafetera. Para colmo en el techo hay cuatro lámparas enormes, una verde, una amarilla, una roja y una naranja, y por dentro es todo espejado. Parece el sueño de un solterón de los años 70s, le faltan nomás los sillones de símil cuero de color marrón rojizo y la licorera. El conductor, se supo, siente debilidad por la música india de la peor calidad, y nos martirizó durante todo el viaje con el único volumen que hay en la india: el máximo. Sí, el chofer era indio, paciencia. Tuve la enorme suerte de que a mi lado fuera sentada una señora italiana de 48 años, muy agradable, con la que nos hicimos amigos en la desgracia. Ella es monja en un ashram. Como yo hablo italiano más o menos bien, nos divertimos mucho y como tenía mi lector de mp3 cargado de música italiana fuimos matizando la música india con Franco Battiato, Paolo Conte y el inmortal Carusso. Nos divertimos, pero hace un frío acá en los Himalayas en pleno invierno, un frío. En el camino paramos mil veces por mil problemas distintos, retenes militares, accidentes, falta de infraestructura con caminos llenos de cráteres y de un único carril por tramos pero con doble circulación. Todo de noche y por caminos de cornisa ¡molto pericoloso! En varias paraditas que hicimos nos pudimos tomar unas sopas calentitas por muy poca plata para mantener el espíritu.
En fin, el asunto es que llegué bien, a las 6 am, conseguí el hotel divino que me habían recomendado, me recontraduché en las hirvientes cataratas del Iguazú, me cambié y me fui a regalar con un paseo matilnal y un enorme desayuno. Frente a mí en la cafetería estaba sentado el clon indio de Manuel Antonio Noriega, el ex agente de la Cia, probable asesino de Torrijos, ex dictador y entregador de Panamá, ex narcotraficante, ex presidente y próximamente ex convicto. Ahí estaba, el mismísimo Noriega, en clon nepalí.
Después de mi desayunazo volví menos congelado, me di otra duchita caliente y me metí a la cama bien tapado para una siesta divina. Hoy no me queda otra que descansar porque no son todavía las 6 de la tarde y ya es noche cerrada y hace un frío que ni te cuento, mañana será otro día.



Gordo Kury

domingo, 8 de noviembre de 2009

Camino de Kathmandú: la epopeya de un gaucho en los Himalayas

8 de noviembre de 2009
Rám Purá
Udaipur
Mes 6


A Kathmandú: la epopeya de un gaucho en los Himalayas

Finalmente mi permiso de estadía de seis meses en la India está a punto de expirar, señal que, junto con el pelo que me ha crecido desparejo hasta dejarme parecido a un oso flaco, me marcan el paso de los meses.
En unos días más, el miércoles 11 comienza el épico camino a Kathmandú para mí. A las 6 de la tarde del miércoles estaré ya esperando a que arranque mi tren a Dheli. Sin lujos, el viejo tren gallinero que ya me conozco bien, me dejará a las 5 de la mañana en la capital. Como los trenes están todos con ocupación completa, tendré que encontrar algún omnibus (autobús) a la frontera. Espero conseguir algo decente que me deje en Sonali o en Gorakhpur antes de que caiga la noche del jueves. Si llego muy tarde cruzaré la frontera, pagando mi visa para Nepal a los gendarmes, que es el procedimiento estándar, y buscaré una posada para pernoctar. Al día siguiente me montaré en otro omnibus, esta vez del gobierno nepali, para llegar a Kathmandú, espero, antes de que caiga una nueva noche. Conseguiré alojamiento y ducha, comidita caliente y el lunes 16 me presentaré bien afeitado y planchado ante las autoridades de la embajada india en Nepal para solicitar una nueva visa por otros seis meses. Lo normal es que la concedan. Para los argentinos es gratuita por un convenio bilateral. Demora al menos 7 días, así que durante ese tiempo pasearé un poco por este país que es lo más parecido a un Macondo de los Himalayas. Tiene, por ejemplo, dos ejércitos con mandos distintos, uno es el ejército nacional, que perdió la guerra civil pero no fue desmantelado y el otro es lo que era la guerrilla maoista, que ganó pero sin la fuerza o la presencia suficiente como para gobernar. Según me cuentan, en huelgas y piquetes la Argentina saldría medalla de bronce y Nepal se llevaría la de oro y la de plata. En todas las disciplinas olímpicas del conflicto social Nepal es campeón indiscutido. Lanzamiento de piedras y cócteles molotov, voladura de infraestructura, levantamiento de ripio (asfalto parece que ya no se molestan en poner), lluvia de gases lacrimógenos, masacres de campesinos. En fin, la vieja y siempre activa lucha de clases a plena potencia. El autor se encomienda a la fe de los lectores y les solicita prender sendas velitas a la Vírgen y a todos los Santos. Religiones minoritarias son también muy bienvenidas, y supersticiones varias mejor que mejor.
Para alivio de mi madre y defraudación de mis enemigos aclaro que, según me cuentan, todas las partes en conflicto reconocen la necesidad de proteger la decadente industria del turismo y por lo tanto no tocan a los extranjeros ni los retrasan, al parecer los portadores de pieles claritas tienen un salvoconducto asegurado. Se verá


Gordo Kury