lunes, 3 de agosto de 2009

"no tension, free mind!"




2 de agosto de 2009
Udaipur
Hatipol, la puerta del elefante
Día 68
“No tension, free mind!”

Hace dos semanas estoy viviendo en Hatipol, la puerta del elefante. Dejé mi lindísima casa en Chanpol, la puerta de la Luna, porque la situación con el dueño era completamente desquiciante, insostenible y desagradable. El asunto es que este hombre solitario vive en la planta baja de la casa y me alquilaba el primer piso completo con todo y su hermosa terraza, el alquiler era alto para los estándares del lugar pero la vista era espectacular, la localización era cómoda y tenía todo lo que necesitaba... excepto tranquilidad. Al principio yo estaba completamente desconcertado porque soy prácticamente el inquilino ideal, es decir, no conozco a mucha gente o sea que nada de fiestas, no bebo, pago en tiempo y forma, soy limpio, en fin, para Occidente no se me podría pedir más, pero acá es distinto. Parece ser que cuando alguien en la India te alquila su casa de repente pasa a ser una especie de padrino, uno no es un cliente si no un huésped. Caramba, es lo último que quiero ser, un huésped en la India es una especie de prisionero de la cordialidad de su anfitrión, quien le indicará en cada momento dónde sentarse, a quién saludar y a quién no, pretenderá que uno coma más o beba agua que uno no quiere beber, en fin, una yidische mame gorda y culona, un infierno en la tierra. Para peor, me fui dando cuenta de que este hombre es de familia bien venida a menos, el heredero de una gran casa que no puede mantener y detesta lo que él ve como la humillación de tener que ceder parte de su casa a un extranjero, por puntual que sea con los pagos. Hasta ahí sin embargo no parece ser una situación tan molesta, en Occidente uno se limitaría a ignorar al desdichado y seguiría pagando puntualmente sin mayor problema, que es lo que hice. Pero ahora viene el factor explosivo de la fórmula: el solitario caballero bebe un poquito más de la cuenta y más de una noche subió a mi terraza entonadito y llorón, hablando de cuánto amaba a sus gatos y cuánto detestaba a sus hijos, en fin, tolerable pero no deseable; aguanté un mes y medio, pero lamentando mucho la lastimosa situación. Mas una noche, bien pasada la media noche el tipo subió encolerizado y gritando absurdidades sobre la superioridad de su cultura y de cómo yo era una vergüenza para el barrio porque mi cultura esto mi cultura aquello, ridículo porque yo soy muy formal y respetuoso del hinduismo, el verdadero problema es que no soy indio y no tengo casta, bah, el problema es que el tipo es un borracho y punto, en fin, el señor pasó la línea y yo seguí educado pero me costó, ganas de lanzarlo de la terraza al lago no me faltaron ¿para qué, por qué tengo que aguantar esto? como no encontré razón, al día siguiente me mudé. Y fue una gran suerte porque donde estoy ahora es un lugar precioso, rodeado de árboles y todo tipo de pájaros y más barato. Es un hotel-jardín en proyecto, todavía no terminado; los nueve obreros se pasean parsimoniosos todo el día haciendo más bien poco y poniendo un enchufe aquí, una alfombra por allá, cortando el césped con hoz, en cuclillas, poniendo una lamparita, fijando un espejo, tranquilos. En fin, en todo lo que pueda importar el lugar está terminado, pero no inaugurado, por lo tanto soy el único residente, el jardín entero a mi disposición, las tres terrazas, en fin, la versión clara, limpia, tropical y positiva del Overlook de The Shinning, El Resplandor, un enorme hotel sólo para mí, pero no tiene nada de siniestro, al contrario. El único resplandor acá es la resolana cuando el Sol aparece entre las nubes y rebota en la terraza.
En estos dos meses, al ir instalándome fui comprando algunas cosas mínimas para vivir acá, cosas como una hornalla a gas con su garrafa, una heladerita, ollas, sartenes, platos, cubiertos, en fin, lo mínimo de lo mínimo, pero si uno se quiere mudar a un kilómetro y medio con el tránsito que hay acá, por mínimo que sea lo que uno lleve, la cosa se complica. Lo que ayuda es que hay unos tipos que se dedican a transportar cosas con un carrito, por ejemplo si uno compra muchas cosas o grandes siempre en la entrada del negocio o en algún punto del bazar o del barrio uno puede arreglar con estos changarines el traslado, en general van en patas, un trabajo duro sin duda. Cuestión que el día de la mudanza fui al punto de los changarines y arreglé con el primero que encontré, él no hablaba inglés, yo hindi poco y nada (hindi tora tola), el lenguaje gestual y las sonrisas, como de costumbre, hicieron el milagro de la comunicación entre dos mamíferos bípedos de tribus diferentes. Pero apenas se fue a buscar su carrito un chico de una tienda me dijo que el hombre estaba completamente loco (venda admi, venda admi!) y que arreglara con otro, en eso estaba cuando mi piantáu changarín apareció con el carrito y espantó al otro candidato, me resigné y valió la pena. El colifa insistió, prácticamente me obligó a viajar todo el camino a casa sentado en el carrito, y tiene sentido porque el pirado era un temerario conductor y andaba rapidísimo moviéndose como una anguila entre tuk-tuks, vacas, motos y toda la típica fauna del tránsito indio. Iba a los gritos saludando a todos, a las carcajadas, y la gente se reía también, de él, de mí, pero era una situación linda porque la gente aprovecha estas cosas para romper la rutina y para mí fue muy divertido también, aunque bastante humillante, claro está, absolutamente ridículo. Al hacer el camino al nuevo lugar, ahora cargando la heladera y la hornalla yo no me quería subir, el tipo insistía y al final me subí por un rato, otro rato caminé, en las subidas empujé.
Genial en su locura y haciendo el gesto de pescar su propio cerebro con la mano en la frente y lanzarlo al aire después, se daba vuelta de tanto en tanto y me gritaba entre carcajadas: no tension! free mind!




Gordo Kury

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