domingo, 2 de agosto de 2009

Eppur si muove



1 de agosto de 2009
Udaipur
Hatipol, la puerta del elefante
Día 67
Epur si muove

Escribo esto chocho de contento porque recibí la noticia de que mi escuela en Barcelona sigue creciendo más y mejor, a pesar o más bien gracias a la ausencia física del director y gracias al equipo imbatible de Lali y Gore y a la colaboración inestimable de Raman. Gracias a ellos yo puedo estar acá, atestiguando y viviendo en el planeta India, del otro lado del espejo, donde todo es posible pero nada está disponible...
El tiempo, por ejemplo, del otro lado del espejo es una cosa extraña...
Es mi experiencia que en cada hora uno está obligado a pagar un impuesto de 20 minutos. Cada cosa que uno haga trae su consecuente pérdida de tiempo obligatoria. Y no es por ineficiencia, la gente acá es tremendamente capaz e inteligente. No es tampoco por vagancia porque la gente acá trabaja mucho. Es absurdo, lo típico es por ejemplo ir a la velocidad de la luz por una ruta que parece un valle en la Luna durante cuarenta minutos y de repente, sin ninguna razón, detenerse a tomar un té con leche, tal vez el décimo del día y perder veinte minutos, sólo para montarse a la moto otra vez y jugarse la vida sin sentido. El chai, que supuestamente es especiado, pero en la práctica es un simple té con leche con azúcar como el que hacía mi abuela, muy rico para de vez en cuando pero diez o quince por día puede cansar un poco, el chai, decía, es obligatorio, al menos uno por hora si uno está trabajando, tal vez sea el azúcar que les da algún empuje, no lo sé porque yo estoy aprendiendo a decir no gracias, ya tuve suficiente chai para las próximas cuarenta encarnaciones. Otra cosa que hace perder el tiempo es ese diabólico aparatito que ya me tenía cansado en Barcelona: el maldito teléfono celular, me cachendié caracho. Es un infierno, igual que en España, si al tipo que te está atendiendo le suena el telefonino, te larga parado y se pone a conversar de huevadas. Lo diferente acá es el volumen al que suena el celular de la gente, es para hacerte trepar por las paredes, y hay como un orgullo de la música que cada uno le pone a la llamada, así que la dejan sonar un poquito, cosa de sacarte completamente de quicio. Ayer no más me impresionaba con un empleado que cobra por hora, si bien es cierto que bien pagado no debe estar, por barrer en un hotel, yo estaba tomando un té con limón y el flaco se pasó los cuarenta minutos que transcurrieron entre que llegó el té y el sándwich hablando tranquilito con el celular en una mano y la escoba en la otra, tranquilo, en fin, ansina es y yo no quiero criticar, sólo describo. Pero esa es, al fin de cuentas la concepción del tiempo que tienen acá, suerte que creen en la reencarnación porque a este ritmo van a necesitar varias vidas, paciencia. Otra cosa interesante es el valor de las horas. Para nosotros las 24 horas del día tienen un valor, un color, diferente, hay cosas que uno hace de día pero no de noche, o de noche pero no de día, hay cosas que a la hora de la siesta, al menos en mi tierra y en España abiertamente (en otros países con cierta vergüenza e hipocresía), uno no haría. Acá no es así, acá todas las horas valen lo mismo, el ruido es el mismo y si uno está por ejemplo comiendo en un restaurante y cae la cuadrilla a colocar un espejo de seis metros, los tipos entran y hacen el despliegue ahí mismo con comensales o sin comensales. Si los de tu hotel, al menos en las categorías que me muevo yo que no son de lo peor pero están lejos del lujo asiático, te tienen que instalar una alfombra o arreglar el baño, los tipos se mandan, estés durmiendo o estudiando o lo que sea que quieras hacer, lo harás afuera porque ahora tu habitación de llena con los nueve tipos que hacen falta para cambiar una lamparita. Curiosidades.
La corrupción, ah, la corrupción. Yo estoy más o menos entrenado con la corrupción del funcionariado público de mi país, que más de una vez uno agradece al mismo tiempo que lamenta, porque las trabas burocráticas a veces son tantas o tan ridículas que un funcionario moralmente flexible que te pueda sacar del gancho o descolgar del patíbulo antes de la última patadita es bienvenido. Aunque es algo de lamentar, ya lo sé. La corrupción que conozco de España es menor, mucho menor, pero existe, la vi, la viví, y, cuando la necesité, a ella recurrí. Disculpame mamá, pero es cierto.
Ahora, acá, acá es otro cantar. Es ridículo. Yo hasta ahora no viví la corrupción oficial aunque todo el mundo dice que está, pero no es mi experiencia, al contrario. Pero la corrupción de las personas comunes es espantosa y omnipresente. Tremenda. Por ejemplo si alguien te recomienda un sastre, o un hotel, o un profesor de lo que sea, podés estar seguro, podés apostar el brazo derecho a que el tipo va a cobrar una comisión. Muy amablemente te va a llevar él mismo hasta el lugar, se va a hacer ver por el encargado y después va a volver por su 10, 15 o 20 por ciento, porcentaje que pagás vos ¿quién más? Ahora, imaginate el desastre que es esto, porque este impuesto lo grava todo, no sólo el turismo, todo, absolutamente todo, y no sólo se le aplica a los extranjeros, no, no, es rutinario y aceptado por todos, es la ley no escrita, es el IVA sobre el IVA. Por ejemplo si sos profesor de sánscrito, o de música, o lo que fuere, y no le das comisión a los muchachos que están todo el día en la calle sin hacer nada no tenés clientes, porque esos muchachos que al principio me costaba tanto entender de qué vivían, viven, sí señor, de las comisiones que los profesionales y comerciantes les pagan por dirigir clientes a su negocio. A veces el abuso llega al ridículo, si una clase de música se cobra 100 rupias, a un turista se le pueden cobrar 400, y de ahí, 100 son del comisionista ¿qué porcentaje se queda el tipo? ¿qué clase de sobreprecio está pagando el incauto? En euros hablamos de poca guita, chirolas, pero en porcentaje es una locura. Si uno quiere una casa por ejemplo no recurre a una inmobiliaria, simplemente pregunta por la calle a estos tipos que están por ahí, jugando a las cartas o tomando su chai, y ellos lo llevan de paseo por las casas que hay disponibles, y después cobran su comisión. En fin, es un sistema, a veces es útil, pero es medio tremendo, y uno de los resultados que tiene es que a veces el tipo que está jugando a las cartas en la calle gana más plata que el changarín o el barrendero. Ni hace falta aclarar que ni el changarín ni barrendero tienen opción, son descastados. Otra cuestión es que acá el trabajo no es en general percibido como algo que ennoblezca, más bien todo lo contrario. Pero no son sólo los vagos estos de la calle, es todo el mundo, tu amigo que te está ayudando se va a ganar una comisión, el dueño del hotel donde estás se va a ganar una comisión del médico que llame si te intoxicaste en su restaurante, son todos, o casi todos, es cierto que no todos los dedos de la mano son iguales, pero la corruptela está en cada bocado que te comas y en cada fósforo que prendas. En fin, es el triste estado de las cosas. Eppur si muove.



Gordo Kury

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