miércoles, 29 de julio de 2009

del blanco y el gris al verde, el verde oscuro, el verde claro, el verde brillante y el verde opaco




29 de julio de 2009
Ahmedabad
Gujarat
Día 64
Del blanco y el gris al verde, el verde oscuro, el verde claro y el verde brillante


En este clima mantener higiene es una lucha constante, el viento sopla cuando quiere con tremenda fuerza, el aire carga tanta humedad que de lejos parece niebla, pero es más bien un rocío en suspenso, todo el tiempo; el calor baja solamente a la noche a unos 18, 19 grados, durante el día está siempre entre 20 y 30, a veces un poquito más. Es un clima ideal para la vida, por supuesto, y si la vida estuvo aguantándose todo el año, mantenida a raya por la falta de agua, se viene con un ímpetu que toma hasta el último rincón de todo. Los animales se reproducen, las plantas crecen, las semillas que estuvieron un año o dos esperando, ahora despiertan, las esporas se meten por todos lados, los hongos aparecen en minutos después de cada tormenta cuando la humedad parece un baño de vapor, los bichos dejan huevos y excrementos, dejan otros bichos más pequeños que cargan otros bichitos también. Las lagartijas, que fueron importadas de malasia para comerse a las cucarachas (¡y funcionó!) reinan sobre techos y paredes. Los pájaros, incluyendo las versiones indias del tero, la calandria, el cardenal y el martín pescador, ya están criando sus pichones con abundancia de artrópodos y anélidos.
Pero mantener la higiene es una lucha constante, perdida de antemano. Las novecientas moscas por centímetro cuadrado cubren cualquier superficie estática, si uno se queda quieto dos segundos lo cubren también a uno. En este contexto, a mi computadora, adentro de mi computadora, no sé cómo pero sí, adentro, se metieron hormigas y otros bichos, yo sabía que las moscas me la estaban usando de pista de aterrizaje, discoteca, hotel de alojamiento y urinal, pero el colmo es que adentro también había actividad biológica, algo me dejó huevos en las tibias entrañas electrónicas de la MacBook que yo cuido tanto. Y no sólo eso, parece, según el técnico, que también una lagartija dejó su orín, que penetró hasta cubrir la motherboard (la placa base) y destruir prácticamente las soldaduras. Este es el contexto en el que finalmente mi pobre MacBook dijo basta por favor basta, y no arrancó más. Cómo valoro ahora a los arquitectos y constructores de estos palacios que duran miles de años aguantando el clima y siguen blancos e incorruptos como cadáver de santo en el medio del verde loco del monzón. Pero no es un lugar que perdone la sofisticación y delicadeza de una joya prêt à porter de la electrónica de nuestros días.
Gracias a la debacle de mi computadora me vi obligado a salir de la romántica Udaipur y buscar un buen técnico en la más real e industriosa Ahmedabad, en la zona islámica del Gujarat. Para aprovechar más el viaje me fui en autobús y de día así podría al menos ver un poco del campo entre una ciudad y la otra. Hice bien, las 6 horas de viaje fueron fantásticas. El Rajasthán, aún verde como está por el monzón, es más bien árido en comparación con el Gujarat. El Gujarat es impresionante, feraz, los colores del campo son el negro y rojo húmedos de la tierra y el verde de todos los tonos posibles, opaco o brillante, fuerte, tirando al amarillo, o al azul, por todos lados. Los campos, divididos en pequeños minifundios de entre media hectárea y tres hectáreas (ah, el minifundio, cómo me gusta), son cultivados por familias enteras en forma artesanal y de forma muy intensiva. Se escarda en cuclillas con una hoz, se ara con yunta de bueyes, se trasplanta el arroz a mano. Los dos cultivos que más vi son el de una variedad de maíz que no había visto, que crece más apretada, más tupida que las que conocía y el arroz. Entre éstos, aquí y allá, algo que parecía soja, algunas alubias, alfalfa y, creo, pero no soy experto en el asunto, algún campito con marihuana, que acá es yuyo, la situación legal no la conozco, ni me importa mucho, francamente.
Una cosa que me sigue impresionando es la infraestructura de la India, siempre me imaginaba un país subdesarrollado, pero eso no es lo que estoy viendo. La ruta entre Udaipur y Ahmedabad es perfecta, fuerte, bien asfaltada, robusta y tiene dos carriles por mano, las dos manos separadas por un cantero de dos metros lleno de plantas y bien defendido. El tendido eléctrico también parece formidable. Y estas son proesas de la ingeniería en este lugar, el terreno es tremendamente irregular, es todo colinas, una al lado de la otra. La tierra arcillosa, a veces negra y a veces colorada me recordaba a Corrientes, o a Rio Grande do Sul.
Ahmedabad es intensa y real, con un ritmo entre Buenos Aires y Sao Paulo pero de construcción más precaria y baja. Intensamente poblada y rodeada por todos lados de enormes conglomerados de chozas de lata y cartón. El comercio es increíble, parece que cada habitante es un comerciante, no hay ningún frente de casa, ninguna fachada que no esté dedicada al comercio, es un puesto tras otro, toda la ciudad, un gran basar.
Aquí volví a encontrar los rikshaw tradicionales, a pedal, que había visto en Delhi, pero lo que más se ve es el tuk tuk (la Vespa tuneada como dice Matemez), compitiendo con carros de caballos o camellos.
Tiene también una zona que parece calcada a la Avenida Paulista, aunque menos extensa, y otra que tiene el mismo aire de la Avenida Libertador cerca del ACA, aunque en versión india, y un parque que me hizo acordar mucho al Ibirapuera por el ritmo frenético de los viandantes, sólo en el Ibirapuera y acá vi gente de todas las edades dedicadas al ridículo deporte del caminar rápido y con cara de deportista, si es posible con walckman y zapatillas, pero por lo demás, al menos las mujeres, con ropa tradicional.
La gente en el Guarat es de un tipo físico diferente a la del Rajasthán, son de piel todavía más clara, de forma que en la argentina encajarían perfectamente. Podrían ser Gujaratis por ejemplo el Cacho Labié, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, o mi papá y mi hermana después de un regio veranito en la costa, es decir, el pelo es negro, pero la piel no es oscura y los rasgos de algunos parecen tehuelches y de otros anatolios. Bueno, cuento esto porque, sentado en una pituca confitería de la Recoleta de Ahmedabad, me pegué el susto de encontrarme en la mesa de al lado a Atahualpa Yupanqui comiendo una masala dosa, así que es verdad, don Atahualpa no murió, se mudó al Gujarat, aunque claro que disimuló, no me respondió cuando silbé los ejes de mi carreta, por ahí es de esos que les da vergüenza cruzarse con otro argentino en el exterior, no lo culpo ¿quién podría? Pero el julepe del siglo me lo pegué cuando en frente a mi mesa se sentó la versión india de mi prima Florencia, dios mío, era ella, pero con bastante más café que leche, pero los mismos rasgos, los mismos gestos, todo, un clon, otro clon indio, la perversa biotecnología de vanguardia del Gujarat está clonando argentinos con algún siniestro fin. En Udaipur ya había visto las versiones indias de Arnold Shwarzenegger y de Fidel Castro, el primero comiendo fritanga en un carrito en la calle y el segundo conduciendo locamente una Vespa. Pero nada como la calidad de los clones de Ahmedabad, qué exactitud espeluznante. Con lo de clonar a mi prima me sentí ofendido, pedí mi cuenta, pagué y me retiré, con lo que llegué antes de hora a la parada del autobús y me senté a esperar. Impresionante, a la media hora de esperar emergió de la oscuridad, al pasar bajo un farol de alumbrado público, un gigantesco camello tirando de un carro que cargaba estatuas de dos metros de dioses indios de yeso, aún por pintar en el acostumbrado technicollor de los templos. De película, el camello caminaba parsimonioso con su carga surrealista entre el loco tránsito de Ahmedabad, me hizo acordar a alguna imagen de La mirada de Ulises, cuando pasa por el Danubio a la altura de Croacia una barcaza cargando la enorme cabeza de granito de algún Lenin desmontado tras el gran derrumbe. Ah, a media tarde también mientras iba caminando por una calle común de un barrio residencial se me cruzó un pavo real enorme que iba como loco metido él también en el frenesí de esta loca ciudad.
Todo esto pasó en menos de 24 horas porque los técnicos indios son increíblemente eficientes y, para los estándares a que me acostumbró Europa, baratísimos. Así que un email oportunamente enviado desde Udaipur los preparó para darme prioridad, llegué a Ahmedabad a la hora convenida, entregué la computadora, me fui a almorzar, a las dos horas y media estaba reparada la soldadura, limpia la máquina por dentro y por fuera y todo funcionando ¿check or credit card sir? it will be cash thank you, seguí mi ruta y me quedé medio clavado porque el siguiente servicio a Udaipur salía 3 horas después.
La vuelta a casa fue en el sleeper nocturno, que tiene unas literas de ciencia ficción que parecen las máquinas de hibernar de 2001 Odisea del espacio, y si no sabés hibernar con el aire acondicionado que te tiran estás listo.
Unos días antes de que la máquina dijera basta, había dicho basta mi cuerpo. Es que a mí no me meó una lagartija pero los pulmones se me encharcaron de tanto respirar vapor orgánico e inorgánico de esta mezcla químico-biológica que es el aire de Udaipur, ideal para la tuberculosis. Tenía catarro, tos, me cansaba, en fin, estaba a la miseria y me fui a una farmacia ayurvédica para consultar al sabio. Me recomendó kara, una mezcla de hiervas que es expectorante. Muy buena resultó, pero la dosis era una cucharada de kara en un vaso de agua que había que hervir hasta que se redujera a un cuarto de vaso, tomar una dosis antes de la siesta y otra antes de dormir a la noche, tres días. Macanudo, así lo hice, me tumbaba después de cada dosis como un tronco, a dormir como un bebe y al despertar limpiaba lindo los pulmones, hasta ahí, regio. Pero me agarraron ganas de ascelerar el proceso y antes de la siesta del segundo día le metí tres puñados de hiervas al agüita, es decir, el triple de lo recomendado, total, pensé, son unas hiervas nada más qué me va a pasar ¡me envenené como un imbécil! ¡eso me pasó! cuando volví de la siesta estaba raro pero más o menos bien, me fui a merendar al Panorama, me bajó la presión y estuve horas sintiéndome desgraciado, la lengua dormida, la visión distorsionada, las piernas que no me sostenían y los miembros entumecidos, nunca me sentí tan mal en mi vida, pedí un papelito y un lápiz, escribí el nombre y teléfono de mi padre y se lo di a Shuresh, por si no salgo avisale a mi papá, el loco se puso ahí nomás a nombrar al panteón hindú completo, pero poco a poco fui saliendo y para la noche ya estaba sintiéndome mejor aunque a la lengua no la sentí hasta la mañana siguiente, dicen que yo estaba frío y gris.




Gordo Kury

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